En «Lo que no aprendí» (Malpaso, 2014), Margarita García Robayo escribe sobre las construcciones familiares y el despertar de la infancia
En «Lo que no aprendí» (Malpaso, 2014), Margarita García Robayo escribe sobre las construcciones familiares y el despertar de la infancia
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Margarita García Robayo: “Hablar sobre un libro ya terminado es como salir con un ex novio”

A partir de su última novela «Lo que no aprendí», entrevistamos a una voz en boga de la literatura colombiana: Margarita García Robayo. Habla de la memoria familiar, de su amor por el tiempo presente o de los excesos que comete la crónica periodística

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Lo que no aprendí (Malpaso, 2014), la última novela de Margarita García Robayo, trata sobre cómo de la niñez se despierta por el peso de las circunstancias. La protagonista de esta historia es una niña de once años llamada Caty. Caty es flaca y preadolescente y en cambio sus hermanas son ya mujeres con curvas, presumidas y populares, invitadas a todas las fiestas. Esto puede parecer un dato banal, pero uno de los rasgos que caracterizan la escritura de Margarita García Robayo (1980) es la ausencia de las palabras que no sirven para nada. La delgadez de Caty es elocuente y demuestra su diferencia y su desorientación dentro de la vida familiar.

García Robayo ha escrito otros títulos como la novela Hasta que pase un huracán o los libros de relatos Hay cosas que una no puede hacer descalza o Cosas Peores (Premio Casa de las Américas 2014).

Concede la entrevista al fondo de la librería madrileña Cervantes y Cía. Los ojos los tiene negros, y el pelo lo lleva recogido con una diadema fina que le aniña el rostro. Así peinada parece traer a la conversación, como un alter ego que se sienta a nuestro lado, a la joven Caty de Lo que no aprendí.

¿Hay mucho de usted en esa protagonista de once años aficionada a los paseos largos en bicicleta?

Diría que muchísimo, decido conscientemente contar a ese personaje en ese momento determinado de su vida, y hay rasgos de esa niña de once años que son míos: esa especie de curiosidad y de torpeza de la nena que no entiende demasiado. También la composición de la familia (muchos hermanos, el padre como figura importante) es parecida a la que yo tuve. Pero no me siento cómoda con el término de autobiografía o autoficción porque no creo que eso tenga que ser necesariamente un formato cerrado. Escribir cualquier historia en tercera persona puede tener tanto de autobiografía como hablar en primera persona sobre las cosas que me sucedieron.

¿Por qué escoge como trasfondo político del libro el momento de debate ante la extradición del narcotraficante colombiano Pablo Escobar?

«No todos son Guerriero. La crónica es un híbrido que no siempre da resultado»

Ese trasfondo se convierte en otro personaje de la novela. Cuando yo tenía once años, lo que cuento estaba pasando. Se debatía en el país la situación de Pablo Escobar: la extradición, la no extradición. Fue una discusión que dividió al país en dos. Por primera vez en Colombia, donde la sociedad está en general bastante despolitizada, todo el mundo tenía una opinión al respecto, y eso marcaba mucho cómo se desenvolvían los hogares, las conversaciones domésticas.

Caty, que es chiquita, se da cuenta de que de pronto todo el mundo habla de algo que aparentemente nos atañía a todos: un señor narcotraficante y su posible extradición. Recuerdo ese momento muy vívidamente: ibas al colegio y te hablaban de eso, volvías a tu casa y tu mamá estaba discutiendo con una amiga por teléfono. ¡Tu mamá, que jamás se había interesado por nada que tuviera que ver con política, opinaba algo sobre la extradición!

En este sentido, ¿cree que el escritor tiene un deber social o de denuncia, o no piensa en esos términos?

De ninguna manera. No de manera autoimpuesta, “ahora tengo que referirme a tal tema porque corresponde”. Estoy absolutamente en contra de eso, porque creo que además no hay ninguna necesidad de imponérselo. Quiéralo o no, un escritor da cuenta de su propio tiempo. Incluso el que muchos escritores escojan la novela histórica es una marca de su propio tiempo: buscan en el pasado porque el presente resulta indiferente.

Explíqueme un poco eso del presente que resulta indiferente.

«Estéticamente me interesa que en nuestro tiempo todo sea difuso, laxo»

Significa que hay una especie de idea romántica de lo que pasó antes, de que, por ejemplo, las historias de antes de amor eran mucho más verdaderas y conmovedoras y carnales, que ahora hay una mirada más frivolizada sobre las historias contemporáneas. La fantasía romántica de que antes todo era más plausible de ser contado en una novela.

¿Qué le parece eso? ¿Padece usted ese tipo de fantasía?

Yo no podría pensar eso jamás, porque estoy absolutamente enamorada de la contemporaneidad. Me interesa mucho el entorno contemporáneo, estoy enamorada de mi tiempo, me gusta el presente que me ha tocado vivir con todas las cosas malas que tiene.

¿Qué tiene la contemporaneidad que consigue seducirle?

Muchos critican que no pasa nada, nada simbólico que fuera a dividir el mundo. Por ejemplo, en los años sesenta había una conciencia clara de que el mundo estaba cambiando. Ahora eso no está nada claro: todo está muy difuso. Y esa misma difusión a mí me interesa, porque cualquier cosa tiene el mismo grado de importancia que otra y es tu mirada o tu foco lo que hace que eso adquiera o no la dignidad para ser contado.

¿No cree que ahora hay una pérdida de la trascendencia?

Me encanta que haya una pérdida de la trascendencia.

¿Le parece liberador?

«Es duro el quiebro entre la mirada del niño y la conciencia del adulto»

Me parece... más normal, más natural, que la trascendencia esté puesta allá donde elijas ponerla. No es que defienda el posmodernismo, no es exactamente eso... pero me gusta el devenir de las cosas de la manera menos impuesta posible. Es un tema resbaloso. Parece que estoy diciendo que me gusta la laxitud... Y tal vez en algún sentido sí. No sé si me gusta o no, pero soy capaz de observarla desde un lugar que estéticamente me interesa. Doy cuenta de ella como relato, y no me gustaría haber vivido en otro tiempo.

Volviendo a su novela y al drama individual, hay un trasfondo de tensión en el devenir de la familia. ¿Cree que es una historia dura?

Esta nena, Caty, que tiene once años y que está fascinada con su padre, empieza a descubrir cosas. Este libro tiene que ver con ser niño, con la mirada de un niño que es capaz de naturalizar situaciones enrarecidas o incluso siniestras y con cómo, a causa de los acontecimientos, en un momento esa mirada pasa a ser otra cosa. Ese quiebre me parece muy duro en la vida de una persona. El paso entre la mirada inocente del niño y la conciencia de un adulto.

Caty es flaca. En comparación con sus hermanas, que son ya mujeres, ella es una flaquita desgarbada. Incluso físicamente parece excluida de su familia. ¿Qué importancia le da al rasgo físico?

Para mí es muy importante. Los detalles son como el esqueleto de las narraciones. Si el esqueleto está bien armado, puedes moverte más libremente. El rasgo físico de que ella sea flaquita es significativo con respecto al personaje, porque ella es esa especie de bichito raro en la familia, que está descolocado, que no entiende cuál es su lugar. Sus hermanas son lindas, populares... Y ella no tiene nada por delante y nada por detrás. A mí eso me pasó mucho cuando era chica: yo era muy flaca y veía a mis hermanas mayores y pensaba que nunca llegaría a ser así. Esa inferioridad en lo físico simbolizaba que no podrías acceder al mundo de los otros, del que te sentías excluida. Sí, el rasgo físico es muy importante.

Además de escritora, tiene una faceta periodística. Aquí en España tenemos la percepción de que actualmente en los países latinoamericanos se escribe mejor, de que la crónica tiene allí un peso más importante que el que tiene aquí. ¿Usted lo ve así?

«Volver, volver y volver sobre lo mismo me divierte casi hasta un punto maníaco»

Yo creo que en Latinoamérica hace mucho que empezó todo este proceso de la crónica y, en mi opinión, ahora hay como un exceso. Se ha formado un lugar híbrido, de cierta comodidad: yo no soy escritor, pero tampoco periodista, «y no me tomo entonces el trabajo de ser riguroso». Ese híbrido no siempre da buenos resultados. Hay gente muy profesional: por ejemplo, Leila Guerriero, que es muy disciplinada, y es amiga personal, y que realmente toma un trabajo... Pero no todos son Leila Guerriero. La aparición de este género hace que mucha gente, sin pasar siquiera por una redacción, pase a este lugar de cierta libertad y comodidad y escriba. No siempre los resultados son tan buenos. Yo empecé escribiendo algunas cosas de crónica, pero rápidamente me mudé a la ficción.

¿Suscribe eso de que escribir es reescribir?

Sí, escribir es reescribir, es volver sobre lo mismo, tratar de decirlo de otra manera... A mí eso de volver, volver y volver me divierte casi hasta un punto maníaco. Cuando estoy embarcada en un proceso de escritura, no puedo escribir una línea más sin leer antes todo lo anterior. Es como Aquiles y la tortuga, constantemente tratas de ganarle una página más a la novela.

El oficio de escribir. ¿Qué herramientas necesita usted?

Necesito silencio. Esa gente que va a los bares y escribe, eso yo no podría hacerlo. Me perturba mucho lo que escucho alrededor, me invade... Necesito mucho silencio. Y cada vez es más difícil tener ese espacio de silencio. Por ejemplo, porque tuve un bebé hace seis meses.

Aunque la maternidad impida rodearse de silencio, ¿considera que ésta inspira o genera un estado de alerta?

«Tras la maternidad afinas la mirada y también ves lo más grotesco»

Pues verá, en estos meses, colaboro con una revista brasileña Piauí con textos en primera persona, testimoniales, y me encargaron uno que saldrá pronto sobre todo lo que hay alrededor de amamantar. Dar la teta se ha convertido en una especie de mandato contemporáneo muy riguroso. Si no te alcanza, si no puedes, es como una condena. De no haber transitado por la maternidad, jamás habría tenido claridad sobre ciertos temas. Además, aunque el foco esté puesto en el bebé, empiezas a ver toda una serie de cosas que están alrededor del tema de la maternidad, que es un universo complejísimo y bizarro... Eso te pone en otro lugar de observación, tu mirada cambia por completo. Todo cobra formas mucho más saturadas: los colores, los sonidos... Afinas la mirada y también ves lo más grotesco, como si todo estuviera sobreiluminado.

También la maternidad forma parte de «Lo que no aprendí»: el personaje de la madre se vuelve más y más protagonista.

Absolutamente, creo que la toma por completo la segunda parte de la novela. [Aquí calla un momento]. Verá –continúa, como explicando el breve silencio anterior– los libros tienen un tiempo de vida que no coincide con los de uno. Yo este libro lo escribí en 2011, salió en 2013, y ahora le contesto sus preguntas como a destiempo... Siempre digo que hablar sobre un libro ya terminado es como salir con un ex novio. Ya pasaste por ahí, y cuando sale publicado uno piensa: «¡pero si ya ni siquiera escribo así!».

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