Edición facsímil de un manuscrito del rey Alfonso X El Sabio
Edición facsímil de un manuscrito del rey Alfonso X El Sabio - EFE
El origen de los insultos más populares

El gafe, según Alfonso X El Sabio: cornudo, traidor y hereje

Desde el siglo XI, esta ofensa fue adquiriendo connotaciones muy ofensivas

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Hay personas que llevan consigo la desgracia a cuestas. También hay días, lugares o aparatos. Todo vale con tal de justificar la mala suerte. Desde el momento en que se demostró que clamar al cielo o jurar en arameo solo servía para parecer un lunático a ojos de los demás, el ser humano ha buscado con ahínco la justificación a todos sus males. Es ahí donde entra el gafe, el tipo que pase lo que pasa acabará fastidiando los planes sin tan siquiera saber por qué. ¡Pero cuidado! De la misma forma que si en una partida de póker no sabes quién es el primo, entonces es que el primo eres tú... presta atención en descubrir de donde procede tu fatalidad, no vaya a ser que la tengas delante de tus ojos y aún no te hayas hayas querido dar cuenta.

«Dicho de una persona: Aguafiestas o de mala sombra», así define al vocablo el Diccionario de la Real Academia Española. Un término muy arraigado en la sociedad que emana del contagio: ¡Aléjate del gafe, no se te vaya a pegar algo!, que dirían las madres con sumo recelo. Pancracio Celdrán, padre de la obra «El gran libro de los insultos», publicado por la editorial La Esfera, bucea en el peculiar origen de su significado: «malasombra, cenizo, gafo; persona que atrae sobre los demás mala suerte y adversa fortuna. Es voz árabe, de qáfa, que alude a la mano del leproso, con sus dedos doblados y contraídos».

Es por ello que en el siglo XIII el autor del Libre dels tres reys d'Orient ya utiliza el término con el concepto de leproso:

Vn fijuelo que hauía

que parí el otro día

afelo allí don jaz gafo

por mi pecado despugado.

Desde el siglo XI la ofensa de gafe fue adquiriendo connotaciones muy ofensivas. Así, Celdrán remarca que «se creyó que el leproso gafaba, y que incluso respirar el aire por donde pasaba traía malas consecuencias». Es por ello que las voces gafo y gafe empezaron a relacionarse de forma muy directa con el mundo de la supersitición, «del enfermo de lepra se pasó al concepto de cenizo, contra quien se armaba en el aire la jettatura o entrecruzamiento de dedos índice y corazón de ambas manos en imitación del aspecto que ofrecían las manos del leproso, encogidas y ganchudas, para conjurar el mal. De ahí que en última instancia este calificativo signifique gancho, encorvadura».

Es en está época cuando se comenzó a confinar a los gafos o leprosos en lazaretos como el mandado establecer por el Cid en Palencia, en 1067. «Los leprosos anunciaban su proximidad mediante esquila o campanilla, y tenían prohibido frecuentar los caminos reales, entrar en poblado o pedir limosna, ya que se pensaba que sus voces empozoñaban el aire. Alfonso X El Sabio equiparaba este insulto a los de 'cornudo, traidor o hereje' en su libro de las Siete Partidas, mediado el siglo XIII».

En consonancia con la tradición del amplio abanico de insultos que alberga nuestro vocabulario, el registro cambia según la zona donde se pronuncie. «En Málaga se dice del tipo que trae mal fario, es portador de infortunio o arrastra mala suerte. En la comarca leonesa de Villacidayo: persona irascible. En puntos de Extremadura se dice de quien tiene mala pata o la da. En la comarca leonesa de los Ancares llaman gafoso al individuo agresivo y fiero», explica Celdrán.

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