Un jovencísimo Julien Graq anuncia en diciembre de 1951 que rechaza el premio Goncourt, concedido a su novela «El mar de las Sirtes»
Un jovencísimo Julien Graq anuncia en diciembre de 1951 que rechaza el premio Goncourt, concedido a su novela «El mar de las Sirtes»
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Julien Gracq, antes del fin

Tras dedicarle tres años de su vida, Julien Gracq abandonó «Las tierras del ocaso», sin terminarla, en el interior de una maleta. La novela, magnífica, se traduce ahora al español

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Una emboscada siempre inminente, un movimiento sordo en la niebla, en medio de tardes de calma, polvareda y pereza átona: esta es la tensión que subyace en la escena de Julien Gracq. Igual que una obsesión que se aproxima va despejando todo el terreno antes de instalarse sin recato. Ciudadela o marca forestal, poblada de castillos crepusculares y silencio de calles muertas, de seres perdidos, arcos y poternas, de aromas de pozo y sombras que se estiran furtivas sobre la piedra. El universo de fronteras fluctuantes de Gracq tiene aires de De Chirico. También de maldición bíblica. Lo nota el propio narrador de «Las tierras del ocaso»: «Se trata de las noches recobradas de la Biblia, batientes y mal cerradas, pobladas de deseos rampantes en las tinieblas, de caminos secretos, de ensueños de puertas sorpresa y de centinelas degollados: es el alma en la noche que se siente asediada».

La escritura espléndida de Gracq (Saint-Florent-le-Vieil, 1910-Angers, 2007) despliega aquí como un espacio imantado, cargado de signos. Preñado de miedos y de portentos. Se diría que todo está organizado para un próximo y fatal sacrificio. Que, en esa majestuosa y pautada lentitud sacrificial, todo se repliega sobre una auspiciada imagen de muerte. Por eso el escritor maneja las palabras con primor, como si se tratase de una ceremonia sagrada, con la precisión y el misterio de las invocaciones rituales. Aferrado a ellas para encontrar el camino sinuoso que conduce a la revelación. El momento en que todo se coagula en una penetrante inmovilidad.

Falto de esperanza

«Las tierras del ocaso» es una narración de ojo en vela; que vela en el resplandor teatral de vísperas de la noche apocalíptica. El tema de la novela póstuma de Gracq es el del fin de una civilización. Lo señala también el narrador: «El mundo esperaba para su redención y su postrera justificación la presencia exclusivamente y la salvaguarda de una mirada que no pestañeara».

El texto -magníficamente traducido, lo que no es desde luego nada fácil ante la escritura de Gracq- celebra también el espectáculo primordial de una vida libre, en comunión con la naturaleza. En un universo arquetípico, como de los primeros días de la humanidad. La tensión entre un mundo eternamente renacido y su propia destrucción es el eje que articula el relato. El narrador así lo señala: «Se puede considerar este mundo como una maravilla irreemplazable para el hombre, y estar tranquilamente falto de esperanza».

Sin edad

La figura protagonista se asemeja por ello a la de un guardabosque que interpreta las señales de la tierra desde un puesto de observación. La cabaña aparece entonces como el espacio primordial de protección y vida. La soledad centrada que devuelve al narrador a una memoria sin edad, y acaso el mejor lugar para observar los destellos en la fronda durmiente, las estrellas frías y los rumores de límites en la ronda de noche.

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