La estimulación cognitiva es fundamental con los enfermos de Alzheimer
La estimulación cognitiva es fundamental con los enfermos de Alzheimer - ana pérez herrera
Día mundial del alzheimer

«Daría lo que fuera porque me quedase así»

Tiene 56 años y alzheimer. Lucha para que su enfermedad avance lo más lento posible

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Paco Roca (el nombre es inventado por deseo del enfermo) lo sabe: «Soy consciente de lo que me pasa. Sé que tengo una enfermedad mental, unas lesiones en el cerebro que son incurables». Lo que sabe ahora, a sus 56 años, es que tiene una demencia mixta, de tipo Alzhéimer, pero hubo un tiempo en que no lo supo. Ese tiempo fueron los últimos años de los 30 que se pasó trabajando en una imprenta.

Primero fueron los mareos. «A veces se me ‘caía’ un brazo o una pierna y no le daba importancia. Pensaba: ‘La tensión, que la tengo muy baja’. Los compañeros me decían que estaba muy lento y yo no me daba cuenta. Si en hacer una cosa se tardaban dos horas, yo tardaba cinco, y los compañeros pensaban que era porque no quería trabajar.

Por la noche no dormía pensando en lo que tenía que hacer al día siguiente, lo cual no me había pasado nunca. Un día tuve un fallo gordo, rompí una máquina y causé una gran avería», recuerda.

La alarma llegó con el ictus. Ocurrió un sábado después de comer mientras Paco Roca estaba en el sillón, cuenta su mujer. Se lo llevaron al médico, pero el lunes ya estaba de nuevo en el curro. Sin embargo, a raíz del ictus, «empezamos con las pruebas y fue cuando se lo diagnosticaron», prosigue la esposa. Al llegar a casa, ella se acostó. Él cogió el ordenador y tecleó qué era eso de la demencia mixta. «Entonces cayó en picado», añade su mujer.

El relato que sigue es el de un hombre que lucha consigo mismo, o más bien contra su mente. Una historia de superación y, sobre todo, de supervivencia. «Tenía los papeles para pedir la invalidez, pero era incapaz porque una jubilación tan joven no iba conmigo. Yo lo que quería era trabajar, tal y como están las cosas ahora... Al final, fue la mutua la que me obligó a darme la baja», cuenta Paco Roca.

Se despidió de la imprenta y dio la bienvenida a la depresión. «Me vine abajo. Era levantarme por la mañana y echarme a llorar. Me vi inútil, que ya no servía para nada y me decía: ‘¿Qué hago ahora?’ Me tiré seis meses con antidepresivos».

La esperanza, la pequeña luz al final de un túnel que no la tenía, llegó con la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Toledo y su centro de día. «Yo ya estaba un poco desesperada y entonces decidimos venir», interviene ella. Hora y media a la semana, principalmente los viernes. «Lo que hacemos aquí es estimulación cognitiva», explica Eva, la terapeuta. «Me hace trabajar la mente, me manda ejercicios a casa», añade Paco Roca, quien se ha intercambiado los papeles con su única hija, preadolescente: «Me dice: ‘Venga papá, a hacer los ejercicios, que hoy no has hecho nada’».

Paco Roca lucha contra la pereza porque lo fácil, en su situación, es dejarse llevar y que sea lo que Dios quiera. «Tengo que estar haciendo algo, si no decaigo. Primero, porque me siento inútil; y segundo, porque me da por pensar en lo que puede venir después». Se entretiene con la jardinería y el huerto de su padre, al que, con 83 años, «le quitas el tractor y le matas».

Sin embargo, la realidad es la que es: «Me cuesta más trabajo que antes y me cunde menos. Antes me sabía los nombres de todas las plantas. Ahora sé cuál es, pero no me preguntes que te diga el nombre».

El antes y el ahora

La historia siempre es la misma: la comparación entre el antes y el ahora, así mil ejemplos. «El otro día, fuimos a tomar algo. Se fue mi mujer al servicio y había un hombre que me hacía señas. Con que me acerco y no le conocía. Le miraba y me daba mucho corte porque no sabía quién era, hasta que ya me di cuenta: ‘Coño, si es tal’. Vi el cielo abierto». Otra más: «A mí me ha gustado mucho salir siempre y cuanta más gente había, mejor. Ahora ir a sitios con mucha gente me acobarda. Han sido las fiestas del pueblo y no he salido, no me encontraba con ganas».

A Paco Roca le acobarda el entorno, la sociedad. «Procuramos que no se sepa (la enfermedad) porque ya sabe cómo son en los pueblos. Siendo una persona tan joven, enseguida te dicen: ‘Este está loco o está tonto’», cuenta su mujer. «Ya lo voy asimilando y cada vez me importa menos que la gente sepa lo que tengo», la corrige Paco Roca. En realidad, su lucha es otra: «Se trata de que esto que tengo avance lo más lento posible. Daría lo que fuera porque me quedase así».

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