Pina Bausch, en una imagen de 2008
Pina Bausch, en una imagen de 2008 - ABC

Pina Bausch, la danza total

Seis años después de la muerte de la bailarina y coreógrafa alemana, el Bundeskunsthalle de Bonn analiza su universo creativo en una exposición

Corresponsal en Berlín Actualizado: Guardar
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Cuando la coreógrafa alemana Pina Bausch recibió en 1997 el prestigioso premio de Teatro de Berlín, el escritor húngaro Peter Sterhazy dio entrada a una nueva palabra en el diccionario de la danza, «bauschen», un verbo creado a partir de su apellido y que definió como «el clasicismo de la danza posmoderna, despojada del virtuosismo y paseada por la calle para permitir que el arte, sencillamente, acontezca». Seis años después de la muerte de la artista y cuando su legado está todavía pendiente de valoración histórica, el museo Bundeskunsthalle de Bonn ha aceptado el reto que supone plasmar la definición de su trabajo en una exposición que reúne por primera vez en un gran museo los elementos que permiten plasmar su concepto de la danza abstracta.

Su espacio de trabajo, en el teatro de Wupertal que llevaba su nombre, estaba dispuesto en torno a una enorme mesa llena de papeles y ordenadores y decorada con un caótico conjunto de carteles pegados en las paredes, nada que ver con la atmósfera sugerente que recreaba a menudo en el escenario ni con la belleza que imprimía a sus creaciones. Y ese es precisamente el espacio creativo del que parte la exposición, su Lichtburg, un laboratorio de ensayos en el que investigaba la esencia de la danza total.

Nuevos cánones

Nacida en 1940 e inscrita en los movimientos culturales alemanes que se esforzaron por buscar un sentido después de Auschwitz, dio a luz piezas tan emblemáticas como «Ifigenia en Táuride», «Café Mueller» (1978) o «Bandoneón» (1987). Sus coreografías fueron en su momento tan discutidas como admiradas y su aprendizaje constante la llevó a rodearse de artistas de todo el mundo cuyas esencias fue destilando en nuevos trabajos constantemente. Tras formarse con Kurt Jooss en Alemania y pasar una temporada en la Juilliard School de Nueva York, comenzó a dar forma a la actividad del hoy mítico Tanztheater de Wuppertal, que dirigió desde 1973 y en el que creó el nuevo concepto del Teatro-Danza.

Bausch barrió con todo lo anterior. Partió del concepto primigenio de la danza más tribal y construyó una nueva forma de expresión a partir de la desgarradora experiencia de una generación desarraigada de su propia historia. Desde la renuncia a las categorías impuestas del buen gusto y la belleza, estableció nuevos cánones de gran poder trasgresor que solo se podían encontrar en Wuppertal, una especie de santuario Pina cuyos bailarines no han sido capaces, desde su muerte, de ponerse a las órdenes de ningún otro director, al menos hasta hace solamente unas semanas.

De Fellini a Almodóvar

«Pina entendió que la danza corría el riesgo de vaporizarse, extinguirse, si continuaba por el camino del virtuosismo narcisista que para ella había perdido sentido», dice el nuevo director de la compañía, Adolphe Binder, todavía «encogido» ante la personalidad de su predecesora y que insiste en que esta exposición ayudará a entender la danza como un arte multidisciplinar, al estilo Pina. Y para ello, la muestra se rodea de lecturas, charlas e interpretaciones del trabajo de la artista, así como el recursos audiovisuales y películas documentales de autores como Chantal Akerman, Lee Yanor, Klaus Wildenhahn o de la propia Bausch.

«El objetivo es introducir a visitantes y curiosos en el mundo que rodeaba e inspiraba a la bailarina y ofrecer los resultados de investigaciones llevadas a cabo por compañeros y expertos del mundo del teatro y la danza», explica el comunicado del Bundeskunsthalle.

Su expresionismo, difícil de encerrar en una definición, encontró en España ecos a los que asirse, de forma que una de sus pocas colaboraciones con el cine fue de la mano de Pedro Almodóvar. Solo hubo una más, con Federico Fellini. La exposición fija la danza Pina como un sello contemporáneo y estará abierta hasta el 24 de julio para pasar, a mediados de septiembre al Martin-Gropius-Bau de Berlín.

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