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Una lección que aprender

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La historia es caprichosa y la gravedad, malintencionada. La primera, a través del cristal del tiempo, enaltece unos hechos y minimiza otros. La segunda se empeña en atraer contra el suelo a todo lo que se eleve sobre el aire. Esos dos conceptos, historia y gravedad, juegan a favor y en contra del patrimonio en una combinación arbitraria que configura las ciudades históricas. Cádiz no escapa de esta lógica y, se configura hoy, como un bastión sobre el mar donde confluyen los siglos XVII, XVIII, XIX y XX. Sus casas, palacios, monumentos, iglesias y calles hablan de un pasado glorioso que se escapó de entre los dedos. Tendría Cádiz que agradecerle a la historia y la gravedad que su mezcolanza no haya sido demasiado furibunda con su patrimonio. Hubo murallas y edificios que perecieron, víctimas de estos dos etéreos elementos en forma concreta de desinterés, desidia o falta de consideración. Y es quizás este último elemento, la consideración, una piedra angular en el arte. Máxime porque sin consideración social, valoración y significancia social, un edificio, un cuadro o una escultura no será más que eso, por mucho valor artístico que tenga en su ejecución.

La Trimilenaria tiene mucha historia, muchos monumentos, mucho arte y mucho patrimonio. Valores aparentemente apreciados por todos. Sin discusión, ni valoración; es sentimiento unánime... ¿o no? La duda se plantea cuando se hace un repaso somero de la realidad patrimonial de Cádiz. Cuando se piensa por qué la ciudad no peleó en su día por ser Patrimonio Mundial de la Unesco (algo que ya hoy se antoja mucho más complicado de conseguir). Cuando se plantea cómo la misma administración que protege un edificio luego decide derribarlo (con el Olivillo y la Escuela de Náutica la Junta se lleva la palma al despropósito). Cuando la contaminación visual (cables, farolas imposibles, carteles y rótulos) sigue siendo un problema a erradicar. En definitiva, cuando el patrimonio se sigue viendo como un palo en las ruedas del progreso, en lugar de como un motor de desarrollo.

El día que Cádiz comprenda que de su patrimonio no sólo puede comer, sino que también puede vivir holgadamente, quizás habremos aprendido la lección. Esa que ya se saben otras ciudades y por la cual piedras no dan menos, sino más: generan conocimiento, trabajo y riqueza.