Miento, luego existo: por qué ni siquiera la ciencia dice la verdad

El escritor y filósofo Juan Jacinto Muñoz Rengel sostiene en su nuevo ensayo, «Una historia de la mentira», que el ser humano conquistó el planeta gracias a su capacidad para el engaño, para la ficción

Juan Jacinto Muñoz Rengel, retratado en la Escuela de Imaginadores, en Madrid José Ramón Ladra
Bruno Pardo Porto

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La hipótesis es atrevida, cuanto menos: bajamos del árbol porque empezamos a mentir. Descaradamente, inevitablemente, a veces de forma inconsciente. Inventamos el fuego (también a Prometeo ) y justo después nos sentamos en torno a la hoguera para contarnos cuentos, mitos, y así, poco a poco, fuimos levantando castillos en el aire que terminamos llamando civilizaciones. No somos más que monos que aprendieron a mentir mejor que el resto, monos dotados de una inteligencia que solo sirve para hacer una cosa: ficción.

Sobre esta premisa construye Juan Jacinto Muñoz Rengel su nuevo libro, « Una historia de la mentira » (Alianza), en el que rastrea las fantasías que hemos urdido como especie desde el principio de nuestros días hasta hoy, desde el primer gruñido hasta el último tuit: esa colección de narraciones más o menos efectivas. «Yo hablo de la mentira en unos términos muy generales. Me refiero a la ficción. Hay relatos con más verdad, menos mentirosos, pero por definición el relato no es la realidad, es la sustitución de la realidad. Y nosotros nos movemos con esos reemplazos para organizarnos, para comunicarnos, para armar el grupo», explica el autor a ABC.

Su ensayo parte de la imposibilidad de conocer la verdad, que es inasible para el hombre, pues estamos condenados a vivir encadenados en la caverna platónica . Es una idea incómoda, sobre todo al levantarse por la mañana y comprobar que el despertador es cierto y audible, pero que permite relativizar, jerarquizar y diseccionar los grandes relatos que hemos creado para sobrevivir en este mundo salvaje e incomprensible: la superstición, la religión, la guerra, los mitos, el espionaje o la economía, por ejemplo. Incluso la ciencia entra en estas páginas, porque a pesar de lo que nos gustaría creer es un saber que avanza a tientas, agarrándose a distintas hipótesis (nombre noble de la mentira) que van muriendo cuando alguien encuentra otra mejor, más sólida, con más pruebas.

«La ciencia estaba en un altar muy parecido al de la religión, pero en el momento en el que la pandemia la ha sometido a presión se han visto sus tuberías. Se ha visto que en realidad es muy falible. Muchos científicos lo sabían, pero vendían otra imagen: hablaban con mucha libertad de la verdad, cuando lo cierto es que la ciencia solo se mueve por conjeturas y por ensayo-error en la mayoría de los casos. Necesitan del experimento, y por lo tanto se sigue equivocando todos los días. Su método consiste en equivocarse hasta que acierta, y en contrastar esos aciertos y reforzarlos. Por eso progresa y salva vidas y nos hace la existencia más fácil. Pero no es nada parecido a la religión. No tiene la verdad con mayúscula. Solo la persigue como perseguimos el horizonte», asevera Muñoz Rengel.

Esta revelación, este chasco, ha llevado a muchos a entregarse a la superstición. Como sospechan de cualquier cosa, especialmente de la estadística, abrazan la teoría que más les gusta, como que el 5G nos traerá el apocalipsis (igual que nos ha traído el coronavirus, por supuesto) o que somos víctimas de una conspiración mundial que lleva siglos repitiéndonos que la Tierra es redonda, algo que, por lo visto, debe ser malísimo, aunque nadie acierta a decir por qué. Hablamos de un fenómeno antiquísimo, como el caminar, y que renace cuando el presente tiembla. «La superstición es un efecto colateral de la inteligencia, y está más arraigada que la religión, porque es algo que hacemos de forma intuitiva. En realidad, a la mayoría de la gente ya no le importa la verdad, el horizonte, porque están mirando el móvil. El ciudadano de a pie ha dejado de estar concernido por esas cosas. Como mucho busca una reafirmación de las opiniones que ya tiene. Porque ahora es fácil encontrar una verdad y su contraria», afirma el pensador.

Hoy habitamos un tiempo tan desbordado por la mentira que hemos tenido que rebautizar el concepto. Se nos llena la boca con la posverdad, como si fuera una enfermedad contemporánea, pero es que parcialmente lo es. Nunca antes tuvimos tantos cachivaches para enviar y recibir bulos : «Hay gente que se está cebando en esta posibilidad nueva de mentir. Ya no puedes confiar en una imagen, porque es muy fácil manipularla. Y puedes falsificar una noticia entera a partir de una real, cambiando datos o cualquier cosa... Nuestros filtros son cada vez más escasos para lo que nos viene encima. El periodismo no está siendo capaz de ejercer de filtro como antes, porque la inundación mensajes se ha llevado el filtro. No hay capacidad de contraste para esta velocidad. Esto es jauja para los manipuladores».

En medio de este caos tal vez solo podamos salvar el arte, porque es la única mentira noble, la que no se avergüenza de serlo. «El artista reconoce que está mintiendo, pero miente para placer y crecimiento del receptor de su obra. El arte es la mentira más limpia que podemos ejercer», sostiene Muñoz Rengel. « Todo es mentira , pero hay mentiras y mentiras. Lo que hay que hacer es una jerarquía de las mentiras más correcta. Eso es la civilización», apostilla.

En fin, que solo existe una certeza: miento, luego existo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación