EL CANDELABRO

CAPIROTE

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Ayer vi en la tele a unos divertidos mocosos, vestidos de nazarenos y portando unos pasos de Semana Santa modelo llavero. Su escuela, según explicaron en el telediario, lleva un par de años organizando una especie de procesiones a escala para que los alumnos vayan entrando en ambiente desde muy temprana edad. Me llamó la atención el comentario de una profesora que vino a decir: «les estamos inculcando la Semana Santa pero no desde el punto de vista religioso (hasta ahí podíamos llegar, pensé), sino como tradición de gran raigambre en Andalucía». Más tarde se nos aclaró también que los hábitos y capirotes que lucían los chavales eran de plástico reciclado. ¿Una Semana Santa eco-laica? Francamente, no concibo nada más políticamente correcto. Ni más descafeinado tampoco, porque si a un paso de Semana Santa le quitas el trasfondo religioso, ¿qué te queda? Un bello, dramático y vistoso espectáculo. Un 'show' desde luego extraordinario y digno de contemplarse al menos una vez en la vida pero que, desprovisto de su profunda carga religiosa, no veo por qué no pueda repetirse todos los fines de semana del año. Sería un acicate magnífico para el turismo. Tampoco entiendo qué tiene de malo explicarle a un niño el sentido religioso de una procesión, a menos que los creamos tontos de capirote (nunca mejor dicho). Personalmente, fui educada en un colegio de monjas, asistí a rosarios, misas, novenas... Y no solo no me salió ningún estigma sino que aquí me tienen, agnóstica. No es que no crea en Dios, es que no tengo la menor idea de si existe. Es más, sospecho que los demás habitantes de este planeta están exactamente igual que yo: sin pruebas. Pero a pesar de todo, respeto profundamente a los que sí tienen fe y viven esas procesiones con auténtico fervor. Son ellos los que convierten un paso de Semana Santa en algo más profundo, sobrecogedor y vibrante que una mera puesta en escena, lo cual es muy de agradecer en estos tiempos que están llenos de devotos de diseño y devotas de Devota & Lomba.