Arcada y arranque de escalera en la 'Casa del Pirata' (Beato Diego, 8). :: BARTOLOMÉ POZUELO
EXTERIORES ROBADOS

ARCADA

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Todo es regularidad, previsión, simetría, hasta tal extremo, que el paseante duda si el artista obedeció cánones, o se dio a parodiar la propia perfección que le reclamaban: las columnas exhiben por una parte aristocráticos portes troncocónicos, imperiales acanaladuras, pero por otra son notoriamente cortas; los capiteles se pavonean enrollando sus volutas teatralmente; los arcos laterales son menores que el central en tan leve medida, que se diría que andan levantándose contra las jerarquías; la clave del mayor ostenta resaltes sin mesura y sin complejos; los dos mascarones que ocupan oportunistas las enjutas asumen la tristeza de sendos leones de una circunspección más chirigótica que coral; los dos pies derechos de fundición lucen una estilización que hace más rechonchas las columnas centrales.

Responda el patio de la 'Casa del Pirata' (Beato Diego, 8) a burlas o a principios, su contemplación es un deleite que nos enriquece con el gusto estético del último tercio de nuestro XIX y nos aporta un certificado de la prosperidad de quienes comerciaban desde Cádiz con las preciadas posesiones antillanas, antes de que su pérdida sumiera a España en el pesimismo. Ojalá sus magníficas placas de precioso mármol, documentos de aquel esplendor, no sean sustituidas por mármol de hospital, triste destino que suele aguardar en nuestra ciudad a los pavimentos cansados de la edad, por ilustres que sean.