Rajoy se dirige a la cámara en su primer Debate sobre el estado de la Nación como presidente del Gobierno. :: ÓSCAR CHAMORRO
ESPAÑA

Rajoy y Rubalcaba chocan en todo salvo en la lucha contra la corrupción

El presidente elude citar a Bárcenas y se encastilla en la herencia recibida para justificar su política económica El líder socialista mantiene que el jefe del Ejecutivo debe dimitir y denuncia que España vive una crisis moral

MADRID. Actualizado: Guardar
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Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba discreparon en todo durante el Debate sobre el estado de la Nación, solo fueron capaces de encontrar un área de consenso, las medidas de lucha contra la corrupción. El diagnóstico fue común, no así las causas del fenómeno.

La corrupción no sepultó el Debate sobre el estado de la Nación, pero motivó los chispazos más vivos en el intenso duelo dialéctico del presidente del Gobierno con el jefe de la oposición. Rajoy no estaba cómodo en ese terreno, y se le notó pues dedicó al tema cinco de las 39 páginas de su discurso, y en ellas ni mencionó a Bárcenas, ni a la contabilidad B ni a los sobresueldos. Es más, en un momento de la réplica a Rubalcaba llegó a decir: «No voy a entrar en debates sobre este asunto». Claro que a renglón seguido sentenció: «Mi partido no ha sido condenado por financiación irregular. El suyo, sí». Comentario muy jaleado por los suyos y abucheado por los socialistas.

No cedió ante los envites de Rubalcaba para que diera explicaciones sobre el extesorero. Se dedicó a enumerar una serie de medidas anticorrupción, endurecimiento de las penas, agilización procesal de las causas e incremento de los plazos de prescripción para estos delitos. Confesó que le «repugna» que surjan casos corrupción porque «lesiona a la democracia y desacredita a España». Pero se defendió como gato panza arriba para no hablar de su partido.

Rubalcaba aplaudió las medidas y dijo que su conformidad era tal que proponía aplicarlas «de forma retroactiva». La sugerencia cambió las tornas, fue celebrada por los socialistas pues alcanzaría de lleno a los pasados y actuales dirigentes del PP, y por supuesto a Bárcenas, pero desde los escaños populares surgieron voces reprobatorias. El líder opositor se guardaba una bala y la gastó en forma de pregunta: «¿Puede usted gobernar un país pendiente cada mañana de que a Bárcenas le dé un ataque de sinceridad?» y desvele los secretos que atesora, nunca mejor dicho.

Pese a estar de acuerdo en las medidas contra la corrupción no lo pareció por el tenor del debate. Ambos se enzarzaron en un enredo dialéctico. El líder socialista se reafirmó en su petición de que Rajoy se vaya a casa y dé paso a otro de su partido porque no puede gobernar si es rehén de su extesorero. El presidente del Gobierno, en cambio, replicó que no pedía la dimisión de Rubalcaba porque ya se la piden otros dentro del PSOE y porque «no me interesa», un ninguneo en toda regla.

Cuadros distintos

El resto del duelo entre ambos fue un ejercicio perfecto de desacuerdo total. El presidente del Gobierno pintó un cuadro amable de la situación de España; el del líder socialista fue tétrico. «Hemos evitado el naufragio y España tiene la cabeza fuera del agua», se felicitó Rajoy; el estado de la nación es «crítico», contestó Rubalcaba. El secretario general del PSOE defendió hasta en cuatro ocasiones la necesidad de una reforma de la Constitución, uno de los ejes de su discurso, pero apenas mereció la atención del jefe del Ejecutivo, que se limitó a decir que no es el momento de encarar semejante proyecto.

Antes, el presidente del Gobierno había asegurado que no iba a esconderse en el «burladero» del «pasado reciente» para justificar su política y las medidas de ajuste, pero las alusiones a la herencia recibida fueron una constante en todas sus intervenciones. «El que se examina aquí es usted», la gestión que se juzga es «la suya, la nuestra ya fue juzgada (en las elecciones) y por eso estamos en la oposición», protestó el socialista.

La aspereza del debate desapareció con el portavoz de CiU, Josep Antoni Duran Lleida. El parlamentario nacionalista pasó de puntillas sobre la corrupción, quizá porque su formación tiene algunos problemas en ese terreno, tampoco habló de Bárcenas, sobres y cuentas opacas. Solo se quejó de que «usted y su partido no han dado explicaciones suficientes». Rajoy, en vista de que su antagonista no sacaba esa muleta, no embistió y tampoco aludió a los espías.

El punto de fricción surgió, como era de prever, con los planteamientos soberanistas. Rajoy se reafirmó en la fórmula del diálogo, pero dentro de la ley porque «al margen» de la Constitución el acuerdo es imposible. El portavoz de CiU recogió el guante: «Respetemos la ley, pero reformemos cuantas sean necesarias, incluso la Constitución para salvar la democracia». El presidente recurrió, una vez más, al argumento de oportunidad.

La acritud regresó con el portavoz de IU, Cayo Lara, que habló sin reparo de «chorizos, sobres y cuentas en Suiza». Reprendió a fondo al presidente por una política de austeridad económica que «nos ha robado la esperanza». Mariano Rajoy hizo como que no se enteró de las duras acusaciones de corrupción y descalificó sin contemplaciones las «demagogias» económicas de Lara. «Ya me gustaría que usted fuera presidente del Gobierno porque esto se iba a arreglar en media hora», sentenció.