El jerezano Toni Guillén junto a una de las niñas saharauis. :: CEDIDA
Jerez

Ayuda jerezana que llega a Argelia

Con diversas actividades socioformativas han conseguido elaborar un programa que se adapta a las necesidades de los habitantes del desierto Siete vecinos de la ciudad inician un proyecto para colaborar con el pueblo saharaui

J EREZ. Actualizado: Guardar
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Es cuando la solidaridad no conoce ni colores ni fronteras que las distancias que separan al ser humano del resto del mundo se acotan, acercándole al prójimo como a un hermano, animándolo a ayudar con lo que buenamente puede. Éste es el pensamiento que ha llevado a siete jerezanos, sin pertenecer a ningún tipo de asociación, a emprender un viaje hacia lo desconocido en tierras argelinas, en la ciudad de Auserd. Una aventura que comenzó hace exactamente dos años cuando, gracias a un buen amigo ubriqueño, pudieron tener su primer contacto con la zona.

Toni Guillén, trabajador del comedor de El Salvador, que pertenece a este grupo y que desde el mismo instante que conoció de primera mano la situación por la que pasa la población saharaui, desamparada desde hace ya 35 años, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Es por eso que crearon lo más parecido un colectivo, guiados eso sí por la Asociación Amals Esperanza y en colaboración con la Delegación de Juventud, para poder ayudar a los refugiados en el desierto bajo un proyecto real, adaptado a las necesidades y vida de los habitantes saharauis.

Dicho estudio comenzó en noviembre del año pasado, cuando los siete jerezanos se instalaron en uno de los campamentos para analizar el comportamiento de los habitantes y así poder realizar un programa compatible, que tenga presente el lado más social de la causa y que les permita colaborar en esa sociedad compleja que se ha ido creando a lo largo de todos estos años.

Según comentaba Guillén, «la población se encuentra sin agua apenas, sin luz, un poco más organizada, pero aún así todavía queda mucho por hacer para que lleguen a tener una estructura que realmente funcione de verdad». Inmersos en una cruda realidad que afecta a más de 200.000 personas y, que debido a que el gobierno de Marruecos impide que se les reconozca su derecho a la autodeterminación, no les permite avanzar. El conflicto data de 1975, fruto de una descolonización no concluida y la no asunción por parte del gobierno de España en su responsabilidad política como antigua potencia colonial. Razón por la cual, Guillén asegura que «este país tiene un compromiso y por tanto obligación de colaboración con el pueblo saharaui».

El proyecto

Con la tarea hecha desde el año pasado y muy ilusionados, los siete jerezanos emprendieron su rumbo a uno de los campamentos el pasado 7 de abril; eso sí, esta vez cargados con material didáctico y decididos a darlo todo con la ayuda de un proyecto dividido en dos.

Por un lado, estaba el grupo de mujeres, de entre 18 y 25 años, que recibían clases teóricas todas las mañanas para así poder aplicar las lecciones aprendidas a lo largo de la tarde con los pequeños de los barrios. Se trata una formación sociocultural en el que se enseñan diversos juegos y actividades variadas con el fin de que las pautas se conviertan en una especie de tradición entre los grupos y así fomentar la convivencia a través de las relaciones y conseguir un espacio más dinámico e unificado.

La segunda parte del programa ha consistido en impartir clases en el centro de discapacitados y a personas mayores, fomentando con esto también la educación social así como la unión entre los habitantes. Una forma de ayudarles a establecer vínculos estrechos entre ellos y a que se relacionen de forma diferente.

Unas lecciones que el grupo pudo impartir hasta el pasado sábado, cuando bien entrada la noche, volvieron a pisar suelo jerezano, llenos de esperanza, ilusión y sobre todo con ganas de más.

Porque han regresado con nuevas ideas y propuestas, entre las que cabe destacar la de un grupo de voluntarios residentes y de origen saharaui, que han pedido que les enseñen cómo pueden ayudar mejor a sus vecinos. «Un grupo ya organizado dentro de un mundo caótico», que piensa por el bien común de la comunidad y que demandan materiales para hacer su trabajo más eficaz. «Ahora solo tenemos que analizar cómo les podemos guiar en su camino», aseguró Guillén.

Dentro de unos meses, en noviembre, emprenderán su viaje de vuelta, a ese espacio en el que según el jerezano «ganan más de lo que dan». Y es que, es una «sociedad amable y acogedora, que te abre las puertas a su hogar y que te hace sentir parte de la familia».

«Nos dejan aulas para impartir las clases formativas, y todo ello con el conocimiento de causa por parte del gobierno que predomina en la zona, porque ya saben a lo que venimos». Además, el entorno, la situación y la convivencia «te aporta una lección de valores personales que jamás aprenderías en otras circunstancias». Y deja a todo el que pisa la tierra de los desprotegidos con el corazón en la mano y abriéndoles los ojos para que esa colaboración nunca deje de llegar.