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Extraños en nuestra casa

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Amanece este verano raro que un científico francés nos quería estropear, y casi parece que lo hace. Los días de levante han dejado paso a días de calma chicha, de asueto convenido, forzoso, de sonrisa obligada, de datos de paro engañosos, de turismo de andar por casa. El invierno ha sido duro. Y el verano parece que no nos dará tregua. Si uno mira un poco al horizonte sobre su cabeza contemplará una provincia paralizada, aislada, que se hunde. La economía está en cuidados intensivos y las economías familiares en fase terminal. Llegar a fin de mes se ha convertido en el objetivo, casi ni merece la pena pensar en el mañana. Y las calles, las plazas, los bares de cualquier ciudad se llenan de jóvenes ociosos, en camisetas blancas de tirantes y chanclas, que no miran por su porvenir porque hace tiempo que saben que no lo tienen. Y nadie parece preocupado. Aquí, en esta bendita provincia, solo preocupa el levante, que no nos deja ir a la playa. Por cierto, unas playas que siguen luciendo como siempre por obra y gracia de la naturaleza, porque hasta en eso hemos perdido capacidad y recursos. En esas playas de la provincia cada vez es más fácil sentirse un extraño. El otro día la pisé por primera vez y encontré todo en su sitio. La arena seguía siendo blanca y fina, las huellas de las excavadoras que acababan de pasar a primera hora de la mañana aún estaban frescas y las gaviotas sobrevolaban nuestras cabezas. Pero algo no cuadraba. Me sentí un extraño en mi propia casa, como un aventurero, un nómada, alguien que regresa a donde hace mucho se despidieron de él y ya nadie le recuerda. Las playas gaditanas, al menos esas en las que el turismo se agolpa estos días y se adueña durante tres largos meses de cada rincón con sus toallas y hamacas, parecen condenadas al servilismo del turismo, acaso el único sector económico que deja respirar nuestros bolsillos. Camareros; ayudantes de cocina; camareras de piso. Conozco varios casos de gente que vive un año entero con lo que gana entre junio y septiembre. Las divisas que trae el verano son la única esperanzan en muchos hogares. Pero el peaje es alto. Con tantos turistas pisoteando la arena de nuestras playas muchos nos sentimos extraños en nuestra propia casa.