CÁDIZ

EL SINDICALISMO PERDIDO

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La literatura y el cine, definitivamente, distorsionan nuestra realidad. Nuestra forma de ver el mundo. La mayor parte de las veces, la idealizan. Sobre todos en las primeras etapas de nuestras vidas. Infancia, adolescencia. Ya cuando cada cual va creciendo y empieza a ver las cosas por sus propios ojos, sin filtros ni velos, se topa con la cruda realidad. Algo así le ocurre a un servidor con el sindicalismo. En mi etapa de estudiante, de lector de libros o espectador de alguna que otra película sobre la Revolución Industrial, el sindicalista era un héroe. Era un minero irlandés totalmente tiznado de negro, con la camisa rota, que se negaba a bajar a la mina por cuatro míseros chelines. Y tenía tal capacidad de liderazgo que convencía a sus compañeros para que tampoco lo hicieran. Era un operario de una fábrica de Nueva York que se subía enérgico en una mesa para convencer al resto de la prole de que trabajar más de doce horas diarias era inadmisible. Era un campesino ruso que llevaba a miles de proletarios a la huelga para no tener que segar el campo de sol a sol. Eran héroes. Gente que de verdad creía en la justicia social y en la igualdad, luchando por ella hasta las últimas consecuencias. Incluso, y en muchísmos casos, dejándose literalmente la vida en el empeño.

Ahora, sin la inocencia de la pubertad, ni cámaras de cine, ni literatura de por medio, la imagen del sindicalista estándar es muy diferente a mis ojos. Desoladoramente diferente. Lo que uno ha podido comprobar en primera persona es que esos mineros valientes, esos vigorosos campesinos, se han convertido en señores cuya principal preocupación es conseguir convertirse en liberados sindicales para no dar palo al agua. Han cambiado el atril en el que se encaramaban por un cafelito en la barra del edificio de los sindicatos, ahí en la Avenida, donde cada mañana se cruzan con sus 'compañeros' de Delphi -apostados allí desde hace semanas- sin poder mirarles a la cara. Obviamente hay excepciones. Quedan aún sindicalistas de raza, de los de verdad, de los que anteponen el bien común al suyo propio. Pero son tan pocos, y están tan solapados por el resto, que apenas si se nota ya su lucha.

Nunca el paro golpeó con tanta fiereza a esta provincia. Y nunca el sindicalismo estuvo tan denostado. Corrupción, palabras vacías, discursos fariseos, doble moral... son sus señas de identidad hoy día. Nadie les cree. Están quedando reducidos a grupúsculos menores.

Precisamente ahora, que tanta falta hacen.