Tres mil kilómetros de tragicomedia

Goizalde Núñez y Jorge Usón, en «El salto de Darwin» Esmeralda Martín
Julio Bravo

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Los caminos de Sergio Blanco y Natalia Menéndez se cruzaron hace unos pocos años, cuando ella se topó con «Tebasland», una de las obras del autor franco-uruguayo. Él es uno de los principales nombres de la dramaturgia iberoamericana actual, especialmente recorriendo lo que se conoce como «autoficción». «El salto de Darwin», la primera obra que Natalia dirige en las Naves del Español desde que dirige este espacio, no corresponde a esta corriente; se trata de una road-movie ambientada en la Argentina de la guerra de las Malvinas. No es un alegato abierto en contra de las guerras -un asunto aparentemente tangencial-, sino el retrato de una familia a través del viaje de 3.474 kilómetros que realiza por Argentina para lanzar las cenizas de un soldado muerto en el campo de batalla.

Blanco es un autor cuidadoso, tanto en la manera de contar la historia como en su lenguaje y el dibujo de sus personajes, situados -sobre todo los padres- en un territorio tragicómico y, en ocasiones, cercano a la caricatura (en la que nunca cae) «El salto de Darwin» circula durante casi toda la función por un terreno costumbrista, naturalista, donde el humor -sutil, soterrado- enmascara la inmensa tragedia que tiñe toda la obra. Sus personajes son de carne y hueso -la adaptación de la propia Natalia Menéndez es primorosa-, cercanos, muy bien dibujados. Por eso sorprende la irrupción de un personaje que rompe la «linealidad» del relato y se cuela con alboroto en la vida de esta familia: la pieza no termina de encajar en el puzzle, y su desenlace sorprende aun más; aunque es cierto que aporta unas gotas de desconcierto que nunca le sientan mal a una obra de teatro.

Natalia Menéndez sabe extraer el zumo de una obra carnosa y colorista con un espectáculo muy bello -se agradecen funciones de una factura tan notable-, de ritmo natural y tono correcto. Le ayudan, claro, los intérpretes, de los que hay que destacar, por su jerarquía sobre la escena, a Goizalde Núñez y Jorge Usón, siempre con su instrumento perfectamente afinado.

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