Don Felipe y el presidente de la Generalitat, Artur Mas, durante su visita a la factoría de Seat en Martorell
Don Felipe y el presidente de la Generalitat, Artur Mas, durante su visita a la factoría de Seat en Martorell - casa del rey
seis meses de reinado de Don Felipe

Entre desmayos, sorpresas y selfies

Al nuevo Rey le han ocurrido varias cosas sorprendentes: Álex Márquez se mareó en una audiencia en La Zarzuela

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Don Felipe sigue teniendo capacidad de asombro, aunque desde que era niño le ocurren cosas sorprendentes que solo le suceden a él. Fotos y selfies le piden a cualquier deportista o cantante famoso, aunque quizá él haya batido el récord mundial en los seis meses de Reinado. Además, con su 1,97 metros de altura, Don Felipe no pasa inadvertido en ningún lugar. Pero que uno entre de incógnito en un sencillo restaurante, situado a 8.878 kilómetros de su casa, y que todo el mundo le reconozca y empiece a aplaudir, no le pasa a casi nadie. Eso fue lo que le sucedió el pasado domingo en el restaurante mexicano «La estancia de boca», de Veracruz, a donde acudió a almorzar –«sin nada de picante», pidió– con sus colaboradores (entre ellos, el ministro García-Margallo) la víspera de la Cumbre Iberoamericana.

También debe ser sorprendente llegar a un salón de un viejo edificio al otro lado del océano Atlántico y encontrarse con tres antepasados en los cuadros de las paredes. «Me siento acompañado por mi familia», bromeó el Rey al descubrir a Isabel II y a sus bisabuelos Alfonso XIII y Victoria Eugenia en el Salón de Espejos del Círculo Mercantil Español de Veracruz.

El presidente que llegó tarde

En determinados niveles, hacerse una foto con el Rey de España no es solo un deseo personal, sino que da prestigio, y el furor por conseguir una imagen con él llega al punto de que el pasado martes uno de los presidentes centroamericanos con los que Don Felipe se había citado llegó tarde a la reunión y, cuando ésta finalizó, pidió repetir el saludo para salir en la foto.

Aunque es en el exterior, sobre todo en Iberoamérica, donde la gente es más expresiva en sus afectos, Don Felipe también suscita entusiasmo en sus viajes por España, sobre todo la España rural, alejada de la crispación política que se respira en las grandes ciudades. Pero fue en el municipio catalán de Martorell donde le prepararon la última sorpresa al Rey. Lo que menos esperaba encontrar en la visita que hizo hace diez días a la factoría de Seat era su primer coche, cuyo fin natural habría sido algún desguace. Pero aquel Ibiza dorado que le regalaron sus padres cuando cumplió 18 años, el mismo día que juró la Constitución como Heredero de la Corona, había sido recuperado después de pasar por varias manos y, tras una restauración, se exponía en la fábrica de Martorell. Dio la impresión de que, al verlo, a Don Felipe le asaltaron los recuerdos.

Desde que estrenó su Reinado, el nuevo Monarca no da puntada sin hilo, y todas sus decisiones están reflexionadas, analizadas y debatidas en equipo. Cuando es necesario, consulta con los expertos en cada materia y procura no dejar nada a la improvisación. Incluso, ha tenido suerte, pues en los once viajes oficiales que ha realizado al exterior desde su proclamación, no se le ha vuelto a averiar ninguno de los viejos aviones de la Fuerza Aérea Española, aunque el Airbus en el que regresó el miércoles de México se movió más de la cuenta por las fuertes turbulencias.

Don Felipe y Doña Letizia trabajan con sus colaboradores en equipo como dos miembros más, sugieren y escuchan las propuestas de los demás y participan desde el principio en las tomas de decisiones. Con tanto orden suele quedar poco margen para la improvisación, pero a veces la realidad se escapa del control del Rey, como ocurrió el 20 de noviembre, durante la audiencia que concedió a los campeones del mundo de motociclismo. Asistieron los hermanos Marc y Álex Márquez, de 21 y 18 años, respectivamente, y, cuando la prensa se retiró del salón, el menor empezó a marearse en presencia de Don Felipe. «Creo que me he mareado», comentó a su hermano y acabó tumbado en el suelo. «Tráiganle algo que no se encuentra bien», reclamó el Rey a sus colaboradores.

Álex Márquez no ha sido el primero en desmayarse ante Don Felipe en el Palacio de La Zarzuela, por donde pasan cada año más de 4.000 visitantes, pero lo que ocurre dentro de las paredes del Palacio, cuando los periodistas se han retirado y las puertas han vuelto a cerrarse, solo se difunde si lo cuenta algún invitado. Lógica cortesía del anfitrión.

Pero no todo está encorsetado en la vida del Rey. Don Felipe mantiene la espontaneidad, introduce sobre la marcha cambios en sus discursos, a veces realiza declaraciones a pie de calle, hace la ola en un partido de baloncesto o se pone una bufanda de hincha. O, como ocurrió durante la audiencia con el Papa, cuando se dio cuenta de que todos sus colaboradores habían sido presentados al Santo Padre, menos el fotógrafo, que estaba sacando las imágenes. El Rey le mandó llamar y le dijo al Papa: «Se llama Francisco», y el Santo Padre, al ver que al fotógrafo no se le había ofrecido rosario, se fue al armario y cogió uno para él.

En los 43 discursos que ha pronunciado desde su proclamación, ha tenido algún lapsusllevado por la inercia: «Iba a decir... la Princesa; bueno, la Reina y yo», afirmó en Valladolid, en la entrega de los Premios de Innovación. O cuando convocó en Oviedo los extintos Premios Príncipe de Asturias, en lugar de Princesa de Asturias. «...La falta de costumbre», comentó.

Hace unas semanas, en Zafra (Badajoz), aprovechó su visita a la feria internacional ganadera de San Miguel para acariciar a todos los animales que se ponían a su alcance: desde lanudos carneros a un toro, pasando por un brioso caballo que obligó a la Reina a dar un respingo.

Su anécdota más conocida del Reinado la desveló García-Margallo, quien contó que Don Felipe siguió en directo, a través de su teléfono móvil, la votación en la que España resultó elegida miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Hasta ahora, el día más intenso de esta nueva etapa, desde el punto de vista emocional, fue el de su proclamación. Pero, desde entonces, apenas ha podido disfrutar de cuatro o cinco días seguidos libres (solo una vez en la segunda quincena de agosto) y ha tenido muchas jornadas largas de amanecer en un país y terminar en otro. El miércoles llegó de México, el jueves por la mañana asistió a un acto empresarial en Madrid, por la noche fue a otro en Cataluña y quién sabe dónde acabará mañana.

En seis meses ha perdido varios kilos. No siempre le da tiempo a almorzar o a cenar, como le ocurrió el martes en Veracruz. Prefirió visitar el fuerte de San Juan de Ulúa, construido en tiempos de su antepasado Felipe II. Allí dejó emocionada a la directora del museo, Sara Sanz Molina, nieta de un exiliado español «rojo, rojo», según explicaba ella misma, que llevaba «toda la vida esperando la visita de un Rey de España».