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Sociedad

EL ARTE DE TEJER

Goya consiguió su primer gran empleo en esta institución depositaria de una técnica que rivalizó con la pinturaHace 300 años eran reyes y nobles. Hoy cualquiera puede ser cliente de la Real Fábrica de Tapices

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El tapiz encargado por el Parlamento de Sajonia, en Dresde, corre prisa. Por eso hay cinco personas al mismo tiempo trabajando en él. Colocadas en la parte trasera de la pieza pasan cada hilo por la urdimbre con un hábil movimiento de manos. La imagen emerge por la otra cara, la que uno ve si se pone frente a ellos.

Es un trabajo minucioso y difícil, con una técnica artesanal que apenas ha variado en los últimos cuatro siglos. Y también lento: avanzan a un ritmo de entre dos y cuatro centímetros por semana, de manera que suelen tardar un año hasta completar un trabajo como el que están haciendo para los alemanes de Dresde. Hay que darse prisa, siempre en la lenta medida de lo posible, pues espera otro tapiz para la catedral de La Valeta, la capital de Malta, donde están enterrados algunos de sus más famosos 'caballeros'.

Los cinco artesanos trabajan en la Real Fábrica de Tapices, fundada en 1721. La misma institución que ofreció a Francisco de Goya la primera oportunidad de residir en la corte para pintar los bocetos de la tapicería real. Hoy cualquiera puede ser su cliente: instituciones, empresas y particulares. En sus telares se hacen tapices y alfombras, y sobre sus mesas de gran tamaño se repara cualquier pieza textil. Aquí se han restaurado unos 120 vestidos de la colección Balenciaga, muchos de los cuales se exponen en el museo de Getaria.

«Es dinero, pero no es caro», explica su directora general, María Dolores Asensi, al referirse a los 1.200 euros que cuesta el metro cuadrado de alfombra. Se puede escoger entre los 3.000 diseños del archivo o traerse uno de casa. Una familia vino con dibujos de sus hijos para las alfombras de sus habitaciones, y la mayoría se involucra en el proceso y se acerca a los talleres varias veces para ver cómo se teje su alfombra.

«Muchos llegan por tradición familiar y también por una preocupación cultural. Al final tendrá una pieza única, hecha a mano, con el sello de esta fábrica, su valor de inversión y una duración de 150 o 200 años», añade esta directora con distinguidos antecedentes culturales, ya que su abuelo fue el restaurador jefe de la Biblioteca Nacional.

Cada ciudad tiene sus pequeños secretos y la Real Fábrica es uno de los que guarda Madrid. Situada desde 1889 sobre el antiguo olivar y huerta del Convento de Atocha, muy cerca de la parada de metro de Menéndez Pelayo, el ladrillo rojo de su exterior y su forma arquitectónica avanza lo que hay en su interior: talleres de techos altos y artesanos que aún trabajan íntegramente con sus manos, como ajenos al paso del tiempo y a los empujones de la globalización. Un sitio abierto al visitante, que recorre sus pasillos cubiertos con los tapices históricos, antes de ver de cerca la labor de los artesanos. «Claro que todo esto se podría automatizar, pero entonces no tendría razón de ser. Aquí hacemos hasta los tintes», apunta Antonio Sama, conservador del centro, historiador del arte de formación y uno de los pocos expertos en tapices y textiles en España.

Frente a un tapiz del siglo XVII, basado en los 'Hechos de los apóstoles' de Rafael, Sama desgrana la historia de este arte y su auge en el Renacimiento, cuando rivalizaba en prestigio con la pintura. Servía para inmortalizar las hazañas de los reyes, o sus coronaciones, y luego pasó a ser un objeto de lujo en los palacios de la nobleza. En el siglo XIX su valor se fue debilitando y se consideró un arte menor. Ese desdén hizo que algunos tapices de gran valor se utilizaran para cubrir sofás y sillones.

«En Francia se valora mucho más que aquí, y eso que en España tenemos el patrimonio más grande del mundo si unimos el de las instituciones, el de la Iglesia y el que está en manos privadas», se lamenta Sama. Pero algo está cambiando. El año pasado El Prado mostró por primera vez dos piezas, tejidas con oro y plata, de uno de los grandes maestros en esta disciplina, Willem de Pannemaker. Y el Museo de Bellas Artes de Bilbao ha restaurado en la Real Fábrica, y ahora expone, el tapiz 'León a la orilla de un río'.

Dominio de los estilos

Los artesanos miran el modelo por un espejo frente a su cara, ya que el dibujo está a sus espaldas, de modo que, como dice Sama, «más que copiarlo tienen que interpretarlo». Entraron en la institución por tradición familiar, por haberse formado en la escuela-taller o porque, como le ocurrió a José Antonio Carvajal, un vecino le invitó a hacer una prueba de dos meses. Tenía 15 años y ya ha cumplido 54. Casi cuarenta haciendo sólo tapices. «Siempre se está aprendiendo. Hay que dominar todos los estilos y eso es muy complicado», explica Carvajal.

Si hace tres siglos los materiales eran los culpables del alto coste de las piezas, ahora lo que sube el precio son las miles de horas de trabajo que exigen estas obras. Como las del taller de al lado, el de alfombras. Dos grupos trabajan en una de más de 20 metros cuadrados para el hotel Reconquista de Oviedo, en dos urdimbres distintas por sus dimensiones, cuyo resultado se unirá 'in situ'. Y en otro telar se teje un encargo para un establecimiento hotelero de lujo en París.

Gracias a estos trabajos y al alquiler de espacios para presentaciones, la Real Fábrica consigue autofinanciar un 75% de los tres millones de presupuesto anuales. También consigue recursos de los 25.000 visitantes que tienen al año, el triple de los que pasaron en 1999. Con 80 trabajadores en plantilla, actualmente opera como una fundación, en la que están presentes el Ministerio de Cultura y la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, entre otros patronos.

Fuera del recinto de la fábrica, hay un hermoso jardín en el que aún quedan los lavaderos y los tendederos en los que se limpiaban y secaban los tapices y alfombras. Al lado hay un edificio de nueva planta donde se realizan las labores de restauración. Allí se encuentra una piscina de diez metros cuadrados diseñada para sumergir las piezas y secarlas sin dañarlas. Si es un tapiz, después lo forran en lino para que, en el transporte, recaiga en este tejido el mayor peso del conjunto.

Es mundo por descubrir para el que no se haya fijado en él, un mundo a veces escondido en los almacenes de museos e iglesias. Un arte en manos de los pocos artesanos que quedan cuando ya todo se hace en serie y a miles de kilómetros de distancia, en fábricas que nada tienen que ver con ésta.