Garth Risk Hallberg, autor de «Ciudad en llamas»
Garth Risk Hallberg, autor de «Ciudad en llamas» - Inés Baucells
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Garth Risk Hallberg: «Escribo para que me lean, no para publicar»

La Gran Novela Americana sigue siendo un sueño para los autores estadounidenses, como demuestra «Ciudad en llamas», la ópera prima de Garth Risk Hallberg. Dos millones de dólares de adelanto para un libro de mil páginas

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La historia que esconde « Ciudad en llamas» (Literatura Random House) es una novela en sí misma. Su autor, Garth Risk Hallberg (Louisiana, 1979), creció en Carolina del Norte, pero pronto se vio atrapado por la escena «punk» del Washington de principios de los 90. Allí descubrió que de la música a la poesía hay sólo un paso que muy pocos se atreven a dar, por lo que tiene de reto. Él lo dio y, aunque sus versos no llegaron nunca a despuntar, aquel lirismo le abrió las puertas de la ficción. En esas estaba, escribe que te escribe, relatos cortos y más bien fallidos, cuando el 11-S se cruzó en su camino... Y en el de todos los estadounidenses.

[Crítica de «Ciudad en llamas; por Rodrigo Fresán]

Aquella fatídica mañana de septiembre le pilló al aún aspirante a escritor en una oficina que detestaba, en Washington, a pocas manzanas del Pentágono. La visión de las Torres Gemelas evaporándose como si fueran dos columnas de agua se quedó grabada en su retina hasta que, dos años después, ya en Nueva York, escribió la primera página de «Ciudad en llamas». Y todo cobró sentido. Se pasó más de seis años escribiendo, aterrado, eufórico. El resultado es una novela de mil páginas, por la que le pagaron un anticipo de dos millones de dólares y que el productor Scott Rudin se encargará de llevar a la gran pantalla. Si está (o no) llamado a ser el nuevo clásico de las letras norteamericanas sólo el tiempo lo dirá.

–Seis años escribiendo son muchos años. ¿Cómo recuerda todo el proceso?

–Después del «flash» inspirador, me pasé los primeros años escondiéndome del libro porque supe que sería enorme, como una ciudad en prosa. Era muy desalentador, porque pensaba que se tragaría mi vida durante muchos años. Pero el miedo es la señal del arte. Esto no quiere decir que el libro sea arte, pero para tener la posibilidad de crear arte tienes que arriesgarte a hacer algo aterrador.

–Que estés aterrado es la señal de que haces lo correcto.

–Creo que sí. Cuando tienes miedo se supone que tienes que huir. Cuando era adolescente era muy temeroso, pero aprendí, escuchando a Patti Smith y leyendo a los poetas, que tienes que enfrentarte a tus miedos.

–¿Cómo fue ese «flash»?

–Es importante entender que me crié muy lejos de Nueva York. En EE.UU. puedes vivir a 40 horas en coche de Nueva York y en nuestro caso eran 10, desde Carolina del Norte. Nunca sentí que perteneciera a ese lugar. Quizás los seres humanos pertenecen a otras ciudades.

–¿Se sentía un extraño en su propia casa?

–Sí, por razones que no entiendo.

–Su padre era profesor y escritor, y su madre maestra.

–Mi madre era maestra de inglés y mi padre profesor universitario. Teníamos muchos libros en casa. Es algo psicológico: te sientes un extraño y te evades con los libros. Cuanto más te evades en los libros, más te conviertes en un extraño.

–¿Y con qué libros se evadía?

–Cuando era pequeño leía dos clases de libros que, en realidad, eran del mismo tipo: uno era el de las novelas de fantasía, que creaban mundos en los que podía entrar.

–¿Como el universo de Tolkien?

Andy Warhol hizo que desaparecieran las fronteras entre el rock, el arte, la poesía y los medios

–Sí, pero en EE.UU. hay una categoría de novelas muy buenas para niños, ambientadas en el Nueva York optimista de la posguerra. Era un mundo fantástico, que no puedes encontrar en un mapa y que no pertenece a ninguna persona. Eso me obsesionaba, me fascinaba. Pensaba que Nueva York era una ciudad hecha con montones de libros, un paraíso. Tenía eso en mi mente, de una manera casi preconsciente. En mi adolescencia, la literatura se convirtió en mi vía de escape y me dirigí a la poesía.

¿Qué tipo de poesía?

–Todo tipo de poesía. Me sorprenden las cosas que leía. Desde Dante a Frank O’Hara. Es interesante porque la poesía, que es tan difícil de traducir, tiene fronteras más abiertas. He leído mucho a Whitman, siempre leía a Whitman.

–Todos los autores estadounidenses deben leer a Whitman.

–Sí, Whitman es como el Goethe estadounidense.

–Es el precursor de la Gran Novela Americana; él la inventó.

–Sí, tenía la ambición de abarcarlo todo.

–¿Y qué hay de la música?

–Me encantaba el jazz y el «punk», donde la poesía es muy íntima. Había escuchado a The Velvet Underground… Hubo un punto, en la historia de Nueva York, en que las fronteras entre el rock, el arte, la poesía y los medios desaparecieron; ese punto es Andy Warhol. Patti Smith, Los Ramones... Esta música me activó. Es melódica, pero disonante; blanca, pero negra. La parte de mi cerebro que descarta la información irrelevante no funciona; no es un talento, se trata más bien de un defecto.

–Me gusta como definición de novelista.

–Sí. Tenía todos esos fragmentos de información sobre esa época y ese lugar. En la década de los 90, Nueva York se estaba volviendo a construir, se estaba convirtiendo en una ciudad más ordenada, segura, limpia y funcional. Pero me fascinaba que todo eso hubiese surgido de algo más desordenado y peligroso, como si la destrucción y la creación no fueran opuestos.

–¿Qué sintió la primera vez que estuvo en Nueva York?

–Normalmente, cuando descubres algo con lo que has soñado es una experiencia en parte decepcionante.

–Mi primera vez en Nueva York no fue nada decepcionante.

–Yo tenía 17 años y descubrí que lo que había soñado era exactamente igual.

–¿Tuvo claro, desde el principio, que quería escribir una novela de esta envergadura?

–No. Iba a ser poeta y, de hecho, era un poeta terrible, pero me pasé de los 13 a los 17 años escribiendo poesía todo el tiempo.

–Pero sabía que era malo.

En casa me sentía un extraño y me evadía en los libros, pero cuanto más te evades más extraño eres

–Lo sabía. Al volver a Carolina del Norte escribí siete u ocho poemas que, de repente, eran buenos. Pero, después, lo perdí; sabía que nunca volvería a ser capaz de escribir poemas, así que me pasé a la prosa y escribí historias cortas malas durante varios años. Me mudé a Washington con la mujer que hoy es mi esposa y, seis semanas después, fui a la oficina de mi primer trabajo.

–¿Se sentía frustrado?

–Me sentía muy a la deriva. A los 17 años pensaba que ser poeta no era un trabajo, sino una manera de vivir.

–¿Cuánto tiempo aguantó allí?

–Esa es la historia. Llevaba pocas semanas allí y un día recibí un e-mail de mi editor. Era la primera vez que recibía un correo electrónico. Lo miré y había un enlace con una breve descripción de un avión que chocaba contra el Word Trade Center. Pensé que había sido un accidente, pero oí un cambio en el tono de la conversación que estaban teniendo al fondo del pasillo y eso disparó mi adrenalina. En algún momento se oyó una voz en «off» que decía que se había estrellado un avión en el Pentágono, que estaba a menos de una milla. Pensé que había estallado una guerra, algo inimaginable. Te preguntas cuánta gente hay dentro, ves a la gente morir... En Europa tienen experiencia...

–Pero no en EE.UU; les atacaron en el corazón de la nación.

–Sí, no hay nada con qué compararlo. Al final, la sensación fue extraordinaria, inolvidable y colectiva, como si nos despertaran bruscamente de un sueño. Dejé mi trabajo y me fui a enseñar a una escuela de primaria, porque pensaba que si me moría mañana debía hacer algo útil.

–Algo que realmente le llenara.

–Sí, podría servir de algo. De repente, surgieron grandes discusiones sobre cómo vivir, cómo comportarnos, cómo actuar, que no habíamos tenido en EE.UU. desde hacía tiempo.

–Creo que nunca antes, salvo en la crisis del 29.

–También en la década de los 60, pero después desapareció. Esa apertura duró semanas en Nueva York, luego se reanudó la vida normal y se olvidó. Fue como un olvido necesario. Decidí mudarme a Nueva York para escribir durante un par de años. En 2003, cogí un autobús para buscar piso y, al mirar por la ventana, fue casi como cuando Dorothy ve la ciudad de Oz: tuve la sensación de estar en casa. El perfil de la ciudad estaba cambiado, me parecía caótico y desorganizado. Nadie había sido capaz de expresar lo que había presenciando y sentido y pensé que era «el libro», como si me señalase y me dijese que lo tenía que escribir. Me bajé del autobús, escribí una página, y empecé a tener miedo.

–Pero, ¿por qué escribir sobre el Nueva York de los 70 y no sobre el momento actual?

–Sentía una responsabilidad enorme con el presente que no me daba espacio imaginativo. En las novelas del XIX siempre hay una antelación de 30 años. «Guerra y paz» no es la guerra de Tolstoi, la guerra de Tolstoi fue la de Crimea; y las cárceles en «La pequeña Dorrit», de Dickens, se adornaron con el tiempo.

–¿Está comparando su novela con esas novelas?

–Sólo de esa forma [ríe].

–Bueno, al fin y al cabo, ha intentado recuperar la esencia de la novela dickensiana.

–Nunca pensé que estaba escribiendo algo que se publicaría. De ninguna manera pensé que estaba escribiendo «Guerra y paz».

–¿Y por qué escribía? Porque todos los escritores escriben para ser publicados.

–No. Escribí durante años poemas que nadie leyó. Los escritores escriben para que los lean.

–Pero para que los lean, los tienen que publicar.

–No estoy de acuerdo. Cuando escribes tienes la sensación de que hay un oído escuchando; es una persona para la que estás escribiendo, independientemente de que se vaya a publicar. En 2007, me dije que era impublicable, un fracaso, y pensé que era muy liberador.

–¿Qué me dice del riesgo de escribir una novela de mil páginas? ¿Está el lector preparado?

Para tener la posibilidad de crear arte tienes que arriesgarte a hacer algo aterrador

–Era parte del miedo. Pensaba, inconscientemente, que me encantaban este tipo de libros y que debería escribir lo que me encanta. Al poco tiempo descubrí que los lunes a medianoche se formaban colas delante de las librerías para comprar el último libro de Harry Potter.

–Eso es imposible en España.

–También parecía imposible en EE.UU, pero la gente leía miles de páginas. Y en 2013, de repente, mi novela era publicable. Lo que pensaba que era un problema ya no lo era. La gente es buena prestando atención, está deseosa de cosas que capten su atención de una forma significativa y larga. Quiero pensar eso.

–Bueno, es escritor, tiene que pensar eso.

–Sí y quizás nuestra atención es fragmentaria en otros frentes. Hay algo rejuvenecedor, restaurador, en esta forma de prestar atención, que es muy gratificante para la gente. Si este libro no capta la atención será culpa mía, no del lector.

–¿Y los dos millones de adelanto? ¿Es una manera de quitarle o añadirle presión?

–Es una manera inteligente de hacer la pregunta [reímos]. Hay diferentes posibilidades.

–Es algo bastante inusual con una primera novela.

–No es algo en lo que haya pensado. No puedo decir nada sobre las circunstancias de la publicación. Pensaba que era un libro impublicable.

–No es el primer escritor al que le pregunto esto y tampoco será el último: ¿cree en la Gran Novela Americana? ¿Tiene la ambición de escribirla?

–Creo que los libros que más me gustan son muy ambiciosos: Beckett, George Eliot, Virginia Woolf... Cuando doy clases, les digo a mis estudiantes que no les tiene que dar vergüenza buscar la grandeza. Como escritor, no creo en la Gran Novela Americana, pero como lector creo en ella como un sueño, de la misma manera que creo en Nueva York. Es algo que nunca se ha realizado perfectamente, pero inspira todo tipo de expresiones extraordinarias de lo que es humano.

–¿Qué tiene una ciudad como Nueva York para que sus fantasmas hayan atormentado a generaciones de escritores?

–Es un privilegio que te atormenten así. Muchas veces me he preguntado cómo la novela acabó reflejando este periodo. No tengo ni idea. Recogía señales de otras personas que han estado inspiradas por la ciudad y eso, tanto si lo que estás escribiendo es fantástico o un desastre, es un privilegio extraordinario.

–¿En qué espejo se miró mientras escribía la novela?

No creo en la Gran Novela Americana como escritor, pero sí como lector

–Consulté muchos escritos de esa época, periódicos y revistas; encontré algunas reproducciones de «fanzines», de escritores «underground»… Pero no era muy metódico con la investigación. Recuerdo cuando se publicó la autobiografía de Patti Smith; terminé el primer borrador y me dije que tenía que mantenerme alejado de aquel libro, porque si no estaría demasiado tentado.

–No quería estar contaminado.

–Bueno, tendría mucha suerte si Patti Smith me contaminara.

–No me extraña, yo también [reímos ambos].

–Hablé con una historiadora y me dijo que la década de los 60 no fue el punto de inflexión, lo fue la de los 70, cuando se creó el mundo en el que vivimos. Nos provocaron esa resaca después de la utopía.

–En la novela describe muy bien la escena musical de Nueva York. ¿Qué piensa de la relación entre literatura y música?

–Siempre he pensado que la poesía se encuentra en algún lugar entre la música y la novela.

–Es una hermosa manera de describir la poesía.

–La novela es una especie de poesía fallida, del mismo modo que un humanista piensa que el ser humano es un ángel caído. Cuando escucho música es muy visceral, muy inmediata.

–¿Escuchó música mientras escribía esta novela?

–No, no puedo trabajar así, pero me levantaba de la mesa después de tres o cuatro horas, me daba un paseo largo y escuchaba música.

–La música de los 70.

–Sí, del periodo del libro y muchas cosas distintas, como Ella Fitzgerald, que cantaba en la década de los 40 las tensiones descabelladas de Nueva York. Escuchaba alguna canción y me preguntaba con qué personaje se identificaba.

–Por cierto, ¿qué piensa de internet? Porque tengo entendido que consulta sus e-mails en el ordenador de su mujer...

–Sí.

–¿No tiene ordenador?

–Sí, pero sin conexión a internet.

–No tiene Twitter, ni Facebook, ni Instagram...

–No. Es demasiado tentador para mí [muestra un teléfono móvil rudimentario, de los que ya ni se fabrican, ni se reparan].

–Quiero preguntarle por un párrafo concreto de la novela. ¿Puedo leerlo en español?

–Claro.

–«Y tú, que estás ahí fuera, ¿no estás también aquí conmigo? Es decir, ¿quién no sigue soñando con un mundo distinto a este? ¿Quién de nosotros, si implica liberarse de la locura, del misterio, de la belleza totalmente inútil del millón de posibles Nueva York de otra época, está dispuesto, incluso ahora, a renunciar a la esperanza?». ¿Piensa que, en ciertos momentos, renunciamos demasiado pronto a la esperanza?

–No estoy seguro de si debería hacer una confesión...

–¡Hágala, sólo está delante de una periodista! [reímos].

Los 70 crearon el mundo actual y dejaron la resaca que hoy vivimos

–Me quedo con el inicio de la «Divina Comedia», con Dante en mitad de su vida, teniendo que enfrentarse a la pregunta de si debe abandonar la esperanza y pasar por un proceso de recuperación para volver a encontrarla. La esperanza y la desesperanza son como la libertad y la seguridad, los polos entre los que siempre oscilamos. Esos polos están presentes en todas las vidas, pero en una gran ciudad esa oscilación es dramática, exagerada, y eso es lo que siempre busca un novelista.

–Hace cosa de un mes, caminando por Nueva York, tuve la sensación de que el suelo era el mismo que el de la década de los 90, de los 70, de los 50... Es como si la ciudad tuviera esa capacidad de protegerse.

–Es un organismo vivo.

–Es increíble.

–Es difícil hacer afirmaciones definitivas sobre cualquier organismo y no he podido hacerlo en menos de 900 páginas [ríe].

–Sé que no tiene nada que ver con la novela, ni con la literatura, pero quiero preguntárselo: ¿cree que Donald Trump podría convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos?

–No lo pensaba hace seis meses... No sería la primera caricatura que llega al poder, pero no he perdido la esperanza. Soy un romántico en cuanto a la naturaleza humana, a pesar de la preocupación que hay en EE.UU. y Europa. Seguimos viviendo la resaca que llega después de un mundo mejor. La gente va a encontrar la manera de acercarse a sus mejores sueños y en mis mejores sueños Trump no aparece como presidente.

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