El color del cristal y los aviones

Aunque apenas tiene cinco años de existencia, el Festival Aéreo de Cádiz parece ya un viejo debate. La molestias, por ruido, que causa y su presunto coste económico son los argumentos esenciales de los que piden que desaparezca del programa de eventos lúdicos del verano gaditano. Sin embargo, edición a edición, se confirma con datos, con sensaciones incluso, que se trata de un indiscutible atractivo turístico que compensa con creces las lógicas molestias que, como toda convocatoria pública multitudinaria, provoca. Que Cádiz fuera capaz de tener anoche a 50.000 personas en las calles de Extramuros, principalmente en el Paseo Marítimo, es un argumento de mucho peso porque permite mantener activo el sector servicios, primordial, más allá de la temporada alta de julio y agosto.

Son muchos los empleos que la capital se juega cada verano y el mejor atractivo estival, al margen de las playas, es un programa de actividades tan espectacular como denso. El Festival Aéreo se afianza, un año tras otro, como un imán para miles de vecinos de la Bahía y para visitantes llegados de otras provincias.

Tan burdo resulta negar esta capacidad de convocatoria como querer convertir en invisibles las molestias que pueda acarrear. Quizás en este debate público, como en tantos otros, se trata de mejorar las políticas de comunicación para explicarse.

Las incidencias de tráfico y ruido que provocan apenas duran unos minutos (del sábado y del domingo, este año, por primera vez) y sin embargo sus efectos económicos salvan una quincena entera de muchos negocios hosteleros de la ciudad, además de la repercusión en otros (transportes, distribución...) con carácter indirecto.

Cabe preguntarse si los furibundos opositores a este evento no están dispuestos a sufrir unos pocos minutos de molestia con tal de ver cómo algunos de sus paisanos logran varias jornadas de buenos ingresos.