Dos empleados de Sotheby's sostienen «Untitled (Yellow and Blue)», obra de Rothko subastada el año pasado
Dos empleados de Sotheby's sostienen «Untitled (Yellow and Blue)», obra de Rothko subastada el año pasado - AFP
MÚSICA

Loren Connors, el sonido de lo inexplicable

La reedición de «Blues: The Dark Paintings of Mark Rothko», grabado en 1999 por el guitarrista, documenta la progresiva mudanza del pop a una abstracción en la que ya se había instalado el resto de las bellas artes

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Coetáneo y amigo de buena parte de los maestros del expresionismo abstracto, Morton Feldman ya se encargó de componer –sobre la marcha– la música que por roce directo y también por derecho mejor puede tratar de cuadrar el círculo y contarle al oído el significado visual, la hondura espiritual e incluso las dimensiones físicas de la obra de autores como Mark Rothko. Lo inexplicable, en cualquier sentido, de la vista al oído.

La Semana de Música Religiosa de Cuenca, ciudad que es subsede española de la abstracción plástica, pero también propietaria de una producción imaginera de hechuras clásicas, hiperfigurativa, paseada a golpe de tambor y temblor en Semana Santa, no ha sido ajena a la experimentación propuesta por Feldman.

No solo de Bach vive un ciclo que hace un par de años programó la « Rothko Chapel» del autor neoyorquino, compuesta como traducción musical de las pinturas negras con que Rothko llenó la capilla de Houston que, levantada a la medida y en función de sus obsesiones místicas, John y Dominique de Menil le encargaron hace ya medio siglo. Allí siguen, como un desafío al ojo y el alma.

El color del sentimiento

«La gente que llora ante mis cuadros vive la misma experiencia religiosa que yo sentí al pintarlos», uno de los asertos más célebres del pintor de origen letón, no es sino la introducción de una confesión de parte con la que Rothko asume la dificultad que entraña la comunicación de una experiencia tan profunda como la religiosa a través de lo que se traía entre manos, que eran brochas y pinceles. «A quienes sólo se ven atraídos por las relaciones de color se les escapa lo decisivo», confesaba el artista, que con otras palabras venía a reconocer que donde se ponga un buen paso de palio de Jueves Santo, que se quite lo pintado.

Si ya resulta complicada la transmisión de los pulsos del alma a través de la pintura, que es una cosa que salta a la vista, traducir con unas mínimas garantías de éxito estos ejercicios espirituales al lenguaje musical es de nota. La sobresaliente obra de Feldman tiene que ir acompañada de un prospecto para que su administración logre el efecto deseado en un oyente que, como el que mira un cuadro desfigurado y busca en su título una pista sobre su significado, necesita nociones previas a la escucha, un croquis con el que manejarse y situarse en la posición correcta para percibir unos mensajes cifrados por la abstracción. Como Feldman, también Loren Connors pone delante de la audiencia un cuadro de Rothko. Señalética se llama ahora la cosa. En « Blues: The Dark Paintings of Mark Rothko», el guitarrista se inspira en los lienzos oscuros que el pintor realizó mientras completaba el encargo de la capilla de los De Menil, una serie cuya exhibición en la National Gallery de Washington contó hace unos años con el apoyo sonoro de la «Rothko Chapel» de Feldman. Era lo que tenían más a mano. La obra de Connors no estaba entonces disponible.

Oración eléctrica

Grabada en 1999 y autoeditada, esta sobrecogedora muestra del talento de Loren Connors solo había circulado a partir de las doscientas y pico copias que su autor, entonces Guitar Connors, había hecho a mano y despachado desde su sello. La nueva edición de esta obra permite, casi veinte años después de su composición, disfrutar del magisterio de uno de los mejores y más heterodoxos guitarristas de nuestro tiempo, cuyas cuerdas se tensan y agudizan para tratar de perforar, por su junta de dilatación cromática, siete lienzos de Rothko en otros tantos blues, contrahechos entre tremores y huidas hacia delante. Los drones acústicos de Connors se cruzan con acordes clásicos en una obra en la que el músico de New Haven sintetiza el blues y la pena, pero cuyo argumento corre el riesgo de perderse sin el título que la identifica.

Como el reciente « Zauberberg» de Jaeger, Mathieu y Rabelais, cuya trama no es otra que «La montaña mágica» de Thomas Mann, en estos blues inspirados por la pintura de Rothko la interpretación del oyente –su derecho de tanteo, especulación y tarareo– no es libre. Frente a la abstracción, dirigismo.

Mientras se hace adulto y madura, y últimamente le han entrado otra vez las prisas y las ganas, el rock sacrifica la banalidad y la falta de ambición que durante décadas le permitieron estimular al público sin directrices, sin plantear reflejos condicionados en un oyente que ahora recibe un programa de mano y cuya respuesta emocional viene ya predeterminada. Nada nuevo. Lo que era el arte, con más o menos mayúsculas, aplicado a unas formas que fueron de pura expresión y ahora intentan ser de conocimiento, de un relato en el que cada uno escuchó lo que quiso, según le vino en gana, y que ahora está oportunamente sujeto al guión de la trascendencia. Cosas de la edad. Lo inexplicable, con manual de instrucciones.

Ver los comentarios