La dolorosa odisea espacial de Michel Faber

El autor se despide como novelista con «El Libro de las cosas nunca vistas», escrito mientras su mujer sufría un cáncer terminal

BARCELONA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Las relaciones a distancia? Una broma; un juego de niños comparado con lo que Michel Faber (La Haya, 1960) les hace pasar a los personajes de «El Libro de las cosas nunca vistas» (Anagrama), algo así como una historia de amor interplanetario en la que el protagonista, un pastor cristiano, se ve embarcado en una misión para evangelizar el remoto planeta Oasis mientras su mujer le va detallando cómo la Tierra se va lentamente al garete.

Una historia que podrían haber firmado a medias Stanislav Lem y Douglas Adams de no ser porque aquí hay más dolor que absurdo y el fantasma de la enfermedad y la muerte atraviesa las páginas y desborda la ciencia-ficción, la novela filosófica y el relato humanista.

Y es que, justo antes de encaramarse a esa bibliografía en la que destacan títulos como «Bajo la piel» -llevada al cine por Jonathan Glazer y protagonizada por Scarlett Johansson- y «Pétalo carmesí, flor blanca» para entonar su do de pecho narrativo, Faber planeaba un libro sobre «la distancia, la comunicación y la tragedia de la incomunicación».

La noticia de que a su mujer le acababan de diagnosticar un cáncer terminal, sin embargo, dinamitó cualquier previsión: la enfermedad tomó las riendas y le acabó llevando a otro terreno, más oscuro y reflexivo, sobre sobre la dimensión de ser humano y el manejo de la pérdida. «No sólo la pérdida de la vida, también de la juventud, de la memoria, de nuestros cuerpos e incluso del planeta», apunta un autor para el que, a pesar de todo, enviar a un misionero a surcar la galaxia seguía teniendo todo el sentido del mundo. «Cuando en una pareja uno tiene cáncer y el otro no, es como vivir en planetas diferentes», asegura.

Correr más que el cáncer

Entre 2006 y 2014, Faber trató de acabar el libro antes de que el cáncer se llevase a su esposa, estuvo a punto de arrojar la toalla varias veces, se comprometió a escribir al menos seis líneas al día y, cuando pensaba que la enfermedad sería más rápida que su teclear, logró terminarlo. «Ha sido un consuelo poder acabarlo mientras ella estaba viva», explica ahora.

Triste consuelo para el Faber marido y emotivo punto de fuga para un escritor que, al menos como novelista, ha decido bajar la persiana. «Ya hay muchos autores que escriben demasiado», aclara. Ahora, añade, prefiere centrarse en la poesía y en honrar la memoria de su esposa terminado los relatos que dejó inacabados y elaborando una biografía para consumo familiar.

Antes de despedirse como novelista, sin embargo, Faber aún ha tenido tiempo de arrimarse a la ciencia-ficción desde una perspectiva realista, idear una raza alienígena tras la que se intuye un poso de humanidad y, ya puestos, explorar los mecanismos del dolor y el consuelo cuando entran en contacto con la religión. «Soy ateo, no creo que haya nadie ahí arriba preocupándose por nosotros, pero la vida puede ser a veces insoportable para los humanos, y una de las funciones de la religión es intervenir cuando se sufre de esta manera -explica-. La realidad es muy cruda, así que puedo entender porque mucha gente necesita la religión».

La ambición de Faber le ha llevado también a tratar de despejar la incógnita nada menor de «lo que implica ser un ser humano». Y después de más 600 páginas y un relato alucinógeno y absorbente, podría decirse que lo tiene bastante claro. «Todos intentamos buscar un balance entre vivir el momento y estar conectados con el pasado y el futuro, pero nunca llegamos a encontrarlo; ser humano significa buscar ese equilibrio hasta que nos morimos», concluye.

Ver los comentarios