Carmen, Don Juan, Celestina y el Quijote: así son los mitos españoles

El fuego de la pasión y de la imaginación aviva la permanencia de estas figuras en el inconsciente colectivo, más allá de nuestras fronteras

MADRID Actualizado: Guardar
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El fuego de la pasión y de la imaginación aviva los mitos que la cultura española ha dado al mundo, desde el amor hasta el drama pasional. La Celestina nos conduce al elogio del amor, Don Juan a la redención por el amor, mientras que don Quijote es el fulgor de la quimera. Carmen, es un carácter encerrado entre esos ejes míticos hispánicos. Como complemento a la reflexión pertinente que la Casa del Lector ha realizado de Carmen en la exposición que se inaugura hoy, repasamos el resto de los mitos patrios.

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  1. Celestina

    José Luis Gómez, como Celestina, en el montaje que actualmente se ve en el Teatro de la Comedia
    José Luis Gómez, como Celestina, en el montaje que actualmente se ve en el Teatro de la Comedia

    Celestina es un mito central de la cultura española. En el programa de mano del montaje de La Celestina actualmente en cartel en el Teatro de la Comedia, Juan Goytisolo sostiene que «La Celestina es el primer texto de su tiempo que se escribe sin la bóveda protectora de la divinidad. Las únicas leyes que rigen el universo de ruido y de furia de este texto son las de la soberanía del goce sexual y el poder del dinero. Sujetos a los impulsos de un egoísmo sin trabas, en un mundo en donde los valores consagrados devienen en asuntos mercantiles, los personajes de La Celestina no conocen otra ley que la inmediatez del provecho».

    «El sentido trágico que esta obra ha proyectado hasta nuestros días -continúa-, no se inscribe tanto en la historia del amor desastrado entre dos jóvenes amantes —Calisto y Melibea—, como sí en el hondo drama del hombre en lucha contra la enajenación desde el Renacimiento a nuestros días. El individualismo en la era moderna despierta en el hombre la voluntad de hacerse dueño de su propio destino, de asegurarse, como pretenden los personajes de Rojas, un área de autonomía en su vida personal. Aventuro que es ahora cuando se ha alcanzado el resultado del exceso de esa conducta individualista».

    En la introducción de la obra se dice también que «para Celestina la palabra encadena, daña y aterriza la bajeza de los instintos. Dramáticamente, con una misma lengua se representan mundos opuestos. La modernidad escénica de Celestina estriba en hacer visible este doble gesto. Celestina es una obra que se escribe en escena. La acción dramática acontece en movimiento: callejeando, susurrando, dudando y haciendo. El argumento se espesa mientras a todos los personajes, independientemente de su posición social, se les da voz, tiempo y espacio para mostrarse en su dimensión más profundamente humana».

  2. Quijote

    En el centenario de Cervantes, nada más cervantino que esta imagen del caballero mítico entre la realidad y la imaginación. Tal vez lo más pegado a este mito que nos resume sea la capacidad de influir en la realidad que tiene la imaginación.

    En un ensayo titulado «Doma de Clavileño», Jesús García Calero aborda los mitos que gravitan sobre este asunto quijotesco: «Nos sentimos tan seguros y abrigados por nuestro bienestar que hemos llegado a dudar del carácter factible de nuestro ingenio y, por ende, desterramos como algo infantil el barrizal de la imaginación. ¿Desterrar el barrizal? Suena a juego de palabras. Puestos a modelar, a inventar –incluso crear, que siempre resulta más ampuloso-, qué mejor materia que ésta, dúctil y sencilla, de la alfarería. Al fin y al cabo, ¿no es barro cantarero el pensamiento? ¿Por qué tendemos a tranquilizarnos diciéndonos que nuestras invenciones, ingenios, creaciones, suceden en un lugar distinto, del cual la realidad fáctica de los hechos nos mantienen a salvo

    «Pensamos que la broma imaginada ningún daño puede hacer. Y tanto que nos conviene, puesto que así creeremos que lo imaginado tampoco podrá alcanzarnos a nosotros y es, por así decir, intangible lo imaginado, como si fuera propio de los sueños, algo que se espanta con la luz o con frotarse los ojos. Pero es que hasta el libro del ingenio que es el Quijote nos afecta e incluso se dice de los españoles que somos, cuando no Quijotes, unos Sanchos».

    «Algo hiende la realidad desde aquello que un hombre imaginó. Que se lo digan a Sancho, que anda rehuyendo [en el capítulo del caballo de marras] tres mil y trescientos azotes en sus reales, que debe aplicarse para terminar con el encantamiento –falaz, puesto que él mismo lo ha inventado- de la bella Dulcinea. No vale la pena resistirse. Somos presa de nuestros artefactos. Y la imaginación no es un artefacto inocuo. Así que, ¿es contrafáctica la imaginación? ¡Pobres de nosotros si seguimos literalmente el diccionario! Ahí está la criatura imaginada, Clavileño Alígero, llevando por las altas esferas celestiales a Don Quijote y –no lo olvidemos- más lejos a Sancho, mucho más allá de lo que Rocinante o el rucio les pudieron transportar».

    «Aunque nosotros nos sintamos a salvo detrás de las murallas del sentido común, el uso y la costumbre; o junto a las almenas de la cortesía, donde reina la urbanidad; aunque el lector se ría con la broma y protegido por los barrotes de líneas de las páginas, haga suya la diversión de la Trifaldi y la del duque y casi se permita sentir pena por los dos aventurados, todo parece indicarnos que no estamos tan seguros. De la “cárcel” de los libros han escapado criaturas mejores y aun peores que nuestros sueños. Si la civilización mantiene erguidas las defensas incluso en el diccionario (cuando añade en la voz «fáctico» a limitado por los hechos ese «en oposición a teórico o imaginario») ello significa solamente que el exterior nos asedia. ¿El exterior?»

    «El inocuo artefacto que pudiera ser la imaginación ha sabido explicarnos el mundo a través de los siglos, con paganismos, gnosticismos, platonismos y, hasta si me apuran, totalitarismos. Si no hay utopía que no haya sido imaginada y que nada más realizarse no haya contraído grandes deudas de sangre. Así que la imaginación no es aséptica como el topos uranos de las ideas, sino que mancha como un barrizal ensangrentado después de una batalla, o mil batallas».

  3. Don Juan

    El dramaturgo Juan Mayorga escribió para la versión que hizo Blanca Portillo, con texto revisado por él mismo, del Tenorio de Zorrilla: «En pocas horas, el don Juan de Zorrilla posee a una mujer haciéndose pasar por su prometido y dispara cobardemente contra el anciano progenitor de otra a la que dice amar. Con este asesinato y aquella conquista basada en engaño, Tenorio agranda la lista de capturas y muertes de sus últimos doce meses, que él hace pública para ganar una apuesta».

    En opinión de Mayorga «no es un amante irresistible, sino más bien un violador en serie; no es un leal luchador, sino un criminal. No es un transgresor, sino alguien que, por imponerse en un desafío, viola y mata. No es un aventurero hedonista enfrentado a leyes y costumbres, sino un ser humano que no reconoce en ningún otro un límite. Al contrario, su primer objetivo –su mayor placer- es demostrar que no siente compasión por nadie. No es un hombre contra todos, sino contra la humanidad misma, porque es la humanidad del otro –de cualquier otro- lo que don Juan vence. Cuando por fin encuentra a una mujer a la que dice querer entregarse, la abandona junto al cadáver caliente de su padre».

    «Tan oscuro héroe protagoniza una de las obras más exitosas de la historia del teatro español -añade-. Sobre las deficiencias de la pieza ya se extendió el propio autor en un capítulo genial de Recuerdos del tiempo viejo. Tales deficiencias no impiden que Don Juan Tenorio tenga una teatralidad hipnótica que atraviesa el escenario absorbiendo al espectador. Esa intensa teatralidad se asienta ante todo en el carácter extraordinariamente conflictivo –y, por tanto, extraordinariamente teatral- del protagonista, un hombre sin amigos que pone en peligro a cualquiera que se cruce con él».

    «Ha sido para mí una enorme experiencia explorar ese personaje y su mito versionando esta obra tan imperfecta como importante. Sabiendo que no se trataba de reescribirlo, sino de releerlo. Sospecho que, durante mucho tiempo, no habrá puesta en escena de Don Juan que no dialogue con la de Blanca Portillo».

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