El hotel Swarch Art Peace de Shanghai
El hotel Swarch Art Peace de Shanghai - ABC

El hotel de los artistas

Pintores, escultores, escritores, músicos y fotógrafos viven y crean en un espacio histórico de Shanghái

Madrid Actualizado: Guardar
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Entre los imponentes edificios coloniales del «Bund», el malecón fluvial de Shanghái frente a los futuristas rascacielos del distrito financiero de Pudong, se alza el hotel Swatch Art Peace. Construido a mediados del siglo XIX y reformado en 1906, cuando se renovó su coqueta fachada con ladrillos rojos y blancos de estilo renacentista victoriano, este edificio de seis plantas forma parte del adyacente hotel Peace, uno de los establecimientos con más historia de la ciudad. Pero sus huéspedes no son turistas ni hombres de negocios, sino 18 artistas venidos de todo el mundo que practican las más diversas especialidades, desde la pintura a la escultura, pasando por la música, la literatura y la fotografía.

Con una estancia de entre tres y seis meses para crear sus proyectos, están becados por la compañía suiza de relojes Swatch, que gestiona el inmueble desde hace cinco años y patrocina este proyecto, en el que han participado ya más de doscientos artistas seleccionados por un jurado.

A cambio de disfrutar de esta residencia, que les ofrece alojarse en las habitaciones repartidas por dos plantas del hotel y trabajar en sus estudios, los artistas deben dejar una de sus obras como legado. «Este es el ejemplo más visible de nuestro compromiso con el arte», explica el director creativo de Swatch, Carlo Giordanetti, durante una visita de ABC al hotel, que también cuenta con siete «suites» de lujo para clientes de postín.

Entorno histórico

Además de contagiarse del entorno histórico del «Bund» y del incesante florecimiento de rascacielos en el «skyline» de Pudong, al otro lado del río Huangpu, los artistas se ven influidos por la energía y los contrastes de Shanghái, una de las megalópolis más fascinantes del siglo XXI. Así lo reconoce Josefina Rozenwasser, una cantante argentina de 30 años que está musicando poemas centenarios en mandarín. «Estar aquí es una experiencia alucinante y te permite conocer a mucha gente interesante», asegura tocando el bandoneón. Tras llegar a Shanghái en octubre, se ha quedado dos meses más grabando un disco donde adaptará poemas chinos con siglos de antigüedad a la música contemporánea. «Es difícil porque algunas poesías se remontan a la Dinastía Tang, entre los siglos VII y X, y quiero acompañarlas con tangos y vidalas», cuenta el reto.

A unos pasos de la habitación donde Josefina ensaya, la escritora Elysha Chang, nacida en Estados Unidos de padres taiwaneses, prepara a sus 29 años su primera novela. «He venido a Shanghái en busca del pasado y la inspiración porque trata sobre una familia china que emigra a América», avanza la historia que anida en su cabeza, ficticia pero basada en la realidad. Tras trabajar un año en ella, está desarrollando sus personajes y tramas, como se aprecia en los esquemas que, junto a numerosas fotografías, decoran las paredes del espacioso cuarto donde escribe, contiguo a su dormitorio.

Mientras que algunos artistas viven y trabajan en el mismo espacio, otros que necesitan más sitio ocupan habitaciones separadas de sus estudios. Es el caso del joven escultor mongol Jantsankhorol Erdenebayar, quien monta unas inquietantes instalaciones con los revestimientos plásticos de las tuberías y otros materiales propios del mobiliario urbano. «Me gusta jugar con la idea de la resistencia, no solo física, sino también psíquica, porque los cables y tubos son como el interior de un organismo que conecta toda la ciudad», desgrana este hijo de pintores contemporáneos que, a sus 25 años, ha estudiado en Estados Unidos y sigue formándose en China. «Nueva York es el lugar ideal para que se exprese la escena artística, desde un punto de vista creativo y también vital, y Shanghái es un lugar híbrido que encuentro fascinante», compara bajo unas cañerías de corcho que, a su juicio, suponen «el ejemplo perfecto del budismo porque nada dura, todo se disuelve en el aire».

Máscaras

Desde otras latitudes, el escultor sudafricano Rodan Kane Hart, nacido en Johannesburgo en 1989, se apoya en elementos constructivos para crear su obra. Así se aprecia en las máscaras que ha moldeado con planchas de acero sobre bustos antiguos encontrados en una tienda y, curiosamente, con rostros occidentales. «Aquí en Shanghái he visto similitudes con Sudáfrica sobre la dominación blanca, por ejemplo en la arquitectura, que nos cuenta la historia de un lugar», razona Kane.

Demostrando la amplitud artística de los residentes, la hongkonesa Ton Mak, de 27 años, es una ilustradora que ha inventado a Mo, una masa de harina fugada de una panadería para ver mundo. Algo parecido a lo que hizo esta antropóloga criada en Nueva Zelanda y el Reino Unido cuando dejó por estrés su trabajo como estratega para Apple. «Llevo dos años haciendo diseños propios y para otras marcas», cuenta sonriente sobre su pupitre mientras dibuja un Mo de regalo para este corresponsal.

Placas de metal

También pintora, la británica Bianca Cork, de 29 años, imprime con placas de metal oscuros paisajes industriales que parecen sacados de «Blade Runner», cuyo retrato de Los Ángeles en 2019 se parece al Shanghái de hoy. «Aunque nunca había estado en China, me atraía esta ciudad por la película», dice esta apasionada de los muelles y astilleros desde que su padre, buzo en plataformas petrolíferas, la llevara a ver los puertos del Mar del Norte en Escocia.

Con un estilo más colorista, el pintor Yu Jidong, nacido en Pekín hace 40 años, riega sus lienzos con una tetera o los cubre con un té molido que, al secarse, forma manchas sinuosas de distintas tonalidades. «Como me gusta analizar el paso del tiempo, necesito muchos días, e incluso meses, para terminar una obra», explica ante un mural que tendrá 30 o 40 metros y trasladará los mitos de la historia china a la sociedad actual. Diversa y global, la inspiración fluye por el hotel de los artistas de Shanghái.

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