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NUESTRA RESPONSABILIDAD

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La indignación y malestar que en estos últimos meses sienten los ciudadanos ante la clase política puede que tenga su semilla plantada por nosotros mismos y que estos políticos que tenemos y que hoy sufren nuestra ira hayan sido una creación propia, es decir, de todos nosotros y a lo largo de los años posteriores a la Transición. Es obvio, que los políticos no nos han sido enviados desde otro planeta a gobernarnos, sino que han sido elegidos de entre nosotros. En el ámbito local, en algún momento han sido nuestros propios vecinos, los hemos acompañado en cenas en restaurantes junto a nosotros e, incluso, han sido nuestros compañeros en el colegio.

Pero, ¿cuál habrá sido el momento en el que se fue asentando esta sonrojante clase de políticos que tenemos? La reprochable actitud que ellos han mantenido respecto a la administración y gestión del erario público, quizás tuviera su origen cuando, hace treinta años, aquél político local nos dio aquélla subvención económica a nuestra peña o asociación de vecinos y nos dejó a todos dichosos por acto tan generoso y se llevó nuestra palmadita en la espalda y eterna gratitud.

Quizás tuviera su origen cuando, gracias a nuestro amigo el político, conseguimos aquéllas entradas para aquél espectáculo tan difíciles de conseguir y que con su buen hacer pudimos asistir al concierto de forma gratuita. Una vez más le dimos las gracias y nos mantuvimos en deuda con él.

O puede ser que fuera cuándo cada semana asistíamos, gracias a su generosidad, a alguno de sus convites y ágapes que organizaba en los salones de los edificios públicos y con el dinero de todos. Allí acudíamos a comer y beber sin gastarnos un duro y dándole parabienes a nuestro buen amigo el gestor de lo público que nos invitaba a aquél magnífico evento.

Es posible, quién lo sabe con exactitud, que ocurriera cuando nuestro buen amigo el político, gracias a sus gestiones, nos consiguiera, para nosotros o para algún familiar, el puesto de trabajo en la Administración Pública que tanto deseábamos y que nos mantendría para toda la vida en deuda con él.

Si nunca de los acontecimientos anteriores llegaron realmente a ocurrir alguna vez en estas décadas que nos han precedido, puede, entonces, que se diera el caso de aquélla incapacidad laboral o pensión que se nos resistía por incumplimiento de los requisitos necesarios y, que gracias a nuestro buen amigo, se nos concediera para toda la vida con el dinero de todos los españoles.

Hoy, nos debemos preguntar si estos hechos tuvieron lugar alguna vez en nuestra comunidad o no; qué responsabilidad tenemos nosotros con respecto a nuestros dirigentes; y por qué éstos han actuado tan impunemente en estas tres décadas con el dinero de todos y quién se lo ha permitido. Muy pocos saldrán inocentes en este ejercicio de reflexión.