Jacobo Siruela durante la entrevista INKA MARTÍ
Jacobo Siruela durante la entrevista INKA MARTÍ

Jacobo Siruela: «Aún no hemos aterrizado del todo en nuestro siglo»

El editor de Atalanta pasa revista con ABC a los libros y personajes de su biblioteca más secreta

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Si un editor es su catálogo, el catálogo de Atalanta traza, como «El Hacedor» de Borges, la magnitud del territorio cultural de Jacobo Siruela. En «Libros, secretos» escritos de procedencias y épocas diversas confluyen en lo que podría ser una biblioteca del hermetismo. En esos secretos indagamos con el autor. Temas que, según dice, «se van encadenando unos en otros y así se pasa, no de forma abrupta de la descripción de ciertos libros más o menos impenetrables al misterio del mal, los mitos, o la esencial inconsistencia de la realidad o la belleza».

—Como pórtico, un fragmento de Gustav Meyrink, autor de «El Golem», un clásico de la literatura fantástica: «Ver las formas viejas con ojos nuevos» para alcanzar la juventud eterna...

—Sí, la juventud eterna no se cimenta en la actualidad. Las tendencias envejecen y en poco tiempo nos envejecen. Meyrink da en el clavo. Se trata de mirar las formas del pasado con ojos nuevos en lugar de contemplar las cosas nuevas con ojos viejos, como ocurre tan a menudo.

—Libros con secretos. Hablemos del manuscrito Voynich...

—Es uno de los libros más fascinantes de la historia humana porque ni los más talentosos criptógrafos del siglo XX han sido capaces de descifrar su alfabeto. Sólo podemos admirar sus intrigantes imágenes pero no sabemos nada.

—«El libro mudo» (1677) se centra en la alquimia, conocida como el arte de Hermes. ¿Cómo definiría lo hermético?

—Es una obra sin texto, o mejor dicho, su texto es el desarrollo consecutivo de quince cautivadoras imágenes que, según los alquimistas, revelaban más que ninguna otra obra los secretos del arte alquímico. El hermetismo es la reacción de ciertas élites frente a la religión oficial propugnada por los funcionarios de la Iglesia. La alquimia ha sido denostada entre otras cosas porque se la interpretó erróneamente desde un punto de vista puramente químico. Fueron los precursores de la química moderna, eso es cierto, pero sus objetivos no eran materiales sino espirituales.

—Se adentra también en el «Finnegans Wake». ¿Qué relación mantiene con esta obra de Joyce?

—Adoro la música verbal de Joyce. Quizá es el autor que más ahonda en las posibilidades del lenguaje y el que lleva el lenguaje hasta sus límites incluso sobrepasándolos: «Finnegans Wake» es una inmersión en la noche del logos. Un libro puramente verbal que hay que leer en voz alta como una cantata o un canto coral.

—Teosofía y vanguardismo. ¿Qué tienen en común Kandinsky y Madame Blavatsky?

—Kandinsky fue un devoto de la teosofía. Lo deja muy claro en un pasaje de «Lo espiritual en el arte». Y Mondrian fue miembro activo de la rama alemana de la Sociedad Teosófica, como Paul Klee. Es absurdo pensar que la revolución artística que propugnaban fuera puramente formal. Su aspiración era hacer visible lo invisible e inaprensible. Los teósofos, con todos sus disparates metodológicos, les ofrecían con sus experiencias paranormales un campo inspirador. El arte abstracto fue un eslabón de la revolución romántica de principios del XIX que puso su acento fundamental en lo anímico en oposición al mundo materialista.

—Más protagonistas: Erzsébet Báthory, «la condesa sangrienta» que retrata la surrealista Valentine Penrose. ¿La encarnación más extrema del mal?

—No conozco otro ejemplo más atroz. Quizá los campos nazis o camboyanos de exterminio o la masacre de los chinos en el Tíbet... Bueno, la historia de la infamia es universal como bien sabemos. Pero el caso de Valentine Penrose es muy interesante no solamente por eso. Esta mujer siempre buscó unos modelos míticos femeninos para su vida y en su búsqueda se topó con el mal puro, el mal absoluto: en lugar de esquivarlo, profundizó en ello durante diez años.

—Los terroristas del Daesh, ¿participan más del extremismo maléfico que del radicalismo religioso?

—El terrorismo es el caso más extremo de que las ideologías siempre tienen un enorme contenido irracional y emocional. Sostengo que las ideologías nos impiden pensar y juzgar la realidad política y social y que se debe de vivir sin ellas, apoyados únicamente por lo que nos dicta la razón, la observación y la ética, que tampoco ha de ser heredada sino fruto de tu experiencia vital.

—Hace cinco años dedicó un libro a los vampiros. ¿Por qué este icono ancestral sigue tan vigente en el siglo XXI?

—Es un mito moderno por excelencia porque reúne los deseos y miedos de nuestra época. La sexualidad y el terror que produce la muerte, ya que el vampiro o vampira ejerce en sus víctimas el deseo más subyugante con el horror más profundo. El vampiro es un crisol de metáforas contemporáneas pero a la vez responde a un arquetipo de las estructuras antropológicas de las más antiguas creencias humanas. Por eso prende con tanta facilidad y produce ese horror tan irracional en nosotros.

—Goethe, Polidori, Stoker... ¿Cuál es su versión preferida –literaria y cinematográfica– del vampiro?

—Sin duda, el «Drácula» de Bram Stoker es, como ya dijo Oscar Wilde, una de la novelas más bellas del XIX. Un clásico por excelencia. Con «Drácula» el vampiro llega a su culminación literaria, así como la versión que hace Coppola representa su apoteosis cinematográfica.

—Afirma que la palabra «mito» está alejada de su identidad original…

—Ha perdido su sentido original. Desde el siglo XIX la palabra mito significa ficción. La mitología es la unión del mito, que imagina y narra, y del logos, que piensa y explica. Platón ya era muy consciente de esta diferencia, pero se sirvió de los mitos para explicar ciertas cosas inefables, que tal vez no se podrían explicar de otra manera. El mito es pensamiento poético, pero en modo alguno irracional. Nos habla de la experiencia interna humana. No nos habla de la historia sino de la intrahistoria de la humanidad. Y lo hace con mucha sabiduría.

—¿Qué se aprende leyendo «Gilgamesh»?

—Es el primer mito conocido, con más de cinco mil años de antigüedad, nos explica la evolución de la conciencia humana hasta entonces. Es maravilloso.

—¿El mito del progreso es el más tramposo de los mitos?

—El progreso no es un mito que brota del alma humana, como sucede con los sueños. El mito del progreso es un modelo racional decimonónico que muestra el optimismo que tenía el hombre frente al futuro de la humanidad y su confianza en los ilimitados poderes de la ciencia y la razón humanas. Ahora sabemos el alcance de su sombra y su poder devastador. Ahora más que nunca es el momento de meditar en ello.

—¿Qué sería de la racionalidad sin la imaginación?

—Y sin la intuición. La intuición y la imaginación son las madres de todas las ciencias y las artes.

—Como demostró en «El mundo bajo los párpados», el universo onírico constituye un plano más de nuestra realidad. ¿Abusaba Freud de la simbología sexual de los sueños?

—Como dice Hillman, del mismo modo que la mitología fue la psicología de la antigüedad, que registraba todos los arquetipos de comportamiento humano, Freud creó una nueva mitología, una de las más influyentes del siglo XX, donde el sexo es el motor central.

—¿La marginación de las Humanidades perjudica también a los estudios científicos?

—Y a la sociedad en general… Basar todo el conocimiento en un carácter meramente funcional es de una pobreza total. Lo que Ortega denominaba la «barbarie del especialismo».

—Escribe que la belleza es un estado. ¿Que es para usted «lo bello»?

—La belleza es un misterio tan grande como los agujeros negros del cosmos. La belleza no tiene ninguna función en el discurso científico evolutivo. El modelo científico es insuficiente. Deja fuera lo más importante, nuestra experiencia. La belleza es una cualidad inmanente al mundo, pero no todos la perciben de la misma manera, por eso, es un estado interior.

—Vivió una infancia rodeado de libros y arte. ¿Qué autores o pintores le influyeron más?

—De niño, Picasso y Goya. Y en cuanto a los libros, «Tintín», de Hergé.

—Aunque reconoce que la historia se fragua en las ciudades, afirma que la vida natural pasará a ocupar una posición central en la existencia humana. ¿En un sentido ecológico, estético?

—Si no es así, desapareceremos del planeta. Es sorprendente cómo la ecología, que es uno de los temas políticos más acuciantes del siglo XXI, porque nos atañe a todos por igual, no se haya abordado en los debates de esta campaña. La razón es que en el fondo no interesa. Aún no hemos aterrizado del todo en nuestro siglo.

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