Tribuna

El 'milagro' del presidente alemán

Joachim Gauck será un mandatario incómodo para todos los partidos porque dirá lo que piensa y piensa con independencia y sentido moral

DOCTOR EN DERECHO Actualizado: Guardar
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La designación del nuevo presidente alemán. Joachim Gauck, ha convertido una crisis lamentable -la dimisión del segundo presidente del país en menos de dos años- en un éxito político que demuestra la calidad del sistema político alemán.

Hace dos años, Gauck compitió por el puesto con Christian Wulff, que dimitió el viernes. Apoyaron al primero socialdemócratas y verdes, pero fue elegido el segundo con los votos democristianos y liberales. Angela Merkel se libraba, elevándolo, de un posible rival. La foto del domingo, con el próximo presidente flanqueado por los presidentes de los partidos democristiano, socialdemócrata, socialcristiano, liberal y verde ilustra la admirable capacidad de consenso de un país, cinco de cuyos seis partidos parlamentarios se han puesto de acuerdo en menos de dos días sobre un candidato que con toda seguridad será un presidente incómodo para cada uno de ellos, porque dirá lo que piensa, y piensa con independencia y sentido moral: como Martín Lutero ante el emperador; como esperarán de él los ciudadanos de su país actual, la República Federal de Alemania; como experimentaron los dirigentes del país del que fue súbdito durante cuarenta años, la República Democrática Alemana. Veinte años después de la reunificación, proceden del Este el presidente y la canciller de la RFA-no con el entusiasmo de ésta, a quien sus socios liberales han impuesto la candidatura.

Gauck nació en 1940 en Rostock, un puerto hanseático que quedó en la RDA. Su padre, capitán de la marina mercante, fue detenido por los rusos en 1951, en un episodio oscuro, y condenado en un juicio sumario y secreto a veinticinco años de deportación. Su mujer y sus tres hijos -Joachim, el mayor- tardaron dos años en saber que estaba vivo y en Siberia. Volvió a los cuatro de su secuestro, cuando Kruschev acordó con Adenauer el regreso de los prisioneros de guerra alemanes, quebrado en su salud, pero no en el ánimo. La madre y los hijos mantuvieron una resuelta -y muy educativa, ha dicho Gauck- resistencia moral frente al régimen comunista; el padre trabajó luego en un puesto que requería pertenecer al partido comunista gobernante, pero «por supuesto, nunca se inscribió».

Gauck estudió Teología, atraído por el compromiso moral y político de muchos miembros de la Iglesia evangélica «capaces de mantenerse independientes donde otros se acomodaban, de considerar más importantes la honestidad, la lealtad y la fe que el bienestar, la carrera o el éxito público», escribe. Pastor luterano en Rostock, fue uno de los organizadores de las primeras manifestaciones que pedían libertad tras el rezo por la paz de los domingos. «Las preparábamos en la tarde anterior, no queríamos sangre, sino manifestantes pacíficos, teníamos mucho miedo», cuenta. «Algunos intelectuales preferían una tercera vía, pero pronto vimos que no había condiciones económicas y pusimos nuestras expectativas en el modelo político ya probado, el que teníamos ante los ojos en la Alemania occidental».

Fue uno de los dirigentes del Nuevo Foro y diputado en la última Asamblea de la RDA, la elegida democráticamente. Manifestaciones de ciudadanos que ocuparon sus sedes impidieron que la Stasi, la Policía de seguridad de la Alemania Oriental, destruyera sus archivos. La Alemania unificada encargó su conservación y análisis a una institución presidida por Gauck, pronto conocida como el Departamento de Gauck, para revelar la verdad de un régimen que había espiado a sus conciudadanos y estimulado la delación con la eficacia burocrática y la mezquindad tan bien reflejadas en la película 'La vida de los otros'.

«Conservador liberal de izquierdas», en su propia definición, defensor de «la libertad para la responsabilidad», escéptico ante los movimientos anticapitalistas, Gauck encarna magníficamente la integridad moral e intelectual, la calidez humana y la franqueza que quienes conocemos un poco Alemania apreciamos en tantos de nuestros amigos alemanes.

Su predecesor, Christian Wulff, ha resultado bien pequeño. Se enfrenta a una acusación de tráfico de influencia de la fiscalía del Land que presidió hasta ser elegido. Ha perdido su autoridad por su reacción ante las revelaciones, incluido un mensaje de amenaza en el móvil del redactor-jefe del 'Bild Zeitung' para que no publicara el asunto: una elasticidad moral y una forma de relacionarse con los medios que dice poco de su escuela en la política regional. Wulff había cambiado de vida y necesitaba una casa nueva, que pagó con un préstamo de un constructor y a éste luego con un crédito en condiciones de favor. No parece tanto, pero las reglas sobre regalos a cargos públicos y funcionarios son estrictas en Alemania: de no más de quince euros y nunca dinero en efectivo, dicen, por ejemplo, las ordenanzas de Munich, que han dejado sin aguinaldo a los basureros. Los medios coinciden en que su caída es otro golpe para Merkel y su coalición.

Gauck es popular y será un gran presidente: es un hombre cálido, un conversador curioso y amable, con sentido de la Historia y de la dimensión moral de la política, radicalmente independiente. Acaba sus memorias con una foto suya ante la gran bandera alemana frente al Reichstag: «tiene 70 años y ya ha vivido casi todo» [lo que iba a vivir], escribe de si mismo, equivocándose. Su elección es una segunda vuelta inesperada, resuelta con fortuna, que nos dará motivos de orgullo a sus conciudadanos europeos.