Un recorrido ligero por la caza menor

La mengua imparable de la perdiz la coloca en el camino que temprano o tarde llevará a catalogarla de «en riesgo»

Percha de tres perdices, becada y liebre, recuerdo de tiempos pasados ABC

Eduardo Coca Vita

Se hace obligado comenzar con el tópico de que mientras la caza mayor va a más, la menor, a menos . No tan clara veo la razón de que cada vez practiquen aquella otros muchos nuevos y viejos cazadores. Amén de la densidad de piezas, evidente, influye el nivel de vida, los cambios en la población rural y las novedosas emociones que gentes sencillas desean experimentar con los recechos y monterías que pone al alcance la España moderna y próspera.

Pero aquí a lo que estamos es al presente y futuro de la caza menor y, muy en concreto, a si solo como reliquia se conservará su pieza clave, la perdiz, también roja por las luces de emergencia que señalizan su peligroso parón en el cien por cien de rutas hispanas.

Mi artículo queda muy cerca de la presentación en Ciudad Real del libro Las especies cinegéticas españolas en el siglo XXI, de José Luis Garrido, coincidiendo con la exposición del IREC sobre la caza. Poco cabe adicionar a sus páginas. Pero, como la idea de escribir estas líneas precedió a su aparición, algo deberé decir, salvo renunciar a publicarlas, que no me hace gracia y volvería estéril mi trabajo preparatorio.

Una acotación previa resulta necesaria. Caza menor es un concepto amplísimo . Sin las acuáticas, abarca más de veinte especies, pero su mitad larga son de un relativo valor en el balance final. Solo me ocupo de las significativas.

Información distorsionada

Empiezo por afirmar la dificultad de contar con datos auténticos de lo realmente cazado en nuestro país, ni siquiera ciñéndonos a lo importante. Dentro de las incompletas notificaciones de capturas que se cursan, pese a ser obligatorias, no todas se tratan por las Administraciones públicas ni todas las tratadas son exactas, bien por adelgazarse, temiendo que suban las tasas y signos externos de fiscalidad si se excede el cupo asignado a los cotos; bien por inflar las comunicaciones al augurar rebajas en la renovación del plan técnico o mala venta de cacerías ante cifras que no animen al adquirente.

Otro factor que distorsiona la información dada por gestores, titulares y mediadores es el alto porcentaje de piezas de granja que engrosan las estadísticas de presas susceptibles de tal procedencia. Sus descontroles en origen, con bastante que desear, favorecen el obscurantismo, si no la clandestinidad. Gran parte de los que arriesgan algo en el negocio de la cría en cautividad disimulan las sueltas cuanto pueden y hay caza postiza que aparece en los papeles disfrazada de natural, cuando no se omite lisa y llanamente.

Dicho esto, y partiendo del conocimiento y experiencia más comunes de los cazadores dedicados a lo que nace o nos viene espontáneamente, no puede negarse una minoración llamativa de liebres, ya anterior al azote de la mixomatosis , calificable de alarmante en regiones concretas. Y no pasa desapercibido que la reproducción del conejo va por barrios, contrastando la dificultad de apiolar en algunos campos un par de ellos para el arroz de la cuadrilla, frente a parajes con plagas que dañan infraestructuras y cultivos. Pero el conjunto nacional se ofrece floreciente. Los datos de Garrido en el estudio mentado prueban que es la pieza que más crece en general, aunque, como en el incremento de la renta, no hay reparto equitativo por sectores sociales, que aquí mejor diríamos estratos geográficos.

Entre las migratorias , nadie cuestiona la caída de la codorniz, de la que desde 2007 a hoy cabe exclamar ¡quién te ha visto y quién te ve! Y obvio es el descenso de la tórtola europea, con dolientes limitaciones en los últimos tiempos, cumplidas por quien las cumpla, no todos. De ellas se escapa de momento el zorzal, en deslizamiento progresivo, aunque su todavía notable abundancia camufle en parte el retroceso. Creo que la torcaz –sin mención en el reiterado libro (?)– se mantiene en cifras tradicionales por las aún generosas entradas anuales sumadas a los bandos de estables, residentes hasta en las urbes. Y escasas fueron siempre las zuritas y bravías. Punto y aparte, la turca sedentaria, que, por no cesar de criar y multiplicarse, se autoriza con acierto en comunidades sensatas: ¿a qué esperan las restantes?

Aunque sin gran relevancia en la percha global, caza menuda es la noble becada , y no anda en recesión. Todo lo contrario: la hay en más terrenos que antes. Quizá también hayan aumentado quienes la siguen por su verdad o pureza, y de ahí el declararse más abates, siempre bien recibidos y muy de agradecer en pro de la diversidad de sensaciones y lances de clase superior.

Tampoco olvidemos que caza menor de categoría es la zorra, se homologue o no, convertida cada año más en objetivo principal o único de algunas modalidades recreativas y, sobre todo, acciones de descaste que llenan numerosas jornadas del llano aficionado. Y no me paro en las prolíficas y parásitas urracas , más que cazadas, perseguidas sin tregua por no dejar de dañar y que han logrado impunidad refugiadas en la ciudad.

La perdiz es harina de otro costal . Su mengua imparable la coloca en el camino que temprano o tarde llevará, si Dios no lo evita, a catalogarla de «en riesgo», con la consecuencia inherente a todo animal cinegético protegido de permanecer vedado eternamente. Dentro de no sé cuántos años, en más de un territorio patrio, nutrirá la lista de aves blindadas y será suplantada por la tiroteada en serie, sin interés venatorio ni atención de quienes fueran perdiceros de la época gloriosa. Podría llegar el día en que derribar una perdiz libre suponga la cárcel, como matar un águila, oso o lince la conlleva hoy. Por suerte, yo entonces habitaré el infierno, bien ganado por estar dando la lata toda una vida con mi negra tabarra. Lo dijo Satanás: obra mal y te condenarás. Ningún detractor irá a rescatarme.

Y aquí acabo. Dejo al juicio de cada cual el conglomerado de causas que nos han arrastrado a esta situación y sus quiméricos –o imposibles– remedios, que ojalá no se agoten en preces y rogativas a san Huberto. De ponerme a enumerar unas y otros, lo mío se reduciría al monólogo, labor impropia del introductor a un problema. Apunto, eso sí, que el desarrollo y el progreso, en su maléfica conjunción, están detrás del estado de cosas que lamentamos. Feo asunto. Ciencia y técnica no prestan buena compañía a ninguna caza. Y menos a la menor.

Desecación de humedales

Mediante posdata añado que mi silencio sobre las acuáticas –unas quince variedades legales– obedece a que no practico su caza, excepto accidente casual, y no recorro sus zonas ni ocasionalmente, pero me consta la industria en auge del «tiro al pato». Por lo demás, lo que leo me lleva a pensar que, en conjunto, se cobran menos volátiles de agua, quizá no por disminución de ejemplares, sino por desecación de humedales , cierre de acotados, prohibiciones y trabas burocráticas de medioambientalistas metropolitanos. Más que conclusión, es una personal impresión, que otros podrán avalar o rebatir en busca del meollo de la cuestión y sus intríngulis. No me gusta hablar de lo que en buen grado ignoro. Ahora les toca pensar a ustedes, los lectores, y suya es la letra. Gracias a todos.

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