Editorial

Artificio terrorista

El Estado no precisa de seis voluntarios para verificar que ETA puede matar otra vez

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El último comunicado de ETA es una muestra más del afán protagonista con el que la banda trata de eludir su irreversible final y soslayar el camino emprendido por la izquierda 'abertzale' en pos de su legalización; esta vez mediante el artificio de una «verificación informal» de su alto el fuego, que los terroristas avalarían alentando la creación de una «comisión internacional». Esta enésima ocurrencia para dar ampulosidad a la fase terminal del terror resultaría sencillamente ridícula si no entrañara una sádica burla frente a la abrumadora exigencia ciudadana de que los etarras abandonen las armas para siempre. La verificación de la actividad o inactividad que presenta una trama terrorista que opera en un entorno democrático corresponde al Estado de Derecho, a las informaciones de que dispongan las fuerzas de seguridad y a los datos que aporte la cooperación internacional. Una sociedad abierta no necesita que se proceda a una comprobación formalizada del momento que atraviesa ETA para saber si puede cometer atentados más adelante. Mucho menos precisa la escenificación de una «verificación informal» que convertiría a seis voluntarios extranjeros, encabezados por el sudafricano Brian Currin, en intérpretes innecesarios de la voluntad que anida en el seno de ETA auspiciando, inevitablemente, el protagonismo que la banda necesita para condicionar la marcha de los acontecimientos respecto al futuro de la izquierda 'abertzale' y para recuperar algo del crédito perdido entre los sectores sociales que hasta hace poco secundaban por activa o pasiva sus atrocidades. A ETA le hubiese gustado que «los gobiernos español y francés» concedieran carta de naturaleza a la interlocución terrorista instituyendo formalmente un mecanismo de verificación de la tregua participado por personas del ámbito internacional. La negativa gubernamental a seguir el juego de tan burda estratagema envolvente ha llevado a la banda a instrumentar el papel que desean jugar unas personalidades extranjeras para emplazar a través de ellas a ambos gobiernos y restablecer así la concepción de la paz como una meta a alcanzar con concesiones de una u otra naturaleza a los terroristas. Un enredo en el que no debe caer ninguna formación democrática.