Liebres, encames y otros amoríos

Menos el agobio de verse perseguidas por un depredador, no deben de tener muchos desasosiegos más

Una pareja de liebres apareándose B. G-G.

Bibiana González-Gordon

Me encantan las liebres , pero cada vez que he podido hacerles fotos ha sido porque he tenido la suerte de encontrarme alguna encamada. Se quedan muy quietas, con las orejas esas tan largas, las puntitas negras, pegadas contra el cuerpo, y con cara de no estoy aquí, por favor sigue tu camino. Aguantan bastante, los ojos grandes, muy redondos y un poco desorbitados, totalmente estáticas, y cuando ya crees que no se van a mover nunca más, pegan un brinco y corren veloces como el viento.

Hará un mes, paseando por el campo, vi una liebre, luego otra y luego una tercera más, las tres seguidas. Estas no estaban echadas, todo lo contrario: correteaban y saltaban como locas entre los juncos y las zarzas mientras yo intentaba sacarles una foto. Eran la estampa de la alegría y la felicidad, parecían no tener preocupación alguna en este mundo, cosa probablemente cierta ya que eran liebres y, menos el agobio de verse perseguidas por un depredador, no deben de tener muchos desasosiegos más. De pronto, entre tanto baile y tanto salto y sin un mínimo miramiento, la liebre macho se subió sobre la liebre hembra que más le gustó y se apareó con ella. Algo rápido y sencillo, sin muchos aspavientos, la verdad. Después siguieron saltando y brincando alegremente. Conclusión: la que ustedes tengan a bien imaginar. Esta vez me limito a contarles lo que vi. 

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación