ANDALUCÍA

«Si mi hija murió quiero que arañen la tierra, que abran la caja y la saquen»

Una mujer que ha denunciado el supuesto robo de su bebé en 1981 comparte el relato de la traumática experiencia

MARBELLA. Actualizado: Guardar
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No se separa de su pequeña carpeta marrón. Con delicadeza, saca de dentro un puñado de folios. Los tiene perfectamente ordenados. Desde que dio los primeros pasos para intentar arrojar luz al episodio que marcó su vida hasta el escrito a la Fiscalía de Algeciras en el que pide que se investigue qué pasó hace 29 años con su hija. De entre todos, hay tres papeles del Registro Civil de La Línea de La Concepción que guarda como oro en paño. Solo con verlos le empiezan a brotar las lágrimas. «Es la primera documentación que tengo de mi hija; la primera información que toqué porque antes no podía demostrar siquiera que estuve embarazada», explica intentando no desmoronarse. Pero el relato de una herida que nunca llegó a cerrarse y que ahora ha vuelto a abrirse en canal es demasiado duro como para guardar las formas.

Laura (nombre ficticio de esta mujer vinculada a Marbella) es una de las muchas madres que en los últimos meses han denunciado la supuesta sustracción de unos bebés que nunca llegaron a tener en sus brazos. Los hechos se remontan al 23 de diciembre de 1981, el primero de tres días «horribles». A sus 20 años, esta entonces vecina de La Línea de La Concepción había decidido seguir adelante con su embarazo, sin temor a exponerse a las críticas de una madre soltera.

Era lo de menos. «Tenía el apoyo de mi familia. Lo único que esperaba era poner al bebé en la cuna». La misma que tenía preparada, con las sábanas puestas, para recibir a un hijo del que aún desconocía el sexo. A falta de una semana para salir de cuentas, la víspera de Nochebuena las primeras contracciones la llevaron a la consulta del ginecólogo privado que había supervisado la gestación. El diagnóstico cayó como un jarro de agua fría. «Oyó con el estetoscopio y me dijo que había una probabilidad del 99% de que el bebé estuviera muerto. También que mi vida corría peligro», explica.

El mundo se le vino encima. Ni le pareció sospechoso que no la ingresaran en el hospital municipal hasta al día siguiente ni que eligieran este centro sanitario en lugar del de la Seguridad Social. Solo quería llorar. El 24 de diciembre, con el temor al desenlace, ingresó en la clínica. Los recuerdos son vagos, menos el de los barrotes beiges de la cama de una habitación privada «que nunca pedimos ni pagamos». Durante todo el día trataron de manipularle la bolsa del líquido amniótico. «No estaba de parto. No entendía qué hacía allí y por qué el médico quería a toda costa que tuviera el bebé de parto natural», afirma convencida ahora de que hubo algo sospechoso.

Lo siguiente que recuerda es su llegada al quirófano. Luego vino la anestesia general y el despertar, ya el día de Navidad, sin saber más que lo que después le contó su hermana. Que sacaron a la niña del vientre y que se la llevaron corriendo a una habitación. «Después le preguntó el médico si tenía valor para ver a un bebé muerto y le enseñó la cara descubierta de una niña muerta», cuenta con los ojos empañados.

Entierro sin datos

Su hermana fue también la que se encargó dos días después de ir a la morgue, donde le mostraron un bulto envuelto en una toalla, el mismo que metieron en una caja blanca y que enterraron. Antes, una recomendación para madres solteras: que no rezara que era una niña formada sino un feto. De hecho, en el documento del Registro Civil hablan de un feto de siete meses y medio, cuando era de nueve. «Hay un entramado de mentiras horroroso», sentencia.

Los seis meses siguientes fueron durísimos. No salía de casa, apenas hablaba. «Fue algo tremendo que marcó mi vida adulta». Pero no dudó de que todo lo que había vivido era tal cual le habían contado. Hasta el año pasado. Con su vida rehecha en Marbella y dos hijos de 26 y 15 años, necesitó buscar su historial médico. De paso, decidió recopilar la información de aquel embarazo que no llegó a buen término. Y le bastó con teclear en Internet el nombre del hospital y del médico para toparse con un puñado de relatos de mujeres que habían denunciado la supuesta sustracción de sus bebés.

No daba crédito. «Se me cogió un pellizco en el estómago. Pensé que eso no me podía haber pasado a mí». Pero cuantos más pasos da para intentar aclarar lo que le sucedió, más dudas le asaltan. Sobre todo por los problemas para encontrar documentos oficiales que acreditaran que fue madre, aunque en los papeles llamen a su niña feto o criatura abortiva. No hay constancia en los libros del hospital de su ingreso ni en los del cementerio del entierro. Sólo en el Registro Civil queda la estela de Laura y del certificado de la muerte de la pequeña. Eso sí, con datos erróneos.

Ahora, con los pocos pero importantes papeles que atesora, solo tiene clara una cosa: quiere saber la verdad. «Si mi hija murió quiero que arañen la tierra, abran la caja y la saquen. Quiero los huesos y el ADN», dice desafiante. Confía en la Justicia pero es consciente de que, pase lo que pase, nadie le va a devolver lo robado. «¿Quién te devuelve los primeros pasos, las primeras palabras, las primeras sonrisas?», se pregunta. Mientras los investigadores intentan arrojar luz, reconoce que no hay un solo sueño ni una sola pesadilla en la que no aparezca un bebé.