Tribuna

Indignados británicos

Impulsada por la opinión pública, la clase política por fin ha encontrado su voz y desafía a un grupo de medios que actuó al margen de la ley durante demasiado tiempo

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Rupert Murdoch es el magnate de los medios más poderoso desde que Orson Wells creara el personaje legendario de 'Ciudadano Kane'. Al igual que Kane, Murdoch creyó que «sería divertido dirigir un periódico», pero en esta ocasión no fue una ambición ficticia. Empezó con una revista de poca monta en su país natal, Australia, para acabar creando el mayor imperio de medios de comunicación que el mundo haya conocido. Hay otros magnates importante de medios de comunicación, pero la mayoría solo operan en un contexto nacional o regional: no tienen el alcance global de Murdoch. Sus periódicos, revistas, emisoras de radio y televisión por satélite se extienden desde Nueva York a Nueva Delhi y se estima que llegan a más de 4.000 millones de personas, alrededor de dos tercios de la población del planeta. Y a pesar de que Murdoch no tiene ninguna empresa de radiodifusión en España, también se puede percibir aquí su presencia: el expresidente José María Aznar es consejero de News Corporation, la compañía matriz del grupo que el empresario australiano gestiona desde su oficina en Manhattan.

En Gran Bretaña, Murdoch poseía el 40% de los periodicos nacionales y tiene una importante participación en la cadena vía satélite BSkyB. El grupo ha basado su éxito en una mezcla de sensacionalismo, populismo derechista, sexo y, lo más importante de todo, el escándalo. Este control de los medios de comunicación ha dado a Murdoch un poder extraordinario y los políticos de todos los partidos han buscado su bendición. Margaret Thatcher le invitaba con frecuencia para pasar la Navidad con ella en su residencia oficial. Tony Blair voló a Australia para una única reunión con el magnate y uno de sus asesores describe al empresario como «un miembro no oficial del gabinete». Nunca se tomó una decisión sin calcular cuál sería la reacción de Murdoch.

Pero después de décadas de éxito, el imperio del magnate australiano-estadounidense está en serios apuros. Al igual que en 'Ciudadano Kane', los periódicos de Murdoch creían que podrían sortear la ley con total impunidad, que eran demasiado poderosos para ser investigados. En la búsqueda de noticias cada vez más sensacionalistas comenzaron a pagar a la Policía para obtener información, escuchar ilegalmente los buzones de voz, introducirse en los ordenadores y usar investigadores privados para obtener detalles sobre la vida privada de muchas personas. La revolución tecnológica y el sensacionalismo periodístico de Murdoch iban de la mano.

Al principio se limitaron a perseguir políticos, futbolistas y famosos. Como se dice que sucede con las salchichas, muchas personas disfrutaban con el producto sin querer saber cómo se fabricaban.

Pero la burbuja terminó por estallar y se conocieron los detalles más escabrosos de la trama. La prensa de Murdoch se había dedicado a recopilar información ilícita a escala industrial y entre los objetivos figuraron las familias de los soldados británicos muertos en Afganistán, las víctimas de los atentados del siete de julio en Londres y los padres de una niña de 13 años de edad que fue secuestrada y asesinada. El rechazo suscitado entre la opinión pública a esos métodos de investigación ha sido general y rotundo.

Como ejemplo de 'poder popular', lo que está sucediendo en el Reino Unido puede ser similar a lo que motiva los 'indignados' del 15M. Es un momento de inflexión en el que la gente ha dicho «basta» y, a partir de aquí, el debate político ya nunca será el mismo. Tanto en el Reino Unido como en España, estos movimientos populares que han venido exigiendo un cambio vienen de abajo a arriba y no al contrario. El impulso a la 'indignación' ha procedido de gente común y la elite política se ha limitado a encajar el golpe de la mejor manera posible. Tanto en Gran Bretaña como en España, el clamor popular es un indicativo de buena salud democrática. En España, los jóvenes 'indignados' exigen que el sistema político sea menos corrupto y más sensible a la voluntad popular. En el Reino Unido, la gente insiste en que la prensa sea más responsable y acate la ley. Entienden que los medios de comunicación son como el sistema nervioso central de una democracia: si falla, todo el cuerpo se derrumba. La prensa tiene la responsabilidad de transmitir la información para que los ciudadanos puedan tomar decisiones.

Varios periodistas y policías ya han sidos detenidos y hay muchas investigaciones en marcha. La relación entre los políticos y los medios de comunicación está ahora bajo un estricto escrutinio. Toda la influencia maligna de Rupert Murdoch está ahora en declive y su imperio mediático en el Reino Unido se derrumba. Impulsada por la opinión pública, la clase política por fin ha encontrado su voz y desafía a un grupo de medios de comunicación que ha actuado al margen de la ley durante demasiado tiempo. Muchos se preguntan ¿por qué ha tardado tanto?