Charcas salineras de la Ría de Celestún
Charcas salineras de la Ría de Celestún - Ángel Colina

Ruta QuetzalLos ruteros se adentran en las charcas salineras de la Ría de Celestún

Durante una marcha de tres horas, los jóvenes aprenden cómo se extrae artesanalmente este producto

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La jornada comienza temprano. A las siete de la mañana, el campamento está lleno de actividad. Algunos chicos hacen cola para terminar de asearse. Otros lavan los cacharros del desayuno. Los más rezagados aún están comiendo. Con prisa. A estas alturas de la Ruta (@RutaBBVA) ya saben que si no cumplen los horarios lo más fácil es que tengan que dejar el plato a la mitad.

La primera actividad del día es una marcha por la playa y las salinas de la Reserva de la Biosfera Ría Celestún. Los chicos se dividen en tres grupos en función de su resistencia física. Los «quetzales» van los primeros, marcando un paso tranquilo pero constante que les permita caminar sin demasiado desgaste.

Detrás se colocan las «águilas», con su ritmo medio. Cierran la expedición los «jaguares», los más fuertes, precisamente para que no impongan una velocidad que los demás no puedan aguantar.

Durante la travesía por la playa, mucho más llevadera que la anterior, descubren huellas de una tortuga, que marcan el lugar donde anidó. De las mochilas de algunos chicos cuelgan banderas: la española y la de su país. Una hasta la lleva atada al cuello. Dos jóvenes peruanas caminan de la mano. La Ruta proporciona constantemente imágenes para el recuerdo.

Los tres grupos se unen a la entrada de un tramo de selva dunar. Allí, uno de los guías da instrucciones precisas. Les pide a los chicos que estén atentos al recorrido, ya que hay muchos caminos y es fácil perderse; que no toquen la vegetación, pues algunas plantas provocan urticarias; que no cojan la sal que se encuentren porque se pueden cortar; que tengan cuidado con el agua de las charcas salineras, ya que en algunas zonas alcanza temperaturas de entre 50 y 70 grados y puede provocar quemaduras graves, y una última que quizás es la que preocupa más: que se protejan bien el cuerpo para evitar las picaduras de mosquitos y tábanos. Los recuerdos del baño en el manglar están demasiado recientes...

Bien pertrechados, continúan el camino hasta la zona de las charcas salineras. Cada una tiene nombre propio. La primera parada es una llamada «Duendes», en la que los ruteros ven la sal de cerca. Ésta se destina únicamente al comercio nacional: para mezclarla con hielo, que así no se derrite tan fácilmente y mantiene mejor el pescado, y la industria cárnica, entre otras.

El guía Juan José Chaak explica que la recolecta se realiza durante los meses secos, de marzo a junio, aunque a veces se extiende hasta agosto. En cinco o seis horas, cada persona puede sacar entre una tonelada o una tonelada y media de sal. Los salineros la extraen metidos en el agua (la misma que los chicos no debían tocar para no quemarse), con sus propias manos. Se protegen con guantes y calcetines de fútbol, que les duran uno o dos días. La piel sufre. Se hacen heridas para las que ese agua es como alcohol.

En el área de Celestún, unas 250 personas se dedican a esta recolección artesanal. La mitad de ellos procede de esta localidad. La otra, de poblaciones vecinas. Cuando acaba la temporada, trabajan en la pesca o la construcción.

La sal que se extrae de estas aguas rojizas, coloreadas por la dunaliella salina (un tipo de alga), se acumula en montañas y se deja secar durante tres o cuatro días. Posteriormente, se vende a 15 pesos (menos de un euro) por cada saco de 50 kilos. Después de los meses secos, se deja reposar la charca, se iguala el fondo para que no queden pisadas ni hoyos y con el agua de lluvia comienza de nuevo el ciclo.

Tras la parada en las charcas, los ruteros emprenden la marcha camino del campamento. Las nubes esconden el sol y el calor aprieta, pero es soportable. La charla es animada. Violeta Cabra, de Sevilla, afirma que vive muy bien sin móvil (la Ruta les prohíbe traerlo). Casi lo prefiere. Confiesa que añora más el chocolate, aunque sí echa de menos saber que está ocurriendo en el mundo. Comenta que una de sus compañeras le pidió a su padre que la mantuviera informada sobre lo que pasaba en el «exterior». Sobre las negociaciones para la formación de Gobierno en España, por ejemplo. Violeta está encantada porque gracias a ella sale un poco de esta burbuja que es el viaje. Aunque los chicos reciben mensajes de sus familiar una vez por semana, ellos no pueden escribirles directamente, pero sí les mandan vídeos a través de la organización.

Tras tres horas de caminata, llega la recompensa: un buen baño en el mar. Son las diez y media de la mañana. Su día acaba de comenzar.

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