MAR DE LEVA

La culpa es de la lluvia

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Le echarán, imagino, la culpa a la lluvia. Esto de las predicciones turísticas es como los partidos de fútbol: una semana eres el rey del mundo, empatas luego en casa y a partir del lunes parece que se te ha lesionado media plantilla y vas a bajar directamente a tercera regional, no importa que tengas un colchón de tropecientos puntos sobre tu inmediato rival. Hace diez o doce días todo eran buenas previsiones de hoteles y vacaciones, y luego harán balance y nos dirán que la cosa está muy chunga, que la gente no ha venido o no ha salido, que en vez de tres raciones y tres cervezas se tomaron solo una tapa y que no deja ya nadie propina. Todo por culpa de las inclemencias de la ley antitabaco y el tiempo, que es un malaje y fastidia tanto el carnaval como la semana santa. Y en verano, ya que no hay lluvia, siempre tiene la culpa el levante.

No hay palos que aguanten sus propias velas. Nadie es responsable del servicio que da: nunca tiene la razón el cliente. Y el cliente que viene, si viene, lo que quiere es que lo traten no con gracia, sino con naturalidad. Que no cierren las cosas a la hora que cierran (¿no será ese el motivo de que en la Madrugá no haya gente por la calle, que no hay un sitio abierto donde tomarse la penúltima o desaguar siquiera?), que no te claven, que no te tomen por tonto.

De verdad, ¿qué le ofrecemos al turista? Si es lo mismo que le ofrecemos al nativo, mal vamos. Seguimos esperando que la presa caiga en la trampa, pero no nos molestamos en tensar las cuerdas ni en revisar el agujero. Si no vienen, es culpa suya. Si se van insatisfechos, es porque son unos pijos y unos creídos. Ya vendrán otros. O lo mismo no vienen: ellos se lo pierden, claro.

Tendríamos que salir más. Tendríamos que darnos cuenta de que el mundo no termina en Cortadura. Empieza precisamente a partir de ahí. Y tendríamos que ver cómo atienden al turista en el norte de España: cómo se le ofrece la tapa gratis, por pequeñita que sea. Cómo se le invita a dulces y a chupitos al paso de las pastelerías. Cómo en los pequeños bares alrededor de las plazas se cuece el marisco comprado por una cantidad irrisoria. Y cómo se interesan por tu acento, por el sitio del que vienes. Y cómo en todas partes hay souvenirs del lugar, a punta pala, que no inciden en los tópicos sevillano-andaluces-futboleros, sino en los monumentos y los iconos de cada sitio. A ver si vamos aprendiendo.