Orhan Pamuk, autor de «Una sensación extraña» (Literatura Random House)
Orhan Pamuk, autor de «Una sensación extraña» (Literatura Random House)
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Pamuk, Estambul en cuerpo y alma en su última novela

La crónica urbana y sentimental del Estambul de las últimas décadas, eso es «Una sensación extraña», del Premio Nobel Orhan Pamuk. Un potente, minucioso y emotivo retrato en el que la ciudad turca se funde con los personajes

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Seis años después de que el Premio Nobel turco de Literatura de 2006, Orhan Pamuk, publicara su última novela, El Museo de la Inocencia (2008), inaugurando poco después una insólita y muy personal pinacoteca con el mismo nombre en Estambul, cerca de la célebre Plaza Taksim, este gran escritor, arquitecto de formación en sus inicios, regresa a su magnética y subyugante ciudad natal con una nueva e igualmente voluminosa novela, Una sensación extraña.

Gigantesca metrópoli que vuelve una y otra vez como centro narrativo de gran parte de la obra de este autor, Estambul es una ciudad en permanente y frenético estado de cambio. Su faz originaria; sus oficios, comercios, barrios pobres y adoquinados; sus garitos y cabarets semiclandestinos, así como sus costumbres antiguas y caídas en desuso, se han ido volatilizando poco a poco con el paso del tiempo.

Ruidosa, de escandaloso urbanismo y corrupción endémica, la urbe se ha vuelto irreconocible para muchos.

En esta novela la ciudad es una respiración, un latido insoslayable

Actualmente, «sus vestigios del tiempo» no son más que «un cuento de hadas» llegado del pasado, mientras el núcleo urbano «crece rápido, se extiende y enriquece con determinación», como se nos dice en esta obra. Muchos de los «barrios extramuros» que antes se conocían como «las afueras de la ciudad», treinta años después se muestran todos iguales, «con sus horribles bloques de apartamentos de ocho o diez plantas, pegados unos a otros».

La ciudad está presente desde el primer título de Orhan Pamuk, Cevdet Bey e hijos, de 1982, escrito con apenas veinte años, y luego seguiría apareciendo de forma estelar en El libro negro (1990), en su estupendo volumen de memorias Estambul. Ciudad y recuerdos (2005) y en el citado Museo de la Inocencia. También vuelve a suceder con su novela Una sensación extraña: Estambul como presencia, como respiración, como latido insoslayable dentro de la narración.

Yogur de día, «boza» de noche

En esta obra Pamuk emprende un potente, minucioso y emotivo retrato dual, con dos personajes caminando y creciendo al unísono, de forma acompasada y gemelar. Por un lado está la magnífica estampa coral, épica, masiva y migratoria, la de una ciudad que se engrandece y prospera sin cesar, muchas veces de forma desordenada, al compás de las oleadas de éxodos sucesivos procedentes del mundo rural; y por otro lado está la historia individual, humana, íntima, narrada a lo largo de cuarenta años –de 1969 a 2012–, de Mevlut, un humilde vendedor callejero de boza, bebida tradicional turca románticamente asociada a la época otomana.

Como otros miles llegados de pequeños pueblos de Anatolia en busca de oportunidades, Mevlut creará una familia en la nueva urbe y verá pasar los años con sus ilusiones, sus fantasías y sus promesas –cumplidas o no– de felicidad. Una felicidad muchas veces no sólo relacionada con los asuntos del corazón y de la economía, sino también del hábitat, del entorno, del lugar donde se reposa y se sueña por las noches.

Pamuk comienza la historia donde terminaba «Cevdet e hijos»

Porque soñador y a la vez terco y decidido en cuestiones de su vida que él considera innegociables, Mevlut, el protagonista absoluto de esta crónica urbana y sentimental del Estambul de las últimas décadas, es alguien irreductible, inmune, tozudo, como lo son todos los románticos. Enamorado de una chica de un pueblo cercano con la que sólo ha intercambiado una simple mirada en una boda, durante tres años le escribirá apasionadas cartas de amor, antes de casarse por equivocación con su hermana mayor, tras un engaño tramado por un primo suyo. Pero el destino, «aquella trampa que le había tendido la vida», tal y como el lector comprobará a lo largo de esta historia, se convierte en una bendición, más que en la ruina del pobre y confiado Mevlut.

Todos, casi sin excepción –incluso los que en sus inicios son inflamados izquierdistas y acaban sus días trapicheando ilegalmente como inspectores de la compañía eléctrica, tal y como sucede con el amigo de Mevlut, Ferhat, o con sus primos Korkut y Süleyman–, han venido a la capital para enriquecerse. De espíritu sereno y optimista, casi naif en ocasiones, Mevlut, a lo largo de los años, tiene que defenderse, una y otra vez, de una «extrañeza» que lo hace peculiar: ser demasiado poco ambicioso, no querer salir, a diferencia de otros familiares y amigos suyos, de la modesta ocupación heredada de su padre: vendedor de yogur durante el día y repartidor de boza por las noches. Ante los que le preguntan, replica tajante: «Voy a seguir vendiendo boza hasta el día del Juicio Final».

La misma piel

Con los años, el apacible Mevlut, que ha sobrevivido a procesos políticos violentos, a turbulencias, matanzas, golpes de Estado militares, encarcelamientos y torturas de opositores, sin decantarse nunca por ninguno de los extremismos o las luchas de bandas de cada momento, ya sean nacionalistas y comunistas, o laicos e islamistas, descubrirá la verdad que ocultaba esa «sensación extraña» que siempre ha oído dentro de su cabeza, en sus interminables paseos nocturnos: «Caminar de noche, vendiendo boza por las calles de la ciudad, le hacía sentir como si deambulara por el interior de su propia mente. Cuando hablaba con los muros, los carteles publicitarios, las sombras y las formas extrañas y misteriosas que no llegaba a distinguir en la oscuridad, era como si estuviera hablando consigo mismo». Una y otro, ciudad e individuo, desde que este emigrara a los doce años desde Anatolia, han acabado teniendo la misma piel y palpitando con un mismo corazón.

Su particular y concreto talento consiste en evitar el maniqueísmo

Crónica no realista, narrada a través de varias voces de familiares y amigos de Mevlut que se interfieren en un relato de los hechos en tercera persona, la novela de Pamuk, cronológicamente, arranca en los agitados años setenta, precisamente el momento en el que terminaba su primera obra, la saga familiar Cevdet e hijos. En esta ocasión, como telón de fondo histórico y político, el lector asiste a algunas de las etapas más turbulentas de la República turca moderna, heredera de Ataturk: varios golpes de Estado militares (en 1971 y 1980), así como otras tentativas abortadas; la violencia de asesinatos y actos terroristas en una casi guerra civil entre fracciones de la ultraderecha y la ultraizquierda entre los años 1977 y 1980; la matanza y persecución de alevíes (rama del Islam chií) en 1978; una nueva ola de expulsión de los griegos de Estambul, desde los ataques de 1955, o la llegada de «los religiosos» al poder, algo que, como dicen algunos en ese momento, «provocará que los militares den un golpe para derrocar a ese nuevo gobierno».

Como ha manifestado muchas veces Orhan Pamuk, reflejándolo no sólo en sus ensayos sino en sus fascinantes frescos novelescos que recorren la Historia del Imperio otomano, la modernización de la Turquía surgida de la revolución kemalista, el delicado equilibrio entre occidentalización y tradición, o el proceso actual de islamización creciente, su trabajo como narrador consiste precisamente en poner de manifiesto las contradicciones no sólo de su país, sino de cada turco. Su particular y concreto talento consiste principalmente en eso: en evitar el maniqueísmo y sacar a la luz del día la complejidad de los sentimientos y de los problemas cotidianos de los individuos.

Eso es lo que hace con la humilde, aparentemente invisible y escasamente reseñable presencia, dentro de las grandes crónicas históricas, del vendedor de boza elegido como personaje. Alguien de fidelidades tercas, inmunes al paso del tiempo, como ese amor, el único y verdadero de toda su vida, nacido de un equívoco.

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