Eurocopa 2016

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Eurocopa 2016 Un balneario con vistas al Atlántico

La Federación abre las puertas de la casa de España en la isla. La sala de aguas, la zona más visitada por los jugadores

Al Hotel Atalante Relais Thalasso & Spa, que así es su nombre completo, se accede por una estrecha carretera de un solo sentido que se termina al toparse con el mar. Allí, entre viñedos y campos agrícolas, se eleva el refugio de España en la Eurocopa. Coincidiendo con el entrenamiento a puerta cerrada de la selección, la Federación Española de Fútbol permitió a los medios de comunicación acceder a este hotel que lleva desde el pasado 7 de junio convertido en un búnker casi inaccesible.

Desde fuera, ninguno de los dos edificios que conforman el complejo destacan por su exuberancia. Al contrario, sus dos plantas de altura guardan con mimo la estética general de la isla, compuesta de casas bajas pintadas de blanco y coloridas contraventanas. Al edificio principal, el que actúa de hotel, se accede a través de una recepción que esconde la primera sorpresa, una enorme estatua de un bulldog francés pintado de rojo y con la bufanda de la selección anudada al cuello. Según cuentan los trabajadores del hotel, el perro ya tienen nombre. Se llama Sergio en honor a Ramos. Junto a la entrada los jugadores encuentran también una pequeña mesa en la que hay varios ejemplares de los principales periódicos españoles.

Esa estancia da paso a dos de los principales lugares de reunión del equipo nacional. El primero es la sala de reuniones, donde Vicente del Bosque y su cuerpo técnico ponen vídeos, dan las charlas y analizan las tácticas del rival. Solo una pizarra que simula un campo de fútbol deja adivinar que allí se reúne un equipo de fútbol. El otro espacio común es el comedor. Hay una mesa larga para oficiales, dos para los jugadores y otra más para el cuerpo técnico. Los jugadores eligen siempre el mismo sitio para sentarse.

El comedor cuenta con un ventanal que da acceso a un enorme jardín. Al fondo asoma el Atlántico. Tras recorrer apenas cincuenta metros y superar una pequeña duna, los jugadores pueden estar ya en la playa. Allí les observan varios miembros de seguridad situados frente a la costa. La única misión que se les adivina es vigilar, siempre de espaldas al hotel, que ninguna embarcación se aproxime más de la cuenta. La visita acaba con un rápido vistazo a las habitaciones, con camas tamaño XXL.

Una vida tranquila

A unos cincuenta metros del hotel se encuentra el centro de spa y talasoterapia, un edificio en el que los internacionales españoles pasan la mayor parte de la mañana. Presume de ser uno de los mayores centros termales de Europa, con más de 1.700 metros cuadrados dedicados. Allí la selección ha instalado también el gimnasio. Y cuando el tiempo lo ha permitido, los jugadores han pasado las horas muertas en la piscina exterior.

Que los jugadores se encuentran cómodos en este hotel salta a la vista. Y más cuando alguno de ellos vivió la experiencia de Curitiba, en el Mundial de Brasil, donde nada salió como se pensaba. Su día a día es sencillo. Por las mañanas, sesiones de talasoterapia, piscina cubierta y gimnasio. A las 13.30 horas es la comida, vigilada de cerca por el cocinero de la selección, Javier Arbizu. Después, los jugadores se retiran a las habitaciones para la siesta. La idea de hacer los entrenamientos por la tarde ha caído especialmente bien entre los internacionales. El desplazamiento hasta el campo Marcel Gaillard dura apenas diez minutos. Allí los jugadores suelen pasar solo el tiempo estrictamente necesario. Lo justo para entrenar y atender sus compromisos con los medios de comunicación. Después, vuelta al hotel para cenar. A partir de las diez, los jugadores aprovechan para reunirse en el comedor para jugar a las cartas, y alguno regresa al centro de talasoterapia para someterse a algún tratamiento.

Según los empleados del hotel, los jugadores son amables y tranquilos. A la recepcionista se le pregunta por el más simpático. Duda en responder, incluso pregunta a un superior. «Todos», dice entre risas. Al final concede: «El que más, Bartra».

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