María Adánez y José Manuel Poga
María Adánez y José Manuel Poga - LUIS MALIBRÁN
CRÍTICA DE TEATRO

«Insolación», de Emilia Pardo Bazán, en el teatro María Guerrero: Nora bajo el sol

María Adánez protagoniza este montaje, dirigido por Luis Luque

Madrid Actualizado: Guardar
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No es aventurado pensar que doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921) quisiera transparentarse en el perfil de la joven viuda Francisca de Asís Taboada, marquesa de Andrade, protagonista de su novela «Insolación» y una suerte dama ibseniana a la gallega que, como la Nora de «Casa de muñecas», también decide cerrar al final la puerta, aunque por dentro y con amante incluido. Cuando publicó esa narración en 1889 –cinco años después de haberse separado de su esposo, atribulado por la repercusión escandalosa de los escritos de ella– se alejaba de los principios del naturalismo que había difundido con denuedo para acercarse a las luces del simbolismo; de 1890 es, por cierto, su ensayo «La mujer española», cuya vibración feminista está en sintonía con lo expuesto en la novela que ha adaptado primorosamente al escenario Pedro Víllora, estilizando la retórica decimonónica que hoy podría resultar anticuada, insuflando pulso teatral al texto y ajustando los elementos cómicos, de tal forma que la pieza resultante exhibe notable viveza de colores dramáticos y mantienen una fluida respiración escénica.

«Insolación» (***)
Autora: Emilia Pardo Bazán. Versión: Pedro Víllora. Dirección: Luis Luque. Escenografía: Mónica Boromello. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Vestuario: Almudena Rodríguez. Música: Luis Miguel Cobo. Intérpretes: María Adánez , Chema León

Es de suponer que doña Emilia, mujer leída, viajada y resuelta, conociera y apreciara la obra de Ibsen, estrenada en Copenhague en 1879. Los conflictos de su protagonista, aunque más ligeros, lo son también de educación e índole social, unas normas que ella decide saltarse sin necesidad de coartada alguna ni preocuparse por el qué dirán, abriendo su intimidad al hombre que la deslumbra –como el sol, convertido en clave simbólica del dictado de los sentidos– y excita, el joven andaluz gracioso y retrechero Diego Pacheco, frente al más tradicional Gabriel Pardo, progresista educado pero inevitablemente patriarcal, al que le cuesta aceptar que Asís tenga una aventura. A la postre, la Pardo Bazán, cuyos personajes conversan sobre los roles de hombres y mujeres y el doble rasero para juzgar a unos y otras, apuesta por la libertad femenina en lo social y lo moral al mismo nivel que la de los varones.

Todo esto funciona muy bien en escena en un montaje con momentos espléndidos, como el de la euforia alcohólica y amorosa durante el baile en la pradera de san Isidro resuelto de maravilla por Luis Luque, y otros en los que no se sabe dónde se sitúan los personajes, si llegan o esperan, si están dentro de la casa o fuera. Precioso el vestuario de Almudena Rodríguez y feota, pese al gran trabajo de Gómez-Cornejo en la iluminación, la escenografía de Mónica Boromello, una sucesión de ondulaciones descuidadamente terminadas. María Adánez es una Asís deliciosa, firme y recatada hasta que atisba lo que le está vetado por los corsés sociales; José Manuel Poga imprime a su Pacheco una facundia andaluza que se asoma justamente al borde de la caricatura; muy correcto Chema León en la circunspección de Pardo, y graciosa y eficaz en su triple papel de duquesa, criada y ventera Pepa Rus.

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