Djokovic, durante el partido contra Murray
Djokovic, durante el partido contra Murray - Reuters
Roland Garros

Aplazado el desenlace del Djokovic-Murray

La falta de luz natural y la lluvia obliga a aplazar el final al sábado a las 13 horas. El serbio dominaba por 6-3, 6-3, 5-7 y 3-3 a un escocés renacido

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Pasadas las 20.30 horas, y agonizando la luz natural, Novak Djokovic y Andy Murray deciden interrumpir su enorme batalla por lo poco que brilla el sol y porque se avecina una gran tormenta. Son tres horas y ocho minutos hasta que deciden dejarlo para el sábado con un marcador de 6-3, 6-3, 5-7 y 3-3, ventaja de dos sets a uno para el serbio antes del parón. Sin embargo, y visto lo visto, queda todo abierto después de la enérgica reacción del escocés, que se había subido a la ola buena y amenazaba la supremacía de su rival.

Hubo debate en el prólogo, buenos intercambios con palazos por parte de ambos. De Murray se pueden decir muchas cosas este año y casi todas son buenas, inesperado competidor en una superficie que le negaba las sonrisas.

Llevaba 15 triunfos seguidos en arcilla y dos títulos en la mochila (Múnich y Madrid), y Djokovic era el gran desafío.

Gran parte de sus opciones pasaban por hacer saltar la banca en el primer set y se le escapó de las manos en el octavo juego. Murray cedió su saque y en el juego posterior quedó sentenciado, sumido en sus propios gritos y en su repertorio de muecas. Amelie Mauresmo, desde la zona técnica, se limitiba a trasladarle su confianza, pero contra este Djokovic se necesita algo más.

Porque el serbio va tres pasos por delante, animal sin reparos que arrasa con todo. Domina la situación siempre desde dentro de la pista y acorrala a sus enemigos, que no encuentran por dónde hacerle daño. Más que nada porque tiene una derecha definitiva y un revés a dos manos apoteósico, firme además para no dudar con el servicio. De hecho, no concede ni una sola bola de break hasta las dos horas y 18 minutos.

Y al resto es una máquina. Después de quebrar pronto en el segundo capítulo, mantiene esa renta hasta que firma la sentencia del escocés. De hecho, es el propio Murray el que se entrega con un remate franco que envía lejísimos cuando defendía sus opciones de seguir en el partido. Ese fallo le deja 6-3 y 6-3 contra el mejor tenista del planeta. Parecía del todo imposible.

Pero también Djokovic es un jugador de nervios y desafía a su gente varias veces con la mirada, un ejemplo de lo que es hoy en día. Incluso ganando unas semifinales a lo bestia, se enfada cuando algo no le sale y le entran las dudas cuando se acerca a la meta. Murray, en un ataque de orgullo encomiable, le aprieta al máximo al final de ese set y le basta con su primer break en toda la velada para sobrevivir. Y encima con momentos soberbios que desatan la locura en la Chatrier.

Después de reclamar asistencia médica, Djokovic regresa a la pista encendido, pero vive una montaña rusa de sensaciones. Desperdicia tres bolas de break, pierde luego su saque y de inmediato recupera la desventaja, de locos. El duelo ya es un espectáculo de puños y gritos y el serbio se mueve mejor al filo del precipicio. Son puntos eternos, de lado a lado ambos, un partidazo magnífico para aplaudir a los contendientes.

El epílogo queda abierto, por escribir todavía. Falta luz y los nubarrones invitan a pensar en la lluvia que no cayó antes. Se decidirá el sábado, pronóstico abierto cuando parecía impensable. Murray amenaza al gran Djokovic.

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