«La Cafetière I», obra de Jean Dubuffet que perteneció a la colección personal de Hergé
«La Cafetière I», obra de Jean Dubuffet que perteneció a la colección personal de Hergé
ARTE

Con el permiso de Tintín

Hergé, padre de Tintín. Pero también coleccionista de arte, amigo de artistas, pequeño pintor... Todo esto cabe en la retrospectiva que le organiza el Grand Palais en París

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En 2006, el Centro Pompidou le dedicó una exposición a Tintín. Estuvo instalada en su hall, y era bastante pequeña y decepcionante, pero tuvo la virtud de colocar a la inmortal criatura de Hergé –¿O es al revés?: Ver la biografía de Benoit Peeters, « Hergé, fils de Tintin»– en uno de los tres o cuatro museos importantes del mundo, y de plantar el cohete lunar en la fachada del mismo. Diez años después, París vuelve a ser escenario de una magna operación tintinesca, esta vez en el Grand Palais.

La exposición, simplemente titulada « Hergé», es una delicia. Hay muchísimas planchas originales, muchísimos apuntes lineales prodigiosos, muchísimos originales de revistas o de álbumes… Escenográficamente, funcionan magníficamente la maqueta del cohete lunar, la del castillo de Moulinsart, la del observatorio astronómico de « L’étoile mystérieuse», así como la auténtica estatua chimú en que está inspirado el fetiche arumbaya –tribu esta inventada– de « L’oreille cassée». Bellísimas algunas ampliaciones monumentales de viñetas, que de repente casi parecen cuadros de Alex Katz o de Patrick Caulfield.

Eficaz el muro tapizado de álbumes en los más variados idiomas. Oportunas las referencias a «Paris-Match» en el contexto de « Les bijoux de la Castafiore». Inevitable la presencia de los dos ciclos no-tintinescos: el de Quick y Flupke, los niños de una Bruselas que es la de la infancia del dibujante, y el de Jo, Zette y Jocko, cuyas desventuras tanto nos desasosegaban de niños. Es un consuelo saber que el autor no se sentía cómodo con ese ciclo, fruto de un encargo.

Coetáneo de Magritte

Una de las salas más hermosas y sorpresivas es la dedicada al cartelismo y a la gráfica producida en los treinta por el Atelier Hergé Publicité: Georges Rémi –el nombre auténtico de Hergé, es decir, erre de Rémi, y ge de Georges–, más José Delaunoit, sobre el cual se sabe poco. Genial el cartel del « Petit Vingtième», y magníficas las imágenes de turismo y deporte. Aquí se aprecian las raíces déco de este coetáneo de Magritte y Delvaux, de este dibujante que aparte de inventar la línea clara, participa del gusto de época por trenes, paquebotes, automóviles o aviones. Uno, por ejemplo, cuando sube a un avión de hélice, siempre da, luego, el parte de que ha viajado «en el avión de Tintín».

Otra sala interesantísima, aunque no termina de entenderse la razón de que se haya decidido que sea la primera –de hecho, la exposición está construida «à rebours», del final al principio–, es la dedicada a la relación del dibujante con el gran arte. En ella vemos obras que fueron de su colección: de Herbin, Fontana, Dubuffet, Poliakoff, Lichtenstein, Jean-Pierre Raynaud o un Pat Andrea especialmente feliz el día de la inauguración. También los dos retratos de Hergé por Warhol.

Una pena que no figure nada de un pintor al cual el belga también coleccionó, nuestro Mompó; en la que fuera la colección del valenciano, se conserva –pero en Moulinsart no deben saberlo– uno de los dibujos preparatorios de « Vol 714 pour Sidney».

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