El viaje rumbo a la decadencia del «Made in Germany»

La crisis reputacional, la falta de efectividad y el desembarco de capital extranjero castigan al emblema de la industria europea

El concepto «Made in Germany» EFE

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Hace 126 años Gran Bretaña exigió a los fabricantes alemanes la etiqueta «Made in Germany» en sus productos de exportación con la esperanza de proteger con esa advertencia su propia industria. Unas décadas después se había convertido ya en símbolo de calidad, seguridad y eficiencia y, todavía en 2016, un estudio de mercado «Dalia Research», del portal de estadísticas Statista, con entrevistas a 43.000 consumidores de 52 países, situaba a la marca liderando la lista de las más prestigiosas, seguida del sello suizo y del de la Unión Europea. Estados Unidos ocupaba en esa lista el octavo lugar. Varias empresas del DAX , sin embargo, han protagonizado en los últimos años una serie de escándalos que ha derivado en sangría reputacional.

El caso más evidente es el del sector automovilístico, con Volkswagen a la cabeza del fraude masivo de los motores diésel. Deutsche Bank no le va a la zaga, con una pérdida de su valor en Bolsa del 93% desde 2007 hasta hoy y sin visos de recuperación, según ha podido verse en la junta de accionistas de esta semana. Bayer, en proceso de deglución del caballo de Troya de Monsanto, ha perdido ya tres de los 13.000 juicios pendientes en EE.UU. por causar cáncer con el glifosato. Siemens ha estado pagando sobornos para colocar contratos de venta de armas y Lufthansa permitió que un copiloto con depresión burlase los necesarios controles médicos y estrellase contra los Alpes uno de los aviones de su línea de bajo coste, Germanwings, con 150 pasajeros a bordo.

Pero al margen de los escándalos, el «Made in Germany» se enfrenta a un peligro estructural que va más allá de la reputación. «Los problemas actuales de la Deutschland AG , el modelo alemán de grandes empresas y corporaciones, obedecen a un retraso en la efectividad de servicios financieros, agricultura, economía digital…», trata de definir el economista y publicista alemán Roland Tichy, que señala que el contexto global ha dado un giro sin que el modelo haya podido adaptarse. ThyssenKrupp, por ejemplo, sufre menos demanda en los componentes y en la división de acero. La pérdida neta ascendió a 99 millones de euros en el último ejercicio y en solo 12 meses ha perdido el 43% de su valor en Bolsa.

Un complejo entramado

Pero Tichy se refiere a que la economía alemana estuvo durante décadas dominada por el sistema conocido como Deutschland AG, una intrincada red de participaciones accionariales cruzadas entre bancos, aseguradoras y grandes empresas industriales, que protegía las joyas corporativas de los depredadores. El director de Deutsche Bank, por ejemplo, llegó a tener 135 cargos en consejos de supervisión de otras compañías. A partir de 2001, sin embargo, fue abolido el impuesto a las ganancias de capital por venta de acciones cruzadas y se limitó la acumulación de cargos, dando lugar a una ola de reestructuraciones corporativas. Los directivos cobraban por incentivos y comenzó a entrar capital extranjero a expuertas. Aproximadamente el 54% de las acciones de las compañías del DAX están hoy en manos extranjeras. En Bayer, por ejemplo, llega al 74%.

Según datos publicados por Handelsblatt, en 2017 se lanzaron en suelo germano 1.124 nuevos proyectos empresariales de inversores extranjeros, pero el peligro parece concentrarse en las inversiones chinas. El director gerente del sindicato IG Metall, Wolfgang Lemb, ha denunciado que esas inversiones en empresas de alta tecnología alemanas requieren una estrategia defensiva. Un ejemplo reciente es la compra en 2016 de Kuka, líder en robótica. «Los políticos deben mirar con mucho más detenimiento estas compras», sugiere también Mikko Huotari, director del programa de relaciones internacionales con China del instituto de investigación Merics , en Berlín, «especialmente en ámbitos relevantes como tecnología de semiconductores, infraestructuras críticas o seguridad de datos».

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