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Infravivienda: bochorno por triplicado

Ya resulta vergonzoso que una institución externa tenga que llegar a Cádiz a decir a las demás que hagan algo pero esta lacra es también un fracaso social, económico y vecinal

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La llamada infravivienda, esas fincas terroríficas que sobreviven en varios puntos del casco antiguo de Cádiz, es una de las mayores vergüenzas que soporta la ciudad. Está ligada a las demás, al desempleo, la falta de formación y las bajas rentas. Pero es más visible y más dolorosa. El bochornoso estado de varias fincas de la capital gaditana ha sido una preocupación constante desde la llegada de la democracia pero nunca se ha conseguido la fórmula para erradicarla. Quedó reducida en buena medida en una década mágica, 1995-2005, en la que Ayuntamiento y Junta, siquiera cada uno por su lado, empezaron a remozar y dignificar edificios a toda velocidad. Pero se acabaron los fondos y volvieron los reproches, la incapacidad de todos. Cuando llegó ese frenazo, quedaban muchas, demasiadas, infraviviendas por erradicar y en los últimos años su estado, obviamente, se ha agravado. Son tan lacerantes las imágenes que hasta una institución como el Defensor del Pueblo ha tenido que venir, como un casco azul de la ONU, a tratar de poner paz y sensatez, a recordar a las dos administraciones públicas que deben hacer algo, real, práctico y urgente. Pero con resultar bochornoso que deban llegar desde Sevilla a reclamar lo evidente, la vergüenza tampoco es exclusiva de los representantes públicos. Alguna vez habrá que pedir cuentas de forma firme y ágil a los propietarios, a la economía, pero también a los vecinos, a un colectivo ciudadano adormecido, que aguanta caso tras caso, día tras día, mes tras mes durante demasiados años. Ayer fue el día de decir «basta ya». Ojalá.