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Louise Bourgeois: la mujer araña visita al minotauro

El Museo Picasso de Málaga revisa la trayectoria de esta fascinante artista en una gran retrospectiva

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En un pañuelo blanco bordó, en letras azules, esta frase: «He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame que te diga que fue maravilloso». Su autora es la artista franco-americana Louise Bourgeois. Es una del centenar de sus obras –muchas inéditas– que pueden verse desde hoy, hasta el 27 de septiembre, en el Museo Picasso de Málaga, en la retrospectiva más completa hasta la fecha que se ha hecho en España de esta singular y fascinante creadora, cuyo título retoma aquella frase. No hay constancia de que Picasso y ella se conocieran. Si lo hubieran hecho, seguramente se habrían amado tanto como odiado, teniendo ambos unas personalidades tan fuertes y tan opuestas. Lo que sí sabemos es que en 1939, un año después de que Bourgeois llegara a Estados Unidos, acudió al MoMA a ver una gran exposición del malagueño con más de 400 obras.

Entre las piezas expuestas estaba el «Guernica». Fue tal el impacto que le produjo la muestra que, al llegar a su estudio, limpió los pinceles y las paletas y estuvo un mes sin poder trabajar.

Apenas hay un puñado de coincidencias en sus biografías: ambos vivieron exiliados, aunque en lugares diferentes y por motivos bien distintos. Ella se marchó de su Francia natal a Estados Unidos por amor, tras casarse con el historiador Robert Goldwater. Picasso dejó España y puso rumbo a Francia: nunca regresó por motivos políticos. Ambos fueron grandes innovadores en sus respectivos campos, tuvieron carreras muy longevas y fructíferas (Picasso murió a los 92 años, Bourgeois, a punto de cumplir los 99) y fueron referencia obligada para generaciones de artistas. Ahí acaban los nexos comunes entre estos dos genios del siglo XX.

Picasso conoció la fama muchísimo antes que Bourgeois. No fue hasta 1982, cuando, a sus 71 años, ésta logró el reconocimiento internacional con una exposición en el MoMA, la segunda que el museo dedicó a una mujer. Su despegue definitivo llegó en 2000 cuando una araña gigante invadió la Sala de Turbinas de la Tate Modern londinense, que siete años después le dedicó una gran retrospectiva. A partir de entonces, las arañas han ido indisolublemente ligadas a esta Spiderwoman como una metáfora y proyección de sí misma, comenta José Lebrero, director del museo malagueño. Las hay por medio mundo: una se halla en el exterior del Guggenheim de Bilbao –el año que viene dedicará una exposición a esta artista–, otra está en los almacenes del Reina Sofía (la vendió al museo Soledad Lorenzo, la galerista que apostó por ella cuando nadie lo hacía en España y que ayer acudió a Málaga a la presentación de la muestra) y a partir de hoy hay una más, de 1996, en el patio del Palacio de Buenavista, sede del Museo Picasso de Málaga, como parte de esta exposición, realizada en colaboración con el Moderna Museet de Estocolmo, donde ya se vio antes, y el Estate Bourgeois. Le atraían las arañas porque eran seres protectores, que tejen... Ella creció rodeada de tejidos, pues su madre tenía un negocio de restauración de tapices medievales y renacentistas.

Obsesiones y fantasmas

La muestra, que abarca siete décadas de trabajo, arranca con obras de los años 30 y 40 («La fugitiva» y «Mujer atrapada en su casa»), en las que ya aparecen algunos de sus fantasmas que nunca le abandonarían: la dificultad de compaginar su carrera con su matrimonio y ser madre de tres hijos. Consideraba que no había sido buena esposa ni buena madre. Ello, unido a la complicada relación con sus padres, de amor-odio –nunca le perdonó a su padre que fuera amante de su institutriz–, le provocó continuos sentimientos de culpa que la atormentaban. Su trabajo, siempre autobiográfico y de un gran dolor emocional, es complejo, radical, oscuro, incluso en ocasiones aterrador... pero fascinante al mismo tiempo. El dolor, la angustia, la ansiedad, la culpa, el trauma, la represión, la obsesión, la soledad, la maternidad, la memoria... van siempre ligados a la producción de Louise Bourgeois. Habitan las salas del Museo Picasso sus obsesiones plasmadas en obras de arte de gran dramatismo: vestidos colgados de huesos, un saco de boxeo con un agujero donde esconderse («Guarida»), esculturas que evocan órganos sexuales masculinos y femeninos, piezas que remiten a distintos sentimientos (enamoramiento, sufrimiento, diversión), una de sus célebres y claustrofóbicas «Celdas»...

«El tema de mi trabajo –decía la artista– es el efecto devastador de la obra. Mi obra es una lucha contra los miedos. Hacer arte es despertar en un estado de ansia, de descargar resentimiento, ira. Me interesan los impulsos autodestructivos del artista. Pero hacer arte tiene un efecto curativo». Probablemente fue el arte, y no el psicoanálisis, lo que la salvó. Según la comisaria de la muestra, Iris Müller-Westermann, «nunca huyó de sentimientos desagradables. Les dio forma. Pero no todo fue oscuro en su vida».

Sentía afecto por su maestro Fernand Léger («me enseñó cosas porque no lo intentó»), admiraba la libertad de Bacon, le gustaban artistas como Soutine y Kokoschka y consideraba interesante a Jeff Koons, un artista en las antípodas de su imaginario. Tan prolífica fue su carrera que le dio tiempo a coquetear con muchos movimientos: surrealismo, expresionismo abstracto, pop, minimalismo, arte conceptual... sin llegar a adscribirse en ninguno; a experimentar con todos los géneros y estilos (dibujo, grabado, pintura, escultura, instalaciones) y materiales (lienzo, papel, madera, mármol, bronce, yeso, látex, lana). La escultura fue realmente el medio en el que se sintió más a gusto. «Mi cuerpo es la escultura», proclamaba.

Jerry Gorovoy, ayudante y colaborador en sus últimos 30 años, fue su mano derecha hasta su muerte, en 2010. Ayer recordaba en Málaga que «nunca separó arte y vida. Trabajó como sintió, vivió como sintió». Sobre si fue abanderada del feminismo, explica que «estuvo involucrada en movimientos de protesta en defensa de los derechos de la mujer, pero no quería que se viera su obra como hecha por una mujer». En septiembre la Fundación Bourgeois abrirá en Nueva York una sede. Se ha adquirido un espacio anexo a la casa de Chelsea a la que Bourgeois se trasladó en 1961. Y, aunque estará dedicado a la investigación de su trabajo, el público podrá admirar sus cartas, diarios, fotografías... y pasear por un pequeño jardín de esculturas. A Gorovoy dedicó Bourgeois una serie presente en la exposición: «10 a. m. es cuando vienes a mí». A esa hora pasaba religiosamente por su casa para llevarla a su estudio de Brooklyn.

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