LA URRACA

El criterio (perdido) para valorar las obras literarias

Vemos con estupor cómo muchas veces los mejores lectores o incluso los críticos más prestigiosos aceptan con una gran sonrisa libros que son como marisco pasado o bollería industrial

Andrés Ibáñez

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Vivimos en un mundo de expertos. Todo el mundo diferencia, por ejemplo, la fruta buena de la mala, el pescado fresco del no tan fresco. En el mercado , sabemos qué peras tienen buen aspecto pero están duras como piedras, qué melón está pasado, qué naranjas tienen zumo o están secas. Otro ejemplo fácil: la ropa . Todos diferenciamos un buen traje de un traje barato, un jersey de Alcampo de uno de El Ganso. ¿Y los bolsos? ¿Y los relojes? Un Cartier es un Cartier, y un Swatch es un Swatch. La cosa está clarísima. Lo mismo sucede con la electrónica , con los móviles , con los coches ... Todos, hasta los que no sabemos nada del tema, percibimos la diferencia que hay entre un Renault y un Ashton Martin. Todos entendemos instintivamente la diferencia entre la baquelita y la madera, entre la piel artificial y el ante, y vemos, sin hacer ningún cursillo, la diferencia entre unas copas de cristal bueno y unas de vidrio vulgar, o entre un mueble de época y uno de Ikea.

Pero vayamos a cosas más refinadas. Pensemos en el cine, por ejemplo. Sabemos si un actor es creíble o es falso, si la fotografía de una película es buena o mala, si la música es adecuada y mejora la película o no le añade nada. ¡Somos expertos en tantas cosas! Vemos con claridad la diferencia entre el marisco y el sashimi, entre los productos artesanos hechos a mano y los producidos en serie en una fábrica, entre un buen cantante y otro pésimo. Todo el mundo sabe de todo y entiende de todo y a nadie se la pueden dar con queso . En todo menos en una cosa: en la literatura . Ahí vemos con estupor cómo muchas veces los mejores lectores o incluso los críticos más prestigiosos aceptan con una gran sonrisa marisco pasado, manzanas agusanadas, bollería industrial y salsas con glutamato . Es como si nadie fuera capaz de distinguir lo verdadero de lo falso, el original de la imitación. El criterio, el sentido común, el más básico entendimiento del valor artesanal, intelectual o emotivo de las obras literarias parece haberse perdido por completo. ¿Por qué? ¿Cuándo?

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