Los sabios salmantinos por los que acabó cambiando el calendario

Fueron necesarios dos sesudos informes para que el papa Gregorio XIII abandonara el calendario juliano

Pedro Gargantilla

Si hacemos caso a la tradición, el calendario romano fue implementado durante el reinado de Rómulo , el mítico fundador de Roma . En sus inicios el año duraba en torno a trescientos cuatro días, repartidos en diez meses.

Empezaba en marzo –del latín Martius , dedicado al dios Marte-, le seguía Aprilis –en honor a Venus y a la “apertura” de la primavera”. A continuación venían Maius –consagrado a la diosa Maya- e Iunios –glorificado a la diosa Juno-.

El resto de los meses seguían el orden del calendario: quintilis (julio), sextilis (agosto), septembris , octobris , novembris y decembris .

El año comenzaba a caminar cuando los cónsules romanos recibían su nombramiento a manos del Senado en los idus de marzo.

Febrero marcaba el fin de año

Durante el reinado de Numa Pompilio –segundo rey de Roma- se añadieron dos meses: Ianurius y Februarius , y el año se alargó hasta alcanzar los 355 días.

Februarius estaba dedicado al dios Plutón, el dueño del inframundo, y pasó a ocupar el último lugar del calendario. Además, se le asignó una duración más corta –veintiocho días- en relación con el resto de los meses.

Metafóricamente este mes se “ hundía con el tiempo ”, igual que en el reino de Plutón zozobran las almas de los muertos. Era un mes purificador para los romanos, en el cual se expiaban las culpas y las faltas cometidas a lo largo de todo el año.

Los celtíberos “modificaron” el inicio del calendario

En el año 153 a.C se produjo un cambio trascendental. Quinto Fulvio Nobilior fue nombrado cónsul de Hispania Citerior y para poder disponer de las tropas necesarias en su campaña contra la ciudad de Segeda –ubicada en la Comarca de Calatayud- instó al Senado romano a adelantar el comienzo del año a las calendas de enero.

De esta forma, los celtíberos tienen el mérito de haber propiciado el inicio del calendario hasta el momento en el que lo conocemos actualmente. El mes dedicado a Jano, el dios de las dos caras, pasó a ocupar, desde entonces, el primer lugar.

En el año 46 a.C el sabio Sosígenes de Alejandría -a instancias de Julio César - reformó nuevamente el calendario, dando origen al calendario juliano.

En relación con el precedente, el cómputo se alargó hasta los 365 días y se añadió una jornada cada cuatro años –bisiesto-. A pesar de estas modificaciones el tiempo seguía sin estar íntegramente “domesticado”.

La Universidad de Salamanca marca los tiempos

En 1515 un comité de sabios salmantinos redactó un informe en que mostraban su disconformidad con el calendario juliano y, a través de un complejo cálculo matemático en el que articulaban el ritmo del sol y la luna, solicitaban el inicio de un nuevo modelo anual.

Lo remitieron a la autoridad eclesiástica del momento. Pero a la cúpula eclesiástica –con el papa León X a la cabeza- aquello les sonó a cantos de sirena y desestimó realizar ningún cambio, sin bien mostraba una cierta preocupación y exhortaba a seguir trabajando para encontrar la forma de medir el tiempo con mayor precisión.

En 1578 desde la Universidad de Salamanca se redactó un segundo informe –que actualmente se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana-, que reforzaba los postulados emitidos años atrás.

Afortunadamente, el nuevo papa – Gregorio XIII - se mostró más receptivo y no tardó en reconsiderar aquellas petitorias, que se plasmarían finalmente en la bula “Inter gravvisimas”. Corría el año 1582.

Con ella el Vaticano dio paso a un nuevo calendario, el gregoriano. Se podría decir que, de esta forma, la Universidad de Salamanca “marca los tiempos” del planeta, siendo el siglo dieciséis el comienzo de la globalización mundial en cuanto a la forma de medir el tiempo se refiere.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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