Fotograma de «Heimat: La otra tierra»
Fotograma de «Heimat: La otra tierra» - abc
cine y TV

De «Heimat» a «Papusza». Europa y otras líneas imaginarias

Hubo un tiempo en el que Europa cruzó fronteras y vivió diásporas. Películas como «Heimat» o «Papusza» nos recuerdan que el viejo continente, hoy sacudido por el drama de los refugiados, es el resultado de un sedimento. El de otras culturas

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Entre 1944 y 1952, el escritor W. G. Sebald pasó su infancia en la región de Wertach im Allgäu, cercana a la frontera con Austria, «en un pueblo muy atrasado donde por el hecho de que en los años de la posguerra no había dinero, se vivía como en una época previa a las máquinas, en un entorno muy silencioso y natural, por eso hoy siento la invasión de la vida». Hacia esos mismos años, el cineasta Werner Herzog vivía en Sachrang, pequeña localidad bávara en «un valle oscuro» cerca de la frontera alemano-austríaca, entre cuyos bosques soñó con iniciar un viaje a pie en torno a las dos Alemanias, para encerrarlas en un círculo y devolverles la unidad perdida tras la guerra.

Esas vidas más allá del tiempo y el espacio provocaron cierto grado de amnesia en varias generaciones de alemanes, en unas por azar y en otras por necesidad de olvidar. Y contra la amnesia o la comodidad emocional nació en la década de los ochenta el proyecto Heimat, en principio una serie de televisión que ha ido mutando hasta convertirse en un fresco unitario pese a sus diferentes formatos, en los que los acontecimientos se expanden o se comprimen, se dirigen hacia el futuro o hacia el pasado, atravesando la Historia con mayúscula y desembocando en las experiencias personales de los miembros de la familia Simon, cuyos vaivenes finalmente acaban convertidos en memoria, la memoria de Schabbach, un pequeño e imaginario pueblo situado en la región de Hunsrück.

Generaciones heridas

Si en Francia podría decirse –en palabras de Serge Daney– que cada película de Jacques Tati fue acompañando a las generaciones de franceses a partir de la posguerra, en Alemania podría decirse lo mismo desde la aparición de Heimat. Generaciones heridas por la herencia histórica, geográfica, moral o familiar, sin una idea clara sobre sus responsabilidades y objetivos, sobre la diferencia entre realidad y ficción, o sobre su papel en la Comunidad Económica Europea. ¿Cómo ser alemán sin dejar de ser europeo o cómo ser europeo sin dejar de ser alemán?

Toda esta exploración la inició Edgar Reitz ensayando con el formato televisivo antes de que se convirtiese en un medio de posibilidades infinitas, con las ediciones en dvd y los extras que funcionan como comentarios significativos sobre el proceso de montaje de una narración y el valioso material que queda descartado si uno se ciñe a sus métodos más convencionales, y ahora con el propio cine porque la televisión tiene muy claro que en la actual batalla entre canales no hay vida posible para una serie si no está justificada por unos altos índices de audiencia.

Contra la amnesia o la comodidad emocional nació en los 80 el proyecto «Heimat»

Así, este proyecto podría considerarse un inagotable y torrencial diálogo con la evolución del cine en las últimas décadas, con el arte de narrar y sus continuos mestizajes, y con la Historia pasada, presente y futura de Alemania. Se registran sus cambios históricos, políticos, económicos, sociales y emocionales, siempre en paralelo pero cada uno produciendo efectos distintos en los personajes.

Según Edgar Reitz, con el proyecto intentaba «volver a casa», pese a las palabras de Nicholas Ray cuando aseguró que nuestro paradigma desde mediados del siglo XX es que ya nunca regresaremos al lugar del que partimos y que tendremos que vivir como huérfanos a la deriva, sin patria ni familia. Y en lugar de una casa para siempre, Reitz fue poco a poco descubriendo otros lugares, a medida que la evolución del cine y del arte de narrar convertía a los miembros de la familia Simon y a los espectadores que seguíamos sus pasos en otras personas, quizás sin que nos diésemos cuenta de ello.

Revivir viejos fantasmas

Mientras tanto Alemania se reunificó, pagó un duro peaje económico hasta conseguirlo y luego se consolidó como motor económico de la Europa comunitaria, reviviendo viejos fantasmas que tienen que ver con el autoritarismo, aunque ahora venga disfrazado de discurso monetario y no racial o cultural. La lógica de las cifras ha sustituido a las especulaciones de la música, la poesía, la pintura, la filosofía o la guerra, en un formato de consideraciones que como de costumbre acuden al presente inmediato y olvidan las responsabilidades heredadas, algo que solo puede acabar contagiando los nacionalismos, el conservadurismo más pernicioso y las brechas sociales.

Si todo esto lo sustituyésemos por un aforismo de Wittgenstein, con Heimat estaríamos viviendo entre dos posibilidades: o bien mi mejora es la mejora del mundo o bien la mejora del mundo es mi mejora. Es decir: o aceptamos el mundo con sus contradicciones y debilidades o lo rechazamos pese a las posibles deudas que tengamos contraídas con él.

¿Cómo ser alemán sin dejar de ser europeo o cómo ser europeo sin dejar de ser alemán?

Heimat: La otra tierra (Die andere Heimat-Chronik einer Sehnsucht, 2013) va en busca del otro mundo más allá de nuestro mundito. Reitz lo encontró en dos significativos acontecimientos en su vida. Una enfermera brasileña de Porto Alegre le escribió para decirle que su jefe tenía el mismo apellido que él, dato cuya investigación estableció entre ambos un origen común en la región de Hunsrück. Y por otro lado su hermano Guido murió y, revisando sus pertenencias, Edgar descubrió que había estado investigando y aprendiendo lenguas indígenas de Suramérica sin haber hecho nunca un comentario al respecto.

En la intersección entre ambas cosas, el director de Heimat trazó la historia de la familia Simon entre 1842 y finales del siglo XIX, tras las guerras napoleónicas, las hambrunas en Europa y la diáspora de miles de alemanes para tomar parte en la colonización de Brasil. Se trata de la Historia como sustancia del tiempo y el tiempo como sustancia del arte y el arte como herrumbre del presente. Que vendría a ser cuanto podemos contar, cuanto podemos entender, cuanto podemos representar. Pasado, presente y futuro.

Jakob (Jan Dieter Schneider) y Gustav (Maximilian Scheidt) son hijos de un herrero (Rüdiger Kriese). El primero lee y sueña con el otro mundo al tiempo que el segundo acata los designios y la profesión de su padre. Tienen una hermana, Lena (Melanie Fouche), que ha dejado el hogar paterno para vivir con un hombre después de quedar embarazada. Lo que la naturaleza sintetiza en el caso de ella, el devenir lo sintetiza en el caso de los hermanos cuando el primero se va a Brasil en pos de un sueño y el segundo resiste en el pueblo hasta que la falta de expectativas lo obliga a emigrar a la ciudad.

El concepto de hogar y patria

De esa huida múltiple es de donde luego surgió el concepto de hogar o patria, al que todos regresamos cuando somos capaces de aportarle algo que impida una nueva disgregación. El proceso, Reitz lo filmó en blanco y negro, con tenues toques de color, en una búsqueda de intensidad que, en su opinión, no tiene la televisión con respecto al cine y que marca las diferencias entre un medio y otro. «Gracias a la televisión puedes expandir y dilatar –dijo en una entrevista– pero no fijar; creas imágenes que corren con el fluir del tiempo pero no lo interrumpen ni lo establecen.» Van al compás de la memoria pero no son memoria, es lo que quería decir.

Varias películas recientes nos recuerdan con sus imágenes que Europa no es un invento solipsista, capaz de visualizarse o justificarse sin el sedimento aportado por otras culturas y otras imágenes, que no son solo responsabilidades de los museos o de los libros de antropología, etnografía o sociología, sino que son además una responsabilidad nuestra (similar a la memoria histórica allí donde aún tiene que ser fijada). Papusza (2013, Joanna Kos-Krauze y Krzysztof Krauze), por ejemplo, narra la historia de la primera poeta gitana que vio publicada su obra en Polonia al mismo tiempo que era repudiada por su comunidad, que la consideró una traidora hasta su muerte en 1987. Como Heimat, sus imágenes nos recuerdan aquellas palabras de Simone Weil: «Despojar a alguien de su lugar de pertenencia es un ultraje, desarraigarse uno mismo es una liberación».

La emigración debería habernos convertidos en ciudadanos de miras más anchas

Otras películas recientes de Sharunas Bartas o Sergei Loznitsa nos recuerdan lo mismo a través de personajes que se ven obligados a hacer elecciones morales en entornos inmorales porque hay algo que los limita y los condena, algo que podemos intuir pero de lo que jamás podremos llegar a estar seguros, y que podría llamarse patria, raza, religión...

Heimat: La otra tierra, Papusza y películas rumanas o húngaras recientes dejan claras las deudas de Europa con el resto del mundo y con sus propias culturas periféricas; también ponen de relieve que nunca ha existido un Paraíso en ninguna parte del continente o fuera de él. En ellas se ve cómo la emigración y las minorías étnicas produjeron, de algún modo, una pérdida en nuestra identidad pero nos convirtieron o deberían haber convertido en ciudadanos de miras más anchas. Al fin y al cabo, todos en cierta medida sufrimos procesos selectivos para determinar si somos nuevos o viejos europeos, procesos en los que apenas tenemos que determinar hasta qué punto las imágenes de otros inmigrantes o refugiados llegando a nuestros países en la actualidad, huyendo de una guerra, como en el caso de los sirios, son más o menos tolerables que las que antes produjimos nosotros mismos al llegar a orillas lejanas.

Ver los comentarios