Editorial

Normalización histórica

La cooperación entre Fuerzas Armadas e islamistas es la clave del futuro de Egipto

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La victoria de los Hermanos Musulmanes en la elección presidencial de Egipto es, literal, moral y políticamente, historia pura y con mayúsculas. Es el fin de una anomalía injusta e inútil a efectos prácticos, que ha polarizado la atención internacional sobre el país durante demasiados años, cuando debió haber sido integrada en su vida social y en la realidad política por la buena razón de que formaba una sólida y activa parte de la misma. Mohamed Mursi, el candidato del Partido de la Libertad y la Justicia (la marca electoral de la Hermandad), obtuvo el 51,7% de los votos emitidos, algo más de tres puntos de ventaja sobre el general Ahmed Shafik, candidato de los defensores del régimen del depuesto Hosni Mubarak, pero también de sectores diversos y de difícil catalogación más o menos unidos por su aprensión ante una victoria islamista. Apenas conocido el resultado, el jefe de la Junta Militar, el mariscal Tantaui, felicitó calurosamente al vencedor y este declaró que será el presidente de todos los egipcios. Con ser un hecho trascendente y el fin de la proscripción de los Hermanos Musulmanes, fundados en 1928 y casi invariablemente obligados a la clandestinidad o tenidos al margen de la vida política por inicuas leyes ad hoc, el triunfo es solo una parte, aunque muy relevante, del poliédrico cuadro político-institucional en que se ha convertido Egipto año y medio después de la revuelta social que acabó con el régimen del presidente Mubarak. La cooperación Hermandad-Fuerzas Armadas en términos de lealtad, altura de miras y buena fe es la clave del inmediato porvenir. La Asamblea Constituyente elegida y paritaria debe ser mantenida y la redacción de una nueva Constitución y una nueva elección legislativa, tras la absurda y mal fundada invalidación de la anterior, permitirán, por fin, formar un gobierno parlamentario. El fin del largo -demasiado largo- proceso constituyente se entrevé apenas en el horizonte y culminarlo con éxito es un deber de todos los actores del mismo, ahora reforzados con la normalización que significa que un islamista moderado y realista sea presidente de una República. sin Constitución y a medio construir.