El selfie que Anna Ballbona dedica a ABC Cultural
El selfie que Anna Ballbona dedica a ABC Cultural - A. B.
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Anna Ballbona: «Las etiquetas son una birria y están para pisotearlas, como toda la camama de alta y baja cultura»

Esta autora, que siempre va «con una libreta encima, tomando notas», viene del mundo de la poesía y acaba de publicar su primera novela, «Joyce y las gallinas», en Anagrama

- Madrid Actualizado: Guardar
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¿Cuáles son sus intereses como escritora?

¿Llegar a una verdad de las cosas quizá suena tópico y ñoño, no es cierto? Pero sí que debe haber algún tipo de verdad en las cosas si te conectas con ellas sin pensar en el utilitarismo inmediato, en atar el partido antes de la media parte. Contar historias, hacer aflorar lo tapado, el lado oscuro, la eterna dualidad, lo singular, lo poético, lo paradójico, la insufrible o zalamera contradicción con la que andamos, pues supongo que eso me interesa.

¿Y como lectora?

Hay una parte de lo que buscas hacer que está en tus lecturas preferidas o autores queridísimos. Intentar escribir como ellos. Pero también me encantan las sorpresas inesperadas, la perplejidad estética que te hace tomar otro camino con el que no contabas.

O incluso, tener la certeza de que no tomarás ese camino pero saber que has visto allí algo de brutal. Por encima de todo, busco que me cuenten historias, que me embelesen o me engañen con ellas, me da igual, pero que la historia te lleve. Y puede ser una historia que no parezca una historia. Quizá son las mejores.

¿Sobre qué temas suele escribir?

Me resulta un poco extraño saberlo. Todo lo que me llame la atención, que me da la impresión que son cosas que tienen que salir un poco de lo normal. Siempre hay una obsesión en mí de despedazar la impostura, la tontería, el quiero y no puedo, la comedia social, explicar lo extravagante o interrogarte sobre lo que se da por hecho; me lleva la curiosidad de observar y descubrir historias que en un primer momento parecían migajas. Y mezclar, mezclar géneros y temas, que las etiquetas son una birria y están para pisotearlas, como toda la camama de alta y baja cultura, de las modas y el consumismo cultural de usar y tirar.

¿Dónde ha publicado hasta el momento?

La poesía, en un par de editoriales pequeñas: «Conill de gàbia» (en LaBreu Edicions) y el primer libro, «La mare que et renyava era un robot», en Galerada. Mi primera novela, «Joyce y las gallinas», la publiqué en Anagrama, en marzo, en catalán. Y ahora, este mes de junio, ha salido traducida al castellano. En junio la presentamos en Madrid, junto con el músico Manolo García, un personaje generoso y apasionado, que también tiene su particular historia con las gallinas y el mundo de la granja.

¿Con cuáles de sus «criaturas» se queda?

Sin ninguna duda, con «Joyce y las gallinas». No porque vaya a abandonar la poesía, creo que la poesía nunca la abandonas (ni te deja), sino porque acabar la novela fue, en cierto modo, como culminar un pico. Una tarea de alpinista, de buscar los momentos de silencio, de estar contigo, de hacer varios viajes (físicos, personales, literarios) para acabarla y sortear obstáculos diversos: me fui a una residencia de escritores en Estados Unidos, estuve unos pocos días en un santuario de monjas benedictinas (sin ser creyente, fue fantástico, algunas notas andan por ahí), me fui a Avignon (coincidió con el ataque a Charlie Hebdo y estuve más pendiente de la calle que de la novela)… Y el viaje con el Ulises de Joyce, con Pavese, con Banksy, la multitud de viajes en tren (y la multitud de notas tomadas de conversaciones surrealistas). «Joyce y las gallinas» tiene toda una historia detrás en el proceso de elaboración y tiene toda una historia a partir de salir publicada. Editar con Anagrama, trabajar y hacer crecer el texto con la editora –Isabel Obiols– e ir de la mano de Jorge Herralde y todo su gran equipo es una gozada, una experiencia formidable. Las conversaciones con Herralde son un regalo para todo el mundo y más para una autora que publica su primera novela. «Joyce y las gallinas» ha llevado consigo grandes cosas y, para mí, siempre será la novela de la gran oportunidad, del salto, del crecimiento y la alegría. Y de la libertad de poder escribir lo que me da la gana, ser feliz con ello y, encima, que a alguien le guste, te entienda y apueste por tu historia.

Supo que se dedicaría a esto desde el momento en que…

Yo creo que cuando mi abuela Amàlia me explicaba las historias de la familia, del pueblo… Y eran como cuentos. O cuando, de pequeña, rechazaba las muñecas porque un solo personaje no permitía nada de juego, o tenía que ser forzosamente un juego simple, y, en cambio, montaba culebrones con los Playmobil. O cuando imaginaba campeonatos de fútbol imposibles con equipos y grandes ídolos inventados (inventados a imagen de Lineker, de Rojo, de Archibald y después de Stoichkov y Laudrup…). El futbol es también una gran historia literaria. Ahora parece que ya está más claro y las chicas tampoco tenemos que ir explicando cada día cómo es que sabemos de futbol. ¿No?

¿Cómo se mueve en redes sociales?

Con curiosidad comedida. Y una distancia irónica prudente. Más como lectora que aprovecha la información y las conexiones a las cuales la red social te permite acceder, más como observadora, más como un juego, que no como polemista que necesita canonizar sobre todo o mear cinismo aquí y allá. Pero todo son opciones y hay gente para todo, claro está

¿Qué perfiles tiene?

Uno en twitter, @aballbona y punto.

¿Cuenta con un blog personal?

Sí, radiacions.blogspot.com. El nombre viene de un poeta y periodista catalán bastante desconocido, Carles Sindreu, de la época de los años 20 y 30 del siglo XX (otra obsesión mía), que practicaba una cosa que él llamaba «radiacions» (radiaciones), pequeñas iluminaciones líricas sobre las cosas. Vendrían a ser como las greguerías de Gómez de la Serna. Lo que pasa es que el blog lo tengo algo abandonado y le falta una capa de pintura. Cuelgo sobre todo artículos de opinión. Alguna vez he colgado alguna crónica del momento que me escribía encima (como cuando fui a ver unas carreras de caballos en el Club de Polo de Barcelona, club elitista por excelencia). En otro tiempo, también estuve colgando textos –diarios, memorias personales…– sobre el final de la guerra civil, que permitían reconstruir y seguir, día a día, los últimos meses de la República.

¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practica?

He participado en recitales de poesía, en lecturas y algunas charlas para institutos o en bibliotecas y librerías. Muy a menudo, tanto en institutos como en bibliotecas, sucede que la gente no deja de sorprenderte.

¿Forma parte de algún colectivo/asociación/club?

Yo diría que no. Me gustaría ser socia del Barça y tener palco pero intuyo que es demasiado caro y la cosa no da para tanto.

¿En qué está trabajando justamente ahora?

En una nueva ficción, alrededor de la idea de ascendencias y descendencias, y en una serie de artículos literarios, con las noticias absurdas como leitmotiv. Soy una coleccionista desordenada y totalmente arbitraria de cosas extrañas. Siempre voy con una libreta encima, tomando notas.

¿Cuáles son sus referentes?

¡Buf! Más difícil todavía, porque sí que hay referentes, pero además, y para mi es más importante, hay lecturas interesantes, libros iluminadores, estilos narrativos con los que te identificas y aprendes. Quizás me siento más cómoda hablando en estos términos. Autores que en un cierto momento me marcaron, como Vila-Matas, del cual después, a partir de «París no se acaba nunca», lo leí todo. En general, me han llamado la atención los autores que más claramente rebasaron los géneros. Por ahí entro con los americanos (¿empecé con Hemingway y Capote?) y autores más contemporáneos. Pero son muy importantes para mi algunos clásicos, como Calvino, Zweig, Flaubert, Pla, y evidentemente, Joyce. Y toda una retahíla de poetas. Poesía para afinar, también, la lengua. Los franceses siempre me han interesado bastante, desde los clásicos hasta los contemporáneos (Apollinaire y Camus pero también Carrère). La traducción al catalán que leí de «Ulises» (obra del señor Mallafrè) es un monumento. Los escritores –y periodistas– de antes de la República me han enseñado muchísimas cosas (Pere Calders, Trabal, Rodoreda, Xammar, Foix, Joan Sales, Chaves Nogales…), y entre otras, una relación fresca y a la vez profunda con la lengua literaria. Y el humorismo, como por ejemplo, de Chesterton. Y el vínculo desacomplejado con lo más próximo, de Moncada. De jovencita, me chiflaron García Lorca y una obra de teatro, «Historia de una escalera», de Buero Vallejo. Tuve una historia con Dovlátov, Zamiatine, Borges, Duras, Primo Levi, Montserrat Roig... Buá, he mencionado a algunos y ya siento que me dejo a otros y doy una impresión deformada de los referentes. Un día me dije que no respondería a la pregunta de referentes porque es una forma como otra de etiquetaje. ¡Pero si en mi novela la protagonista, Dora, entierra un libro que no acaba de aceptar como canónico!

¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacaría?

Complicado, porque sólo conozco o he leído a unos pocos nada más y me dejo gente buenísima que espero leer pronto (esto último sirve también para los referentes pendientes; pronto leeré a Ginzburg, Casavella y Modiano). Así, a bote pronto, por diferentes motivos, en catalán podría nombrar a Joan Todó, Alícia Kopf, Albert Forns (que ganó el premio Llibres Anagrama del cual fui finalista), Adrià Pujol, Marina Espasa o Miquel Adam; en castellano, Sara Mesa y Rubén Martín Giráldez y también Daniel Saldaña y Verónica Gerber (dos autores mejicanos muy interesantes con los que coincidí en Estados Unidos) y todo un grupo de periodistas / escritores que sigo con interés (Juan Tallón, Rafa Cabeleira, Nacho Carretero, Manuel Jabois…). En catalán, de una generación anterior a la mía, con una voz y una trayectoria muy sólidas, destacaría, por ejemplo, a Francesc Serés y Jordi Puntí.

¿Qué es lo que aporta de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?

¿Quizás es mejor que lo juzgue el lector? En todo caso, yo he intentado hacer una novela sin cotillas, que contenga muchísimas historias dentro, que ofrezca una mirada sobre las cosas, que venere la lengua con que está escrita, que juegue… Y del juego viene la ironía.

¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer como escritor para sobrevivir?

Quizá lo más raro ha acabado siendo trabajar de periodista. Como escritora, hice un pregón de Sant Jordi en Granollers (una ciudad a media hora de Barcelona, que aparece en «Joyce y las gallinas») y el pregón de la fiesta mayor de Òrrius (el pueblecito donde veraneé y de donde es parte de mi familia). Pero los dos casos, por extraño o condicionado que pueda parecer hacer un pregón, me ayudaron a hilvanar algunas ideas sobre mi relación con la literatura, mis orígenes de payés, mi arraigado sentido de la periferia… Y, por tanto, me acabaron ayudando para dar cuerpo y alma al personaje de Dora. A parte de eso, he participado en recitales de poesía muy extravagantes, auténticos concursos de quien es más saltimbanqui.

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