¿Qué dice la curva de tipos de EE.UU.?

La evolución de los tipos ha sido como siempre un magnífico termómetro de la percepción de riesgo

José Ramón Iturriaga

José Ramón Iturriaga

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El tipo de interés a dos años en Estados Unidos alcanzó la semana pasada el 0,75%, máximo anual, lo que supone un repunte de 65 puntos básicos en el año.

La evolución de los tipos ha sido como siempre un magnífico termómetro de la percepción de riesgo. Sin ir más lejos, antes de la irrupción de la variante Ómicron, estaba en 0,65%, se llegó a ir al 0,40% y al cierre del año pasado marcaba los máximos del periodo como claro indicador de cómo el mercado ha tardado -está tardando- poco en relativizar este último episodio de la epidemia.

Ahora, quizá los más importante de lo que está diciendo la curva es que el mercado hoy anticipa tres subidas de un cuarto de punto el año que viene. El punto final a las bajadas de tipos y el comienzo de un nuevo ciclo es lo que los anglosajones definen como un ‘game changer’. La evolución de la curva los próximos meses y lo que puedan hacer los bancos centrales con la Reserva Federal abriendo camino va a ser con mucha seguridad lo que marque los tiempos en los mercados. Subidas de tipos por las razones correctas, como parece ser el caso, tienen muchas consecuencias en el precio de todos los activos. Supondría el final de un ciclo extraordinario de la renta fija y probablemente un cambio sustancial en el comportamiento de los distintos sectores en renta variable.

El mercado, de momento y como hemos podido ver en las últimas semanas, parece que presta más atención a los titulares que a las consecuencias más de fondo que este movimiento pueda tener a largo plazo. A medida que vayamos pasando página a los miedos que todavía hoy atenazan los mercados, la curva de tipos recuperará todo el protagonismo. Curvas de tipos más altas que en los últimos tiempos, pero todavía muy por debajo de donde han estado históricamente es lo que va a marcar el paso. Y no tiene pinta de que las excusas para no prestarle atención vayan a mantenerse mucho tiempo.

Inflación

Los datos de inflación que conocimos la semana pasada son sin duda muy altos. Ahora, antes de rasgarnos las vestiduras y sumarnos al coro de plañideras que anticipan el fin del mundo o de los que tratan de no se sabe muy bien cómo sacar tajada metiendo miedo en el cuerpo a los incautos -el impuesto de los pobres-, creo que merece la pena darle una vuelta a si, como muchos economistas apuntan, es o no transitoria.

La primera reflexión probablemente sea si teniendo en cuenta lo que hay detrás de la subida de los precios tendría sentido una respuesta por parte de, en nuestro caso, el Banco Central Europeo. A bote pronto parece claro que seguramente sea peor el remedio que la enfermedad porque detrás de esta fuerte subida de la inflación no están las causas habituales cuyo remedio pasa por el jarabe de palo. Todavía estamos recuperándonos de lo que ha sido la mayor recesión de los últimos años y los precios se han disparado por la subida de las materias primas y los cuellos de botella que ha provocado la pronta y fortísima recuperación económica. La inflación subyacente -la que excluye energía y alimentos no elaborados- se mantiene ligeramente por encima del 2%. La subida de los precios energéticos no se ha trasladado a los costes de todos los sectores de la economía. En Estados Unidos, que van más adelantados en la recuperación y las dinámicas de su mercado laboral son otras, la inflación subyacente se sitúa en el 5%. La duda está en si los problemas de la cadena de suministro y los precios de la energía van a solucionarse antes de que las alzas de precios se acaben generalizando. Es preferible esperar y ver que actuar de forma preventiva porque los daños de una eventual subida a destiempo de los tipos de interés son mucho mayores a convivir con algo más de inflación durante unos meses. Y si al final no fueran unos meses pues entonces se verá.

Optimismo

En el fondo se trata de un problema de actitud. De cómo enfrentarse a las circunstancias en su acepción orteguiana. El pesimismo, sin duda (y nunca mejor dicho), tiene mejor prensa. Hay ejemplos a paladas. Las malas noticias son siempre más noticia, mientras que las buenas, cuando se habla de ellas que no es siempre, muchas veces se hace con un halo de sospecha.

Muchos analistas lúcidos (y lucidos) están instalados permanentemente en el pesimismo. Hacen suyas la premisa de que el pesimista es el optimista bien informado y la llevan hasta las últimas consecuencias. Algunos parecen realmente atormentados por la realidad que nos rodea. El fatalismo a veces disfrazado de melancolía es su seña de identidad. Y en muchos de estos casos se trata de una actitud sincera: cualquier tiempo pasado fue mejor y constituyen buen ejemplo de la máxima agustiniana de ‘quien teme padecer, ya padece lo que teme’. Otros, sin embargo, prefieren regodearse en las miserias del día a día porque resulta más práctico. Vende más. Y se amparan en que el cinismo y la inteligencia muchas veces se confunden.

Como para prácticamente todo hay una cita de Churchill o asimilada que viene al caso: ‘el pesimismo es la lucidez de los entupidos. El optimismo el coraje de los inteligentes’. En cierta medida enlaza con la definición kantiana de inteligencia: la cantidad de incertidumbre que un individuo es capaz de soportar. Y aunque el coraje nunca sobra, creo que en 2022 vamos a necesitar bastante menos que en los últimos tiempos porque las zozobras, que las habrá, serán mas pequeñas. Ya tocaba. Feliz año nuevo.

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