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«Platero y yo», un clásico centenario que regresa como el primer día

ABC ofrece la novela de Juan Ramón Jiménez en versión facsímil por 19,99 euros

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«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos... ». Juan Ramón Jiménez, su creador, ya era un poeta consagrado de treinta y tres años, cuando decidió comenzar esta aventura sobre el burrito que le acompañaba en su feliz infancia en su patria chica, el pueblo de Moguer, en Huelva.

Todo en todas las páginas de esta maravilla, «Platero y yo», es una delicia, todo es hermoso, bello, conmovedor, sugerente, poblado por ese inigualable tesoro en que, con aparente facilidad, Juan Ramón conseguía convertir todo en una hermosísima metáfora, hasta las pezuñitas de un borriquillo, sus ojillos inquietos, su milenaria nobleza, y su mal genio, que de vez en cuando puede llevarle a darnos una coz.

Sin duda nos la habremos merecido.

Platero, blanco, blanquísimo, es un dulce de leche y, como el poeta, siempre le amamos y le amaremos para siempre. De niños y de mayores. Porque, como recordaba hace unos días en estas páginas el también poeta, miembro de la Real Academia de la Historia y colaborador de ABC, Luis Alberto de Cuenca, leer de niños «Platero y yo» es una delicia, pero una delicia que debemos considerar habitual.

Formidable

Sin lugar a dudas, «Platero y yo» es un formidable y bellísimo libro para niños, una auténtica delicia, una forma impagable e irrepetible para que los chavales puedan ir sabiendo lo maravillosa que es y que puede llegar a ser la literatura, la poesía. No algo extraño, raro y complicado, sino algo que está al alcance de todos, incluso de esos locos bajitos. Con toda la sencillez del mundo, porque Juan Ramón, autor de libros tan maravillosos como los «Poemas de un poeta recién casado», escondía bajo su pretendida dificultad, sobre su significativa profundidad, una sencillez y un dominio de la palabra absolutos.

Solo los más grandes, como él, que en 1956 obtuvo el premio Nobel de Literatura que concede la Academia sueca, pueden hacer eso. Hablando de lo divino, llegar siempre al ser humano.

«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos..». Y no los llevaba. Porque sus diminutas pezuñas eran de melancolía.

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