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Okupas en Valcárcel

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Qué querrá esta gente?, se preguntan ahora muchos de los que pretendieron convertir en simple salario el arte de la política. La democracia se traduce en los votos pero se gesta en las calles. Y de súbito -no había más que ver el domingo la plaza de España-, los electores dejaron de ser simples electores y se erigieron en ciudadanos. Les daba por pensar e incluso opinaban como si fueran banqueros o arzobispos. Y hartos de que los responsables públicos dejaran para un eterno mañana lo que podrían hacer hoy, no se contentan con indignarse sino que les da por ponerse manos a la obra.

Hace unos días, unos cuantos de entre ellos tomaron el antiguo edificio de Valcárcel, ese viejo tigre con los pies de barro que lleva dos siglos y pico mirando a La Caleta como un bañista varado en piedra ostionera. Y lo curioso es que esos jovenzuelos melenudos no pretendían fumarse simplemente unos petas, reivindicar el amor libre o espantar a los fantasmas con un recio olor a limones salvajes del Caribe. Pretendían limpiar el edificio que fue hospicio y colegio antes de pasar como supuesto hotel para millonetis al largo capítulo de los castillos en el aire. El lunes, había allí trescientos oyendo a la chirigota del Cascana. Ayer martes, le tocaba a Los Currelantes de Jesús Bienvenido. Y hay quien dice que el viejo Valcárcel se reía, un día tras otro, con algunos de sus cuplés. O lloraba con algunos de quienes fueron niños y ahora volvían a visitarle con las arrugas del tiempo dibujadas en sus caras.

Andan buscando electricistas, soldadores, fontaneros y albañiles, para montar una cuadrilla por amor a Cádiz. ¿Cómo es que no les mandan los antidisturbios? Protección Civil debería tomar medidas al respecto porque su actitud puede ser contagiosa en un lugar demasiado acostumbrado a cruzarse de brazos y permitir que otros prometan hacer lo que demasiado a menudo no hacen jamás.

Cualquier día de estos, a esos niñatos que no solo se indignan sino que reivindican Cádiz para quien lo trabaja, a lo peor les da por pasear por La Viña y deciden construir ese eterno museo del carnaval del que solo se inauguran primeras piedras. O igual vuelven a ponerse manos a la obra para echarle un repelladito al castillo de Santa Catalina. O habilitan las Cuevas de María Moco como atracción turística. ¿Y si irrumpieran en Delphi y volvieran a poner en marcha las cadenas de trabajo?

Más temprano que tarde, ellos u otros como ellos, terminarán entrando en la antigua Escuela de Náutica para que el mar vuelva a zarpar desde su viejo mástil. O tomarán la Residencia del Tiempo Libre para que turistas obreros y actores trotamundos vuelvan a relacionar a esta ciudad con la palabra paraíso. Sus gritos de indignación son silenciosos pero eficaces. Más temprano que tarde se oirán en el Club Marte, en el Olivillo o en cualquier rincón de la ciudad a donde den las bocacalles del olvido. Cualquier día ellos o sus ideas ocuparán el poder. O lo intentarán al menos. ¿Qué querrá esa gente?, preguntarán entonces quienes ya no recuerdan que alguna vez, hace mucho, cuando eran jóvenes y la libertad un sueño, ellos mismos fueron okupas de la utopía.