ARTE

Miguel Ángel Campano, volver a lo esencial

Desde los ochenta, Miguel Ángel Campano reavivó las posibilidades de la abstración, tal y como muestra ahora una retrospectiva en el Museo Reina Sofía

«La vorágine» (1980), monumental lienzo de los orígenes de su autor

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Miguel Ángel Campano (1948-2018) fue uno de los pintores más rigurosos de su generación, dispuesto a cambiar -cuando lo estimó oportuno- de estilo sin acomodarse al fácil manierismo. Entregado durante años a una relectura de la tradición pictórica, especialmente fascinado por Delacroix, Cézanne y Poussin , supo apropiarse y reinterpretar libremente los logros del expresionismo abstracto norteamericano.

En el texto que escribió para su catálogo de la galería Carles Taché en 1992, Campano señaló cómo hay una gran sabiduría entretejida en las obras que calificamos como «maestras», siendo decisiva la primera mirada que se les dedica; allí recordaba haber mirado miles de veces el ciclo de Las cuatro estaciones , de Poussin: «su peculiar locura» era la de tratar de restituir aquella primera mirada. También en otro catálogo, el de la muestra que se le consagró en el Palacio de Velázquez en 1999, Santiago B. Olmo advirtió que su actitud pictórica es, al tiempo, visceral y telúrica sin que falte «un rigor analítico que no utiliza para analizar las cosas, sino para percibirlas y transmitirlas a través de una mirada intuitiva y perceptiva».

Esa inmediatez esta sedimentada en una gestualidad tremendamente decidida y en opciones cromáticas radicales. Sin duda, el itinerario artístico de Campano desde cuadros como Las vocales (1980), La Grapa (1985-1986), Omphalos (1985) o la impresionante serie Ruth y Booz (1991-1992), supone tanto un análisis sobre el significado de las imágenes cuanto una búsqueda de una dicción propia y, por supuesto, una inmersión arriesgada en los placeres y tormentos del imaginario.

En 1987, cuando hace su exposición en la galería zaragozana de Miguel Marcos , Campano estaba en la cima de su intensidad pictórica, con una energía desbordante que le permitió revisar el cubismo y dialogar con la abstracción geométrica que desplegaron artistas de El Paso como Gustavo Torner ; pero también pinta naturalezas muertas y vibrantes paisajes, como Mistral rojo (1982-1983), que reformula el horizonte provenzal, o realiza aquel conmovedor homenaje a la poesía de Rimbaud que son las Vocales .

En los noventa inició un impresionante proceso reduccionista , convirtiendo el negro en su color fundamental. En 1994, Campano apuntó que la cuestión decisiva era «ir quitando a la pintura todo lo accesorio». A pesar de esa voluntad «minimalizadora», la estética de este pintor le llevó, una y otra vez, al abigarramiento, lidiando con el horror vacui tal y como es manifiesto en Elías (1996-1999), obras en las que dispuso una enorme cantidad de pequeños cuadros con puntos blancos o negros , intentado desbordar el marco tradicional de la pintura, pero reterritorializándola en una suerte de barroco vertiginoso.

Desde el ascetismo formal , Campano fue capaz de recuperar el pulso y el antiguo placer cromático. Tal vez el viaje a India que realizó en esa década fue determinante para que combinara la inflexión mística y la particular poética del silencio que le interesaba, con un despliegue del color que tenía que ver con el cuestionamiento de la rigidez geométrica. Reaparece entonces una fascinante «voluntad de juego», una pulsión pictórica que dibuja redes o acaso laberintos vitales.

Liberación dramática

La pintura en blanco y negro de Campano supone una liberación de los acentos dramáticos , un paso hacia una obra más despreocupada y alegre. Sin que eso supusiera que derivase hacia lo ingenuo, siempre mantuvo una visión lúcida de los abismos hacia los que nos dirigimos: «No creo -declaró- que haya existido ningún momento paradisiaco. Hay tormentas, la tierra tiembla y los huesos crujen. No hay creación pura. Todo está hecho de los restos anteriores».

Los rotundos cuadros de este artista que ahora podemos revisar en la oportuna retrospectiva que le dedica el MNCARS están llenos de inquietud, pero, al tiempo, de sensualidad, oscilando entre la sublimidad paisajística y la estructura pulsional del dibujo, ofreciéndonos una trama dispersa, agitada por la verdad atmosférica, por la lenta erosión del tiempo.

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