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David Martín inició la contra, un dos contra uno ante la gran Serbia. Fue solidario, demasiado, y pasó el balón a quien lo acompañaba en el ataque. Con el tiempo susurrándole que iban a ser campeones del mundo, su pase no terminó bien. Recuperó el balón el defensor, se marchó hacia la portería española, marcó. Empate y fin del partido. En la tanda de penaltis, Serbia ganó el oro. De esta escena han pasado diez años, pero a David Martín todavía le quema en la mente. El deporte le da una oportunidad de rectificar, de convertir aquel gol que dé la gloria a España. No serán sus brazos, sino los de los jugadores que ahora dirige desde el banquillo. Hoy, España (11.30 horas, TDP), lucha por el oro mundial contra Italia y contra su propia historia.

Porque después de aquella contra que terminó en nada, a la selección masculina se le oscureció el horizonte. No hubo más energía para llevar al waterpolo español a ninguna otra cita de entidad y han sido diez años de sequía, reconversión y sufrimiento diario sin premio ni reconocimiento. Hasta que Gabi Hernández primero y el propio Martín desde 2017, recuperaron el espíritu del que bebieron ellos, con la época dorada de Manel Estiarte como guía , y lo trasladaron a unos jóvenes con ganas de pelear contra los elementos, en un deporte que no da para vivir, con buen carácter y mejor waterpolo. Les dio la oportunidad de crecer en los grandes torneos.

Hoy, nueve de los trece jugadoras nacieron a partir de 1990, y sin nada que perder, con los recuerdos de la plata de Barcelona 92 y el oro de Atlanta 96 como prehistoria han creado su propio camino hacia el éxito, apoyado por la experiencia y las lecciones de sus «hermanos mayores» que sí fueron espectadores en directo, en las gradas, de aquellos triunfos pretéritos. Además del seleccionador, sobreviven tres jugadores de aquella etapa dorada que se apagó ante Serbia: Felipe Perrone, Daniel López Pinedo y Blai Mallarach .

Entre los cuatro han conseguido que los jóvenes se entusiasmen y entusiasmen de nuevo con el waterpolo. El plan, que iba para largo plazo, encontró una primera recompensa en el Europeo de Barcelona 2018. Una primera semifinal, una primera final, una primera plata . Y, sobre todo, la sensación de luchar por algo grande por primera vez en los brazos y la mente de la mayoría de los jugadores.

Crecimiento

Una sensación que era casi la rutina durante aquellos maravillosos noventa, pero que se ha hecho difícil de olvidar para estos jóvenes que nunca la habían probado. Tan fuerte el sentimiento, que vuelven a plantarse en una final, esta vez de un Mundial, y con mimbres para subir el escalón.

«Hemos hecho semifinales del Europeo, de la Liga Mundial y de la Europa Cup, este equipo no para de crecer. Sabemos que si jugamos bien y llevamos los partidos donde nosotros queremos, somos muy peligrosos. El equipo va creciendo y sabiendo afrontar este tipo de encuentros », explicaba Martín. «Parece que es un trabajo de un mes, pero son diez años de trabajo», indicó López Pinedo. «Estamos demostrando que el equipo ha mejorado desde el año pasado. Es lo que buscaba David desde que llegó, este crecimiento», decía Mallarach.

Lo han mostrado en cada ronda, en cada dificultad de este torneo lleno de espinas: Hungría, Japón, Serbia, Croacia . Cada vez, un poco más cerca de la excelencia, más compactos, más familia. Como colofón, Italia, el último límite de una selección ilimitada en ambición y condiciones . Basado el éxito en esa solidaridad defensiva animada por un López Pinedo inmenso en portería. Con una mezcla efectiva de veteranía y juventud para reescribir con alegría una historia que solo es suya, aunque se alimente de los recuerdos de los 90, aunque se miren en el espejo de Roma 2009, y esta oportunidad de cambiar el final.

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